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Jaime Luis Huenún se tutea con las estrellas:
Trakl, Fanon y Mandelstam

Sobre La calle Mandelstam y otros territorios apócrifos,
FCE, Santiago, 2016, 132 páginas.

Por Bernardo González Koppmann




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“Oh, jilguero que inclinas
la cabeza y el vuelo
hacia los monasterios
sin campana ni grey”
JLH

 

Poesía inútil

Al leer los tres libro reunidos de JLH (Valdivia, 1967) que componen La calle Mandelstam y otros territorios apócrifos -Puerto Trakl, Fanon city meu y La calle Mandelstam, para ser más precisos- creo encontrar en ellos un hilo conductor que los enhebra. Se trata ni más ni menos que instalar al poeta como sujeto protagónico en este periplo por tres temples disímiles, ambientados en contextos y espacios diversos, aunque sí conectados por el mismo personaje en cuestión; así descubriremos en todos los casos un ser humano excluido, angustiado, en busca de un destino cada vez más incierto. Al acompañar a este vagabundo  ilustrado en sus merodeos pareciera evidente concluir que el mundo no está hecho, ahora ni nunca, para que conviva ni de cerca ni de lejos con el arte, ni menos con las bellas letras. Sin embargo, y he ahí lo conmovedor, los poetas de todos los tiempos consumidos por un fuego interno, cual Prometeo, persisten en el oficio de “las palabras que van a dar al río / de una poesía inútil” (26). ¿Qué otro destino podría tener la poesía, la auténtica poesía, para que nos mueva de tal manera a ese amor ciego o chifladura si no es la inutilidad, la incandescencia, lo insondable o la gratuidad del don de escribir? Si la poesía tuviera un rédito automático como lo tiene un cilindro de gas o unos calcetines de seda o de lana, seguramente no nos movería hasta el límite del heroísmo o el suicidio, el combate o el abandono absoluto a su encanto y sortilegio, como lo comprobamos en este trabajo. Nada más parecido al oficio del poeta que la polilla acercándose a la lámpara, impávida, hasta su exterminio. “No le pidan más dinero a la poesía, / no más viajes y subsidios, no más luces; / ya la pobre se ha quedado en banca rota, / ni una papa encontrarán en su alacena. / Déjenla que se vaya por el mundo, / toda coja, toda enclenque, toda coja / vieja, sola y afirmada en su bastón. / Se acabó la bonanza, proxenetas, / oh, malditos desleales, azulosos / y barbudos palabreros del montón” (73).


Puerto Trakl (2001)

Veamos uno por uno estos textos. Primeramente, Puerto Trakl (2001). Aquí nos encontramos emplazados en un fondeadero y caleta de pescadores donde llega nuestro personaje en busca de desahogo para las apetencias del cuerpo y del espíritu, en ese mismo orden. Lo vamos a observar con atención, como a todo forastero que llega de repente a un pueblo. Viene embarcado desde el otro lado del orbe. Recorriendo el paraje se va percatando que está rodeado de relegados voluntarios e involuntarios de todas las latitudes y condiciones, redescubriéndose apátrida e indocumentado, pequeño e indefenso ante la brutalidad y barbarie de sus congéneres y contertulios. “Perdí mi idioma en la costa  / ceniza de Trakl” (32). Luego de profusas reflexiones que decantan en sentencias breves y precisas - “A Puerto Trakl los poetas vienen a morir” (17) - decide levar anclas y emprender la retirada hacia otro lugar menos exigente y peligroso donde pueda restaurar su identidad fracturada. Durante la lectura de este aparatado asocié inevitablemente a Puerto Trakl con cualquier bar místico o prostíbulo con vista al mar, reparadito y bien surtido, de una ensenada o una localidad costina en cualquier día de semana, cubierto el horizonte por una niebla espesa, tupida, emanando por ahí como a la buena de Dios un tenue aroma de ponche de picoroco. “Faroles a lo lejos / cobijan mi destino: un bar de vagabundos / donde todo fin comienza / con un sueño imposible de recordar” (26). Es la libertad que uno se toma de imaginar o interpretar estas imágenes insensatamente; ejercicio, por lo demás, que nos permite la notable poesía a que nos tiene acostumbrado JH. Haga usted, avispado lector, otro tanto.


Fanon city meu (2014)

En una segunda estación, desembocamos abruptamente en Fanon city meu (2014). “Entonces caímos en Ciudad Fanon / como lentos, blanquísimos cuervos / sobre un quemado maizal” (47). Siguiendo con este itinerario ahora me figuro a nuestro bardo - poeta en tiempos de penurias, al fin y al cabo - llegando a una ciudad convulsionada, inubicable pero perfectamente reconocible en los cinco continentes, donde experimenta en carne viva la vuelta de carnero de innúmeros paradigmas modernos y contemporáneos, tanto sacros como profanos. Comprueba aquí abruptos cambios de roles y costumbres, donde los héroes de las revoluciones proletarias se aburguesan, pasando a dirigir empresas públicas y privadas que lucran con las heces y las sombras de Rugama, el Ché, Moctezuma, Abebe Abikila, Abimael Guzmán y otros. El poeta en este escenario se siente despavorido; ha huido de las llamas para caer en las brazas. “Desde entonces caminamos sin destino / por los guetos y las ferias / de los zambos cimarrones / Y en la noche robamos las monedas / a la sucia y fea fuente / de las viejas utopías” (56).

En este contexto el protagonista en cuestión deambula por la marginalia social y cultural de todas las fronteras; pero, definitivamente se chorea; siente el pavor del vacío existencial acosado por lobos. “Bandadas de sicarios / rodearon mi edificio” (60). Pesca sus monos y se retrotrae; se enclaustra en aquel remoto oficio poético que desde hace milenios acompaña al homo sapiens y que aún, a pesar de los pesares, da algunos relumbrones de esperanza en medio del tráfico y el tráfago de culturas clásicas, emergentes o recicladas. Se despide de Ciudad Fanon con estos versos: “No vivo ya en mi alma, camaradas, / mi piel no da la luz que la muerte necesita. / Disperso, confundido, / mi canto busca a tientas / la cura de las sombras, la ley del vaticinio. / Adieu madras, adieu foulards, / adieu, adieu” (81). Conjeturo que nuestro rapsoda bohemio calma las pasiones antes y durante el nuevo viaje, y, ahora, cual viejo Ulises siempre en regreso a la Ítaca de sus sueños, la poesía, emigra sereno y sabio a territorios más templados y más calmos, donde desandando las escaramuzas de tantos combates estéticos, sociales, económicos, militares, ideológicos, holísticos todos en definitiva, vislumbre de nuevo “el terrible resplandor de nuestra historia” (81). Veamos qué pasa en el próximo capítulo, o libro en este caso. Disculpen la volada. Bueno, son las licencias a que nos precipita la buena poesía, reitero.


La calle Mandelstam (2016)

De improviso, el protagonista de esta saga se encuentra habitando en La calle Mandelstam (2016) ¿De qué pueblo o ciudad es esta calle? De cualquier aldea o metrópolis donde un poeta escriba su íntima verdad, sin presión extraliteraria alguna. “Permanece tranquilo, / enciende tu cigarro / y aprende a recorrer / con trémulos sentidos / la patria del sudor, / la fatiga y el sueño” (110). El territorio de sus afectos, el rincón más íntimo para el protagonista de esta travesía se empieza a revelar como la mudez total. “Ahora mi patria es silencio” (37). Suponemos que el poeta ya choqueado con el rumbo que ha tomado la humanidad, se ha refugiado en la poesía como último bastión para resistir a la barbarie contemporánea. Pasan las ideologías nefastas, las tiranías, los muros, los cantos de sirena, los himnos de guerra oídos oculto el cuarto del fondo de la casa que lo alberga. Desde ahí escribe a los que van sufriendo, con el alma atiborrada de penas y miedo, por las veredas chuecas del destino; canta intentando recomponer lo absurdo, lo descalabrado, lo inverosímil del paisaje de postguerra. “El hielo que detiene el pensamiento / no suspende todavía / el pausado y blanco vuelo / de las grulla” (96).  Y, sin embargo, la desgracia nuevamente lo persigue, lo acorrala, lo saca a culatazos a la intemperie. De nada sirvió relegarse cada vez más hacia la región de sus hallazgos, hacia el país de las sombras largas; el miedo, los fundamentalismos, el fanatismo extremo lo coarta y lo envían a otro espacio desde donde contempla todo invertido. O, lisa y llanamente, no contempla con las categorías de un ciudadano común y corriente, porque este trance el hombre-poetase transforma en visionario. “Contemplad en las barracas con paciencia / la nevada que atraviesan las cigüeñas, / persiguiendo a altas horas de la noche / el rojizo firmamento del oriente” (100). Y he aquí que cuando todo parecía perdido, cuando sus papeles era requisados, sus apuntes quemados, sus manos cortadas, realiza una última movida maestra; ante tanta indiferencia y maltrato físico y sicológico de los poderes fácticos de la tierra, opta por esfumarse y fugarse hacia la eternidad en un rayo de sol. Se hace polvo de estrellas. “Los poetas, la verdad, / no salen en las fotos. / Una niebla los oculta, / otra luz los difumina. / Los poetas, la verdad, / son tragados por las nubes” (109). Y mientras los imperios y las dictaduras van mordiendo el polvo de la derrota una tras otra y sus soldaditos de plomo van cayendo como pepas de sandía a las zanjas de los estercoleros, la voz del poeta se vuelve a escuchar desde todas las cosas. La muerte aparente del bardo resucitará como todas las obras hechas con el fervor del enamorado. “Convencido de su tono, / del olímpico fulgor de sus palabras, / se diría que está listo / para un sitio distinguido / en la morgue luminosa / de la eternidad” ((99).


Final
Concluimos este comentario a La calle Mandelstam y otros territorios apócrifos, de JLH, reafirmando la primera idea expuesta al inicio de la presente reseña, respecto a la aparente inutilidad de la poesía. Hemos visto como el poeta vagabundo, protagonista de esta odisea, emigra en el primer cuerpo de la obra desde un puerto denigrante a una ciudad caótica, y desde allí a una tercera estación localizada en una aldea nórdica, aparentemente, donde nuestro protagonista fallece y resucita en la lucha de los pueblos libres que conservan sus textos y su memoria. Aunque sea en otro idioma. “Los trabajos de la muerte son inútiles. / Lo prueban los jilgueros / que atraviesan ilesos los combates / guardando en sus gargantas / las palabras que escribimos día y noche / para la eternidad… / La extinción es terrible y momentánea… / Pero todo se rehace entre escombros / una y otra vez, / las palabras sobre todo” (121). Nada que decir; flor de libro.


Talca, 18 julio 2016.



 

 

 

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Sobre La calle Mandelstam y otros territorios apócrifos, FCE, Santiago, 2016, 132 páginas.
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