Martínez, el poeta invisible
Por Francisca Babul
La Tercera Cultura, sábado 27 de septiembre de 2008
"Tenemos el pasado detrás de nosotros, el porvenir por delante. No se ve el porvenir, sí se ve el pasado. Es curioso, porque no tenemos ojos en la espalda". Asertos como este abundan en La nueva novela, debut del porteño Juan Luis Martínez (1942-1993). Ignorado por la crítica en su momento, hoy se encumbra como uno de los poetas más lúcidos y arriesgados de su generación: su obra es objeto de estudio en Chile y en el extranjero, y sus libros están entre los más caros de la poesía chilena.
Juan Luis Martínez nació en Valparaíso, en el seno de una familia conservadora, y ya a los 15 años abandonaba el colegio. El inicio de su vida literaria puede fecharse en 1971, cuando escribe Pequeña cosmología práctica. A pesar de sus expectativas, el libro es rechazado por varias editoriales hasta que el poeta decide autoeditarlo con el título La nueva novela, en 1977. "La primera edición se concibió de manera artesanal, en planchas de papel, la hicimos a mano, línea por línea", relata su viuda, Eliana Rodríguez.
El esfuerzo no fue en vano. A 30 años de su primera edición, se ha instalado como emblema del cruce de referencias y formatos. Por cierto, La nueva novela no es una novela, sino un gran collage poético donde caben citas reales e imaginarias, silogismos, problemas aritméticos, fotos, dibujos y páginas en blanco. Una obra inclasificable, que rompe los límites entre la escritura y la visualidad. Un libro-objeto.
Fue tal el desconcierto que generó el libro en su minuto, que el académico Luis Vargas Saavedra creyó que Martínez era un alter ego de Enrique Lihn. A juicio de su viuda, Martínez era "un adelantado. Y estaba consciente de ello: siempre pensó que sería reconocido dentro de 20 años. Yo le llevé el manuscrito a Ignacio Valente, quien me dijo 'no sé qué pretende su marido'. No lo entendió". Tampoco Braulio Arenas, que acusó al poeta de saqueo intelectual.
Al mismo tiempo, la crítica de la época consagraba a Raúl Zurita, amigo y cuñado de Martínez. Por años vivieron en la misma casa en Concón: se turnaban para usar la máquina de escribir e intercambiaban opiniones sobre sus textos, en una relación casi de maestro y discípulo. Sin embargo, la amistad acabó por fracturarse: Zurita se separó de la hermana de Martínez y se instaló, visiblemente, en la escena literaria. Si bien ambos evitaron referirse al tema, el caso es que Zurita ganó la partida: Martínez no logró superar su propio fantasma y su alumno se convirtió en un "superpoeta", como lo bautizó Rodrigo Lira.
"Valente leyó de forma católica la obra de Zurita (el sufrimiento, lo mesiánico, la trascendencia, etc.), cosa que no debe extrañar, pues algo similar hizo con Nicanor Parra. Que no haya sido capaz de valorar la obra de Martínez, demuestra que esta se desmarca de las formas tradicionales de leer poesía en Chile", afirma el poeta Matías Ayala.
Pero la radicalidad no sólo superó a la crítica, también a los lectores. El caso de La nueva novela es paradigmático: su título es confuso, está firmado dos veces (por Juan Luis Martínez y Juan de Dios Martínez) y, por si no bastara, los nombres están tachados. Con este gesto, Martínez niega la noción de autor.
En su siguiente obra, La poesía chilena (1978), su gesto es aún más radical: se trata de una pequeña caja negra que contiene una bolsita de "tierra del valle central" y un texto que dice: "Existe la prohibición de cruzar una línea que sólo es imaginaria/ (La última posibilidad de franquear ese límite se concretaría mediante la violencia):/ Ya en ese límite, mi padre muerto me entrega estos papeles". Entre ellos hay un conjunto de fichas que reseñan cuatro poemas: Los sonetos de la muerte, de Mistral; Solo la muerte, de Neruda; Poesía funeraria, de De Rokha, y Coronación de la muerte, de Huidobro, junto a banderitas chilenas y el certificado de defunción de los cuatro, más el de Martínez. La recepción crítica fue casi inexistente.
"La obra de Martínez es una de las más excéntricas, no sólo de la poesía chilena de los 70 y 80, sino de la historia de la literatura hispanoamericana", subraya Ayala.
Ermitaño y huidizo, el poeta tampoco colaboró mucho en difundir su trabajo: no le gustaban las entrevistas y vendía sus trabajos personalmente en su librería de Viña del Mar. Sin embargo, su nombre y su obra se ganaron un lugar insustituible en la literatura chilena, que ha ido ganando adeptos: en 2003 la UDP recogió sus textos inéditos en Poemas del otro, mientras los ejemplares de La nueva novela y La poesía chilena pueden superar los $ 200.000 en internet o en librerías de viejo.