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Jaime Luis Huenún: "Me siento como un recolector literario"
La calle Mandelstam y otros territorios apócrifos, Fondo de Cultura Económica, Santiago, 2016. 128 págs.

Por Pedro Pablo Guerrero
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio,
domingo 26 de junio de 2016




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Amortiguado por el doble vidrio, el ruido de un bombo que alguien golpea en el Paseo Ahumada sube hasta la oficina del noveno piso que le prestaron para dar la entrevista. Jaime Luis Huenún trabaja en el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes hace dos años. Es el encargado del área de pueblos originarios en la Región Metropolitana. "Un trabajo de funcionario, pero también en terreno: tengo que salir mucho a las comunas y dialogar con las comunidades indígenas", explica.

Son pasadas las seis. Salvo el personal de aseo, ya no queda nadie más en la oficina. Mientras toma café, habla de su paulatino acercamiento a la capital. "He ido trepando por Chile, de una manera lenta pero segura. Huenún trepa por Chile. Huenún el trepador", bromea con su voz profunda, de bajo o locutor. Recuerda que nació en Valdivia el año 1967, y que sus padres se lo llevaron a Osorno cuando era todavía guagua. Vivió hasta los 20 años en esa ciudad, donde inició estudios de pedagogía en Castellano. Luego se fue a Temuco. Catorce años permaneció en La Araucanía. Se desplazó por todo ese territorio en diferentes proyectos y búsquedas, personales y de trabajo. Se casó con la poeta Maribel Mora Curriao, tuvo tres hijos y le ganó dos veces al cáncer. Publicó su primer libro, Ceremonias, en 1999. El segundo, Puerto Trakl, en 2001. Dos años más tarde obtuvo el Premio Pablo Neruda de Poesía Joven y, en 2005, la beca de la Fundación Guggenheim de Nueva York. Por razones familiares y laborales, llegó en 2006 a Santiago. Su libro Reducciones mereció en 2013 el Premio a la Mejor Obra Poética Editada, que otorga el Consejo Nacional del Libro y la Lectura.

-El desplazamiento, en términos biográficos, ha estado siempre presente -observa Huenún-. Y este viaje ha sido tanto en condiciones precarias como en otras un poco más holgadas. Hoy día la precariedad que me aqueja tiene que ver con una carencia de ciertos tiempos para desarrollar más trabajos literarios, pero también la necesidad, no satisfecha, de tener un acceso cotidiano a mis lugares de origen y crecimiento, que básicamente están en el sur.

Huenún era una figura emergente en el movimiento literario mapuche que eclosionó a fines de los años 80, junto a nombres más conocidos, como los de Leonel Lienlaf y Elicura Chihuailaf. Grupo de poetas que alcanzó su consagración en el Zugutrawn o Encuentro en la Palabra realizado en Temuco el año 1994, al que también asistieron Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Jorge Teillier, Armando Uribe y Gonzalo Millán. Por esos años, era vox populi el carácter confrontacional, incluso belicoso de Huenún, quien se enfrentó más de una vez, y no solo verbalmente, con otros escritores. Todos sabían, por ejemplo, de sus polémicas con Chihuailaf, al que acusaba de idealizar un mundo indígena rural ya desaparecido, en contraposición a las nuevas realidades de mestizaje y marginalidad urbana.

Hoy, en cambio, Huenún se mantiene alejado de estas escaramuzas. "Creo que era por la testosterona literaria de la juventud, que a veces es incontrolable. Hay algunos a quienes se les quita y a otros se les exacerba con los años", comenta.


Mandelstam, el poeta contra el poder

Hace unos meses, el poeta y editor Carlos Decap y Julio Sau, gerente del Fondo de Cultura Económica, invitaron a Huenún a editar un libro en el sello mexicano. El autor acababa de terminar La calle Mandelstam, breve poemario que había empezado a escribir en 2014. Les propuso, entonces, publicarlo junto a dos títulos anteriores: Puerto Trakl y Fanon city meu (2014). "Los tres libros son, en términos de enfoque y de lenguaje, primos hermanos. Todos refieren un espacio ficcional y tratan sobre algunos temas y personajes reconocibles vinculados a la poesía, la política y la historia occidental del siglo XX", explica.

Si el primero de los textos reunidos fue escrito bajo la advocación del poeta austriaco muerto en 1914, y el segundo tuvo al psiquiatra, revolucionario y escritor martiniqués Frantz Fanon como "ángel tutelar" (expresión de Grínor Rojo en el prólogo), La calle Mandelstam escoge la figura del poeta ruso Osip Mandelstam, desaparecido en un campo de trabajos forzados el año 1938. El título corresponde a un poema de Cuadernos de Vorónezh (1935): "¿Qué calle es ésta?/ La calle Mandelstam./ Qué apellido más espantoso:/ Si no lo aireas/ Suena curvo y no recto".

- ¿Qué le interesó específicamente de la obra y la vida de este autor?
- Mandelstam representa, como casi ningún otro poeta de la mitad del siglo XX, la tragedia del exilio, la persecución y la desaparición forzada en un ámbito donde primaron, como en muchos otros países de distintos signos políticos, el terror de Estado, la obsecuencia social, la delación generalizada y el uso de la utopía política como estrategia de control colectivo. Los procedimientos del régimen estalinista no son, por supuesto, algo nuevo en la historia de la humanidad. Esos mismos o parecidos modos de operar fueron y siguen siendo usados por incontables gobiernos y poderes económicos y religiosos. Lo que me interesó del destino prematuramente condenado de Mandelstam fue la confrontación secreta entre el poder de la poesía y el totalitario poder político y policial. Diríase que Mandelstam se vio enfrentado de un modo casi novelesco a su poderoso doble: Iosif u Osip Stalin.

Esencial fue para Huenún la figura de Nadiezhda Mandelstam, viuda del poeta y autora del estremecedor libro de memorias Contra toda esperanza (Acantilado). "Ella dice que su marido estaba convencido de lo siguiente: si por la poesía matan, eso significa que se le rinde el debido respeto, eso significa que se le teme y, por lo tanto, la poesía es poder", comenta Huenún.

"También me interesó sobremanera esa relación de amor conmovedora y aparentemente irracional que Nadiezhda mantuvo con él, acompañándolo en las diversas paradas del exilio interno a que fue sometido y resguardando en su prodigiosa memoria, como en una infranqueable fortaleza, los poemas que el NKVD, la policía secreta soviética, quemaba o requisaba en los sucesivos allanamientos de los que fueron víctimas".

- En un gesto desacostumbrado en sus libros, ahora pone una dedicatoria personal: a su hijo Diego Sebastián Amaru. ¿Por qué lo llama "compañero y guía de este viaje"?
-Prácticamente ningún libro se crea desde la nada. En este caso, se fue generando a partir de conversaciones con mi hijo menor, de 15 años. Diego es un niño con síndrome de Asperger moderado, que tiene un alto coeficiente intelectual. Él se concentra durante ciertos períodos en temáticas determinadas, y en algún momento se enfocó en la historia de la Unión Soviética, desde la Revolución en adelante. Tuvimos muchas conversaciones, porque yo estaba muy metido en el tema de Mandelstam. Intercambiamos bastante información. Le presté el libro de Nadiezhda y yo pude leer muchos textos que él me recomendó. Se merecía estar en la dedicatoria.

"Lo que bota el rico lo recoge el pobre"

- A propósito de "Fanon city meu", Grínor Rojo afirma que usted dio "un giro de 180 grados" respecto de "Puerto Trakl" y que ese libro ampliaba el horizonte de su poesía y el de la poesía chilena, tornándolo planetario. Llega a comparar su caso con Vicente Huidobro y la escritura de "Ecuatorial". ¿Está de acuerdo?
- Como sabes, mi otra línea de trabajo es una escritura poética arraigada en la memoria histórica y familiar mapuche y mestiza, especialmente del sur de Chile, en donde se inscriben mis libros Ceremonias y Reducciones. En este marco de escrituras que avanzan paralelamente, no me interesa para nada crear tendencias o escuelas literarias, sino más bien construir mundos poéticos porosos y cambiantes. Mi poesía es un mapa ficticio en construcción, basado en lecturas, obsesiones y alucinaciones personales que van entroncadas a sujetos y situaciones verificables. Me veo entonces más bien como un recolector literario, un sujeto que recicla lenguajes escritos y orales, basando esta labor en una especie de dicho o proverbio que mi abuela paterna solía esgrimir: "Lo que bota el rico, lo recoge el pobre". En ese sentido no me interesa la soberbia monumentalidad que entraña crear objetos literarios de la nada. Creo que finalmente una obra poética surge directa o indirectamente de otras, y prueba su vigencia y su valor sobreviviendo a los inevitables embates del tiempo y la necesidad que una o varias comunidades tengan de ella. Ninguno de esos dos factores está bajo el control del escritor.

En los últimos dos libros de Huenún se aprecia una creciente autocrítica sobre la condición del poeta en la sociedad y sus expectativas de éxito. Si en Fanon city meu alguien reclama "No le pidan más dinero a la poesía", en  La calle Mandelstam el hablante dice: "No hay quizá nada peor/ que el que busca fama y gloria/ escribiendo poesía".

- En nuestro contexto neoliberal creo que el poeta ha devenido en un personaje que se hace notar más por sus excentricidades e intervenciones mediáticas que por su obra -afirma Huenún-. Ya en 1975 el poeta italiano Eugenio Montale se preguntaba si la poesía todavía era posible en una civilización consumista, de comunicaciones y espectáculos masivos. Y su respuesta, provisoria pero no por eso menos atendible, fue definirla como la más discreta de las artes, inmersa en un panorama general de exhibicionismo histérico. A mi juicio, la poesía tiene cada vez menos receptores atentos, aunque se publiquen cientos de libros del género al año. La sociedad del espectáculo, la ganancia y la competencia en la que vivimos, borra los contenidos y las formas de esos libros privilegiando generalmente factores y elementos sujetos a los mandatos del gusto y de la moda. La potencia de la poesía, que podríamos tentativamente resumir en cierta originalidad verbal para narrar, cantar y cuestionar la realidad y el mundo, es desactivada y conducida a espacios muy reducidos del quehacer cultural. Por lo mismo, es impensable que un poema altere hoy el orden establecido, al menos en sociedades donde el poder real lo tienen tecnócratas, inversionistas, publicistas y banqueros.

- ¿La poesía, entonces, tiene los días contados?
- No creo que la poesía tenga los días contados. Más bien afina casi en secreto sus lenguajes y visiones para atestiguar las interminables crisis y las escasas epifanías humanas.



 

 

 

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La calle Mandelstam y otros territorios apócrifos, Fondo de Cultura Económica, Santiago, 2016. 128 págs.
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