En el momento en que Carlos Germán Belli lee sus poemas ante un público, surge una potente onda expansiva ante nuestros atónitos oídos; acto seguido, en cuanto acaba la lectura, Belli se contrae.
A Belli, en la intimidad compartida, le cuesta mucho trabajo hablar. Desde hace más de treinta años conozco a Carlos Germán, primero de la época en que paraba en nuestra casa de Forest Hills, Nueva York, y luego, más recientemente, coincidiendo en encuentros y festivales de poesía a los que hemos sido invitados. Verlo es de inmediato sentir su presencia callada, la presencia de un habla que asiente y titubea, dice y se entrecorta, de repente ríe, y de repente un mecanismo comedido, lo obliga a cortar la risa. Ese modo de ser, ese comportamiento externo está, así lo veo, matizado por dos fuerzas quietamente volcánicas: la del amor a su familia, mujer, hijas, el hermano enfermo toda una vida, así como el amor a Javier Sologuren, su gran amigo, la natural cara mitad de su propia necesidad de armonía; y una segunda fuerza, la de su propio trabajo creador, incesante, sistemático, respetuoso de la modernidad y de la tradición.
Belli ha rehecho el Barroco español. Centrándose en poetas del siglo XVII considerados de segunda fila, enalteciéndolos con una justeza que los convierte en Primus Inter Pares con los Góngora y Quevedo, Belli renueva, en parte aligera, en gran medida adapta al momento histórico que le ha tocado vivir, aquella escritura abierta del Barroco, que aunque abierta se veía obligada a ceñirse a parámetros reducidos, tendientes a la fijeza, parámetros que en líneas generales no podían salirse ni superar, ora por el camino gongorino, ora por el conceptista, la recuperación del mundo clásico grecolatino. A Belli, unos de los padres constructores del Neo Barroco (padre que ya es hora aparezca al lado de Haroldo de Campos y de José Lezama Lima) le ha correspondido incrustar la risa más descarnada, la seriedad no sombría, sí acendrada, en el texto denso, proliferante y de más ardua lectura, que se identifica con el movimiento Neo Barroco.
Hijo de su tiempo, y padre de muchos poetas vivos o recién fallecidos de sus propios tiempos, Carlos Germán Belli nos ha traído a la poesía la visión múltiple, tantas veces desencajada, siempre desplazada, del momento histórico de las últimas décadas, momento cada vez más acelerado y difícil de captar, y por ende de trasladar, en cuanto creación, a la página escrita. La disimilitud, el horror, la aparente cuan falaz abundancia y variabilidad de todo lo que aparece a la vista del ciudadano de hoy, precisan de un Belli comedido y capaz de plantar un pie en la gran tradición de la lengua castellana, mientras mantiene plantado el otro pie, pie abierto, inconmensurable, en la más vanguardista y caótica, desparramada realidad. Fuerzas que Belli, como pocos, acata, redistribuye, y equilibra.
El hombre cauto que es Belli, a quien percibo como a alguien tocado por el ala de la inocencia, como a un ser rozado por algo delicadamente angelical, esta persona más bien tímida y cortada, que tiene una raíz nerviosa que ha sabido controlar para convivir
con su propio organismo nervioso, y así vivir en la salud dentro de una época más bien enferma, a su vez ha escrito, tajante y definitivo, versos que exploran lo más descarnado y visceral de ese cuerpo agitado y febril, ese cuerpo que pugna día a día entre enfermedad y salud, y que procura sobrevivir un día más, ¿para qué? Para cantar lo escatológico, y recuérdese que la escatología (del griego skata, excremento) alude a la vez a la vida venidera, y a las deyecciones que el cuerpo humano expulsa de continuo. Expulsión sin la cual, evidente, no hay salud; expulsión no paradisíaca sino infernal: de lo cotidiano infernal. Expulsión que un lenguaje irónico e intrépido, ceñido y de apariencia ortodoxa (aunque su verdad sea corrosiva y heterodoxa, correosa y transgresora) reinventa la visión visceral del cuerpo sin descartar flatos, movimientos peristálticos, bolos alimenticios, mejunjes compuestos de hedentina, sobaquina, hipos y abolladuras.
Súmese el modo característico que tiene Belli de hacer la revolución. No mediante panfletario y barato llamado a las armas, a la guerra guerrillera que tanto ha prometido y tan poco ha conseguido, sino contando, casi sotto vote, una historia familiar, familiar y peruana, peruana y universal, en la que los personajes son sus compañeros de oficina, sus hijas, y en las que se cantan en poemas liberatorios y de calidad incomparable, "los oficios hórridos humanos", al "filicida yo también, cual parricida soy, cual fratricida", de modo que la culpabilidad no exime al propio yo, y el oficio ganapán, tedioso y desgastador, no es experiencia de carne ajena sino propia: estamos ante el poeta ciudadano moderno, de cuello y corbata, por qué no, que a oscuras y segura hace su obra, simulacro de pequeñez, invención de realidad mayor, transfiguración sintáctica arriesgada. Invención, reinvención, de realidad mayoritaria, en el sentido de que en la poesía belliriana cabemos todos y todo cabe.
Poesía del plexiglás, de la cibernética, del "¡oh señora!", de las vitaminas, bah (pero mejor consumirlas) de los pobres y descuajaringados amanuenses, de los bofes y los coitos mentales, de las transformaciones clásicas a lo Proteo vía Ovidio, en que se muda en olmo, se convierte el yo poético en asno, y eso día a día y todos los días en cualquier día o instante, de modo que todo, tras la noche que nos esquiva, acaba "por ser día y olmo y asno".
Curioso este Carlos Germán Belli: persona recatada, casi esquiva, sumida en penumbras, que apenas desea aparecer, y que a la vez, desde su construida escritura, desde el natural artificio de su escritura, nos regala, agasajo y festín verbal, cuneiforme y asirio, castellano interior y universal, una poesía de pobres mientes, gusaneras, aparatos pesaletras, pequeños gritos aclaratorios y exclamatorios (ea, no mas sí, e hi, hi de perra, ingas que resultan más eróticos que incas) pequeños oficios entreverados de vientos notos y aquilones, ondosos claustros, turbios celofanes. Bárbaro y bacán este Carlos Germán Belli que, enfrentado a la "destrucción temida", y a la "muerte inoportuna", ha sabido conjurar en los talleres del tiempo, la punta (glande) de la pluma para forjar (eyaculación) la letra: letra oriunda, letra original y de larga traza, en la que el poeta, solo, y medio a oscuras, modesto y desapercibido, ha sabido hacer el papel del novio y de la Amada en el Amado transformada, transformación que constituye auténtica boda de la pluma y de la letra en esta época de hierro.
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Por
José Kozer
Publicado en "Carlos Germán Belli, un punto incandescente", 2021