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        Jaime Huenún recupera la memoria de sus ancestros en nuevo libro
          "Reducciones", LOM 2012 
        Por Javier García
          La Tercera, 7 de Julio de 2013
          
         
        
          
        
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        El libro Reducciones, del poeta de ascendencia huilliche Jaime Luis Huenún, reúne varias voces y hechos históricos que, sumados a las certeras observaciones sobre un paisaje casi siempre ubicado en los alrededores de Osorno, componen una especie de álbum etnográfico cargado de sentido, belleza y nostalgia. Lo bello, como cabe suponer, no proviene de los episodios recopilados por el autor (muchos de ellos abordan la decadencia o el exterminio de la raza que alguna vez dominó estas tierras), sino de su pluma, la poesía y la prosa que dan vuelo a este testimonio original, profundo y valioso.
        Al principio del libro figuran ciertas alocuciones de curas de los siglos XVII y XIX, quienes pujan por imponer la religión católica a los supuestos salvajes. El primero de ellos, se diría que sin proponérselo, o al menos sin percatarse, transmite una loa fenomenal al idioma de los indios: “E fablan lingüa bárbara, / vuesa merced, / como cogida del rayo, / torcida reciamente /al modo de las frondas / en tierras de espesuras. / Non caigo en el sentido / desta idioma de árboles, / áspera como pellejo / de merino soleado”.
        Algo parecido hace el autor al entregar las definiciones en castellano de los varios términos en Che Sungún, “lengua de los hombres del sur, hablada masivamente por la población huilliche hasta comienzos del siglo XX”, que figuran en el libro. Además de acabar con un hermetismo innecesario, las traducciones le dan un carácter enciclopédico al trabajo de Huenún, que, en este caso, resulta atractivo, puesto que se trata de un ejercicio lateral de clara utilidad pública. Sin lugar a dudas un acto de acercamiento entre dos idiomas: uno vencido y otro vencedor.
        Episodios históricos, tal vez poco conocidos, como la matanza de Forrahue ocurrida en noviembre de 1912, o las catastróficas inundaciones de 1942, encuentran aquí una versión poética capaz de competir en verosimilitud y belleza expresiva con cualquier recuento existente. De esta última, un hablante dice: “Oh, santa / de mis huesos, sí /tierra / de mi nombre, / sálvanos. / Que ardiente es todavía / la placenta que te como, / ahora y en la hora / de los ahogados, / amén”.
        Brujos, borrachines, muchachas deseables, parientes y conocidos con nombres y apellidos, y hombres sabios de la tierra figuran entre las voces de Reducciones, en su mayoría espectros “de un pueblo ya sin bosques y sin armas, / cercado por tanquetas y bombas lacrimógenas / sentado en el banquillo del Juzgado de los Indios / de la modernidad”. Entre todos ellos resalta la figura de la abuela, por quien Huenún siente un cariño conmovedor, el mismo que, curiosamente, han expresado con similar gracia otros grandes artistas.
        “Provengo, por sangre paterna, de un tronco huilliche que aún mantiene un mermado asentamiento en los reductos de Quilacahuín, localidad ubicada a 35 kilómetros al noroeste de la ciudad de Osorno (…) El más laborioso de mis mayores, Enrique Aguas Huenún, se hacía acompañar por su mujer hasta una misteriosa bodega de la que volvía con botellas y una cesta repleta de manzanas. ‘Era que él tenía sus entierritos por ahí’, cuenta mi abuela. ‘Los antiguos eran gente muy pensada’, recuerda”.
        A través de documentos, testimonios, fotografías, autobiografía y voces mágicas, el libro Reducciones en cierta manera recompone 500 años de historia huilliche. El tono, lejos de ser quejumbroso o plañidero, se acerca más a la escritura de la Historia, así, con mayúscula. Y el resultado final de todo esto, lo sabrá quien lo lea, se confina sin lugar a dudas dentro de los límites de la genialidad.
         
         
        Jaime Luis Huenún,  pasaje de REDUCCIONES
        
         En la ruka de David
        Largos años esperé por mi subsidio, 
        hermanito.
        y el gobierno/ padre nuestro/ al fin me ha dado
          la casita que tanto soñé.
          Duro el piso es de tierra
          y de escombros,
          larga y verde ratonera en la techumbre
          /impermeable/
          hondo el fuego en el centro
          de mi gris ancianidad.
        Los posters de mis bandas favoritas
        RAMONES / THE CLASH / FISKALES AD HOK
        cuelgan ya tiznados de la tibia paja seca
        y mi honda originaria
        
        /el witruwe ancestral/
        aún me sirve para darles franca caza
        a vacas y avestruces
        
        en los fundos colindantes.
        En mi ruka
        el tiempo mira hacia el oriente
        -mis canciones al son de la montaña van-
        Aqui cocino / hablo / canto
        y me emborracho,
        aqui aprendo / recitando / viejos trucos
        de los wingkas literatis
        y escribo / por encargo de la CAM
        soñadas lyrics
        para el coro de las machis 
        del futuro Nguillatún cordillerano.
        Ya era hora de frenar mi lenta,
        inútil diáspora, hermanito, 
        mi eterno tour suicida
        por el ancho y sucio valle del Mapocho.
        /Ya era hora/
        El "Byron Araucano" me llamaron,
        los apostatas,
        El Sid Vicius de la poesía mapuche
        -me dijeron-,
        el aedo de las junglas de cemento,
        otro fiel representante
        de la más grosera de las tribus
        catastradas por el INE.
        Al final,
        de mis versos siempre hicieron
        /sin pudor ni parsimonia/
        una estrecha cueva de ladrones;
        mil lingüistas / reporteros / antropólogos
        me carnearon como jibaros
        el craneo.
        Conocí el estrellato de los perros,
        hermanito.
        a las groupies de Ñuñoa / Plaza Italia / de La Chimba
        inyectándose heroína y metafísica
        y esnifando en camerinos malolientes
        el polvillo adulterado del chamán.
        Es por eso
        que no estoy para tocatas
        ni tomas de terrenos,
        hermanito,
        ya no más enfrentamientos ni careos
        con soplones y testigos
        alquilados por la turbia y secreta PDI.
        Guardo entonces mis banderas
        / FOYEWENU /
        COLO COLO /
        en arcanos barretines de Lumaco
        y La Pintana;
        guardo en tierra las clavas de los toquis
        y los Comblain oxidados
        de la última batalla general en La Frontera.
        Ya vendran tiempos mejores,
        hermanito,
        para izar los sagrados estandartes
        en llanuras y montañas
        liberadas por los pewma
        de la Banca y la Escritura.
        Por ahora,
        ya sin broncas ni leyendas
        / ni tardíos 
        editores / 
        vuelvo a casa.
        Traduciendo mis poemas al spanglish,
        / al patois /
        
        y al sudado créole de las Antillas,
        vivo holgando de mis rentas
        / mis derechos /
        MI LEGÍTIMO KIMUN / MI RAKIZUAM