Tengo que empezar diciendo “conocí a Jaime Laso” cuando hace tan poco que podía decir “lo conozco”. Hace sólo un par de veranos lo encontré por primera vez en casa del escritor Enrique Lafourcade devorando con intensa alegría un plato de erizos y un montón de ají colorado. Era pleno verano y mientras todos desfallecíamos de calor, él que venía de Haití, donde lo había designado el Ministerio de Relaciones, tiritaba de frío. Esa vez se habló de todo un poco. Quería saber de Chile, de su gente, de la literatura, a pesar que en este punto se ponía nostálgico, porque deseaba con todas sus fuerzas tener más tiempo para poder ser más escritor. Pero en el fondo de sus ojos azules, suaves, como de niño, en las tertulias interminables, se le iban afinando los temas con la eterna esperanza de concretarse. En un momento se le pasó lista a su Generación, la del 50 y aunque parezca increíble en boca de Jaime Laso no hubo un escritor que saliera mal parado, porque era por sobre todo un ser infinitamente cálido y jamás dejó de encontrarle el lado bueno a una persona.
El segundo encuentro lo tuvimos en agosto del año que recien pasó en la estación de Concepción, una mañana fría y lluviosa, al bajarnos del vagón donde iban los escritores del “Encuentro Latinoamericano” al sur de Chile. Allí nos reconocimos y pude ver durante el viaje cómo se ganaba el afecto de toda la delegación, sin excepciones. Naturalmente tranquilo y mejor para escuchar que para hablar también sacaba sus “gracias”, como un día almorzando en Penco, después del segundo plato de erizos que yo le veía y por supuesto un plato de ají rojo, se levantó de la mesa para cantar un tango con toda el alma. Y lo hizo tan bien que a punta de aplausos lo hicimos cantar otro.
Así lo seguí encontrando, adonde habia que felicitar y adonde había que consolar allí es-taba.
Un día le pedí un cuento inédito para En Viaje y me trajo Los Compañeros del Universo. Días más tarde me trajo su curriculum y era tan corto que me dio risa, porque había hecho tantas cosas en su vida y sin embargo todas las palabras que le sobraban para añadirle méritos a los demás le faltaban para hablar de sí mismo. Me confesó que la publicación de este cuento significaba para él una especie de retorno a las letras, por eso el mes pasado cuando apareció su cuento en esta revista lo llamé para avisarle que al fin estaba impreso, que la ilustración, que... pero no pude decirle nada, porque la noche antes había cerrado los ojos y el corazón le había impedido abrirlos nuevamente.
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El largo sueño de Jaime Laso
Por S.Q.R.
Publicado en En Viaje N°435, enero de 1970
