La biblioteca de Juan José Podestá, un escritor imprescindible de Iquique
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La ruta entre pasillos lleva inevitablemente al silencio. Digamos que puede ser el lugar en metros cuadrados con más libros en Iquique. Una casa envuelta en libros, con el aislante de una almohada de hojas de papel, tal vez si se echa a volar el ingenio. Es un condominio de la calle Obispo Labbé, al llegar a Bulnes, que en su entrada cobija a la Fundación Crear, que mantiene una noble biblioteca destinada a la identidad nortina y otros remedios. En una de las tres casas ubicadas en el interior de ese frontis sugerente, habita junto a su madre, el escritor y periodista Juan José Podestá Barnao, autor de obras como las novelas Isla Podestá (editorial Narrativa Punto Aparte) y la salvajemente lúdica Chonpen (editorial Navaja), entre otros textos. Podemos decir que Podestá Barnao es uno de los narradores más sólidos de estos lares —se puede consultar con nombre y apellido en Google—, que con una imaginación desbordante entre lo popular y a ratos lo espectral (Isla Podestá), constantemente está enganchando a insospechados lectores a través de sus textos —como cuenta más adelante en esta entrevista, se ha ganado el cariño de los escolares de un colegio de Tocopilla, donde Chonpen se hizo popular—.
El respectivo saludo a su madre, y luego el ascenso por una escalera al segundo piso de la casa donde se alcanza una bien poblada biblioteca. En el medio una computadora, más bien un procesador de textos cuando se trata de un escritor. Este es el lugar donde Podestá reflexiona, lee, escribe y trabaja. De repente también escucha sonidos extraños que atribuye a su abuela fallecida. Por ahí, en las paredes del santuario, asoman las marcas de alguna banda punk u otro resabio de sus gustos musicales. Algo contradictorio, el punk, para una zona donde predomina el silencio. Ramones ha sido la banda cabecera de su vida, por si no lo había notado.
Como dijo Jorge Luis Borges, “uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído”. Esta entrevista empieza y termina en su biblioteca. En otro momento de la vida de Podestá, pudo haber comenzado en el segundo piso del bar Democrático.
La biblioteca, cuenta con entusiasmo, se fue tejiendo con autores de su gusto; libros de amigos y robados también, “como todos nosotros hemos robado libros” —asumo la complicidad y alguna que otra anécdota en conjunto—; los hay comprados y libros que no ha devuelto. “Un libro, además, te recomienda a otro y así a otro autor o autora”, afirma. Reconoce que a cada tanto, le gusta sentarse y contemplar los libros, lo que le provoca cierto placer; cuestión que al parecer es una constante de la pasión de los escritores hacia los textos. “Les paso el trapero, les saco el polvo. No los beso en todo caso (ríe). Les estoy ordenando constantemente. Si bien están ubicados por área, en este caso —indica— países: Rusia, España, Estados Unidos o Chile; después poesía y ensayo, para desembocar en Latinoamérica en general. Hay un Borges, otro por allá. Al final hice una categoría geográfica. Podría haber sido cualquier orden (piensa y sigue) …un orden más arbitrario por ejemplo, a través de las letras del alfabeto o por editoriales”, dice riendo.
Por ahí surge literatura nortina, de la clásica, con el Derroteros y Cangallas del taltaltino Mario Bahamonde. “Era de mi papá (el recordado sociólogo Juan José Podestá Arzubiaga), del cual lo heredé. Hay unas crónicas donde aparece Hemingway pescando en una costa peruana… (Hemingway visitó el sur peruano para pescar merlines)”.
Libros
Consultar libros al momento de escribir es una práctica de muchos escritores, Podestá reconoce que siempre hay textos que lo ayudan en imágenes, “a veces por pura intuición elijo un par de libros y con estos me pongo a escribir. Los pongo al lado. Por ejemplo, La Torre Oscura de Stephen King, la encontré en los libreros de Baquedano. Es un western bastante oscuro —dice refiriéndose al libro—. Marqué algunas páginas para emular ciertas imágenes que me llamaron la atención, así las traté de reproducir a mi modo”, indica.
Respecto a lo que está escribiendo, dice que está imbuido en algo, pero sólo en la parte inicial. “Me quedé con isla Podestá, siempre con la memoria —Isla Podestá evoca a una isla como campo de concentración—. Con Chonpen estoy en la parte dos, ahí me doy curso a todas las enfermedades mentales que a todos nos afectan. Es un delirio”, dice. Reconoce que Chonpen también marca un época suya, “donde yo estuve en el güeveo... Estoy pegado con la noche —elucubra con una gesticulación rápida— de manera literaria. Siempre he querido escribir sobre la noche; una suerte de gran ensayo sobre ésta y la literatura. La noche de Blest Gana, la de Fuguet, la de Lemebel, la de Manuel Rojas, la de María Luisa Bombal, son a fin de cuentas noches tan distintas. La noche de la Mistral. Chonpen bebe de ese material nocturno, y tengo harto material”.
Chonpen es un libro que gusta harto en las escuelas. Hay profesores que se atreven con autores del territorio, para ellos —dice— los méritos. “Algunos pendejos se vuelven locos. Uno en Tocopilla me regaló un parchecito de los Ramones, porque vio a uno de esos personajes en Tocopilla. Y me lo puso (el parche). Como que los niños disfrutan mucho. Se cagan de la risa. Me dicen que lo leyeron súper rápido, o que empezaron por las notas al pie de página y después hacia arriba. Sale un tema especial, del formato o no formato de hacer puras notas al pie”, asevera.
Ciudades
Juan José Podestá vive hace rato en Iquique, pero tiene la rareza a estas alturas de haber nacido en la ciudad de Alexis y Jodorowsky. “Me fui de Tocopilla rápidamente cuando niño. Siempre quedó pendiente el tema. Después volví un par de veces, hasta que definitivamente no volví. Ha sido muy lindo reencontrarme con Tocopilla, por el programa literario de un colegio. Me quedo en la casa de unos tíos. He ido a dar una vuelta durante esos días, pero la ciudad me entristeció. Mucho joven sin hacer nada a mediodía. Lo comparo con ese Iquique depreviso de los ochenta. La costa es oscura, escarpada y hasta sucia. La playa no se extiende como Cavancha. El mar es muy bravo. Mucho roquerío. Hay un fenómeno que me llamó la atención: los vertederos de refrigeradores o teles, cerca incluso de donde vivía Alexis Sánchez. Es una ciudad bastante extraña”, indica.
El narrador hace un alto en la conversación. Bebe un sorbo de agua. Interrumpe el sonido del celular. Dialoga. Volvemos a Iquique, donde ha vivido por al menos 20 años en el centro. “Yo salía mucho y nunca me pasó nada. Me venía del Democrático por Obispo Labbé a las tres o cuatro de la mañana. Por ahí uno ve caras peligrosas, pero nada. Y luego vino el estallido, y después se desoló con la pandemia. Aquí (indica) se armó una ciudad de migrantes (el campamento de migrantes de la plaza Brasil) donde se puso peligroso. Pasaban cosas brígidas... El centro actual está más vacío. Aquí, en general, se dan fenómenos raros en la noche, como pasó con el bar Mi otra casa. En un momento llevó tanta gente que empezaron a trasladarse prostitutas y travestis para ese sector de Baquedano. Fue raro, pero respondió a la necesidad del momento, o sea, fue una micromigración de la prostitución”, dice.
Muerte y amor
Después de pandemia, varios cuarentones y cincuentones ha partido por el temido Accidente Cerebrovascular o el ACV. Respecto a la muerte, reconoce que le genera pánico. “Se ha muerto mucha gente de los ambientes nocturnos. Yo lo atribuyo a que la generación de entre 40 y 60 años ha estado marcada por los excesos. En el Chile post dictadura los cabros se perdieron en una fiesta falsa. Eso se extendió hasta el 2010. Hay una tristeza generacional después de un despertar vacío tras chupar y jalar y otra parte de esa generación que es arribista, con personas despectivas, como algunos mineros que vemos acá con tremendos autos que apenas caben por la calle. Autos feos y aparatosos que ocupan toda la vereda”, indica.
El amor le parece un tema complicado (como el nombre de uno de sus libros de relatos). Dice que se ha pensado más romántico de lo que es, pero al final ha convivido más con la soledad. “La soledad es compleja, pero siempre lidié con ésta. Soy hijo único. Por motivos familiares tuve que reducir el mundo a mi yo. Esa manera de negociación con la soledad, ha hecho que de alguna forma el amor de pareja fuera una cosa no tan presente. He tenido parejas importantes. Tuve una ruptura el año pasado y he tomado decisiones. Ahora me estoy dedicando a leer y escribir. Salgo a caminar, me tomo un café, leo, me aplico. A las 19 horas me pongo a escribir… disfruto mucho cuando me acuesto y hago una paginita. Soy lento para escribir… de a poco hago la corrección sobre la misma pantalla”, afirma.
Lo único que no encaja de Podestá con Iquique, hay que decirlo, es su poco interés por el deporte iquiqueño, sustentado en ese relato —para algunos cansador— de la “Tierra de Campeones”. “No vibro con el fútbol, pero tengo respeto a Deportes Iquique. Me gusta cuando gana porque mis amigos se ponen contentos. No soy futbolero ni me gusta el box. Mi vida ha sido de espaldas al deporte”, reconoce Podestá, mientras bebe un sorbo de agua. Luego abre los ojos y me pregunta si sentí tal sonido. En tanto silencio, lo mínimo repercute. Se convence que es la abuelita, la que anda moviendo las puertas por su casa. Un poco de realismo mágico no está mal, para terminar aunque no diviso libros de García Márquez u otro de ese estilo en su torre de babel.
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Por Rodrigo Ramos Bañados