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Juan Luis Martínez

Por Diego Zuñiga
Publicado en Letras Libres. 12 de Febrero de 2015


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A veces un acento puede cambiarlo todo: un nombre propio, o si vamos un poco más lejos, la autoría de una obra. Pero no me adelanto. Debo presentar primero a los protagonistas: Juan Luis Martínez, poeta chileno que publicó dos libros inclasificables a fines de los setenta  –La nueva novela  y  La poesía chilena– y luego guardó un silencio casi absoluto hasta su muerte en 1993. Juan Luis Martinez (sin tilde), poeta catalán-suizo que publicó un par de libros de poesía entre los setenta y los ochenta, y que en 1993 decidió guardar silencio –un silencio casi absoluto– para dedicarse a trabajar en la Cruz Roja y recorrer el mundo.

Juan Luis Martínez y Juan Luis Martinez.

Esta es la historia de cómo estos dos hombres, separados por una vida y una tilde, se terminaron encontrando, a pesar de que nunca se conocieron. Aunque en realidad, esta es la historia de Juan Luis Martínez, con tilde, ese al que le bastaron dos libros para volverse un imprescindible de la poesía chilena.

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Finales de los años cincuenta, principios de los sesenta. Es la ciudad costera de Viña del Mar, a poco más de una hora de Santiago. Un lugar tranquilo, en donde todos se conocen, o en donde al menos todos conocen a Juan Luis Martínez Holger, que nació el 7 de julio de 1942 en la ciudad vecina de Valparaíso, pero que pasa su juventud recorriendo las calles de Viña del Mar en una motoneta BMW. El “Loco Martínez”, le dicen. Ese que después de abandonar el colegio y formarse en la calle anda buscando peleas. Una suerte de Rusty James: así pasea Martínez –con su chaqueta de cuero y el largo pelo rubio casi hasta la cintura, delgado, alto, más de un metro ochenta, como un vikingo– encima de su moto provocando a los policías, que desean cortarle el pelo, que lo persiguen, que lo vigilan. No toleran que ande con tanto desparpajo, pero tampoco lo detienen: saben que es hijo de un hombre con dinero, Luis Martínez Villablanca, gerente general de la Compañía Sudamericana de Vapores, la más grande y antigua de Latinoamérica.

– En mi primera juventud fui un sujeto bastante rebelde, y llevé mi vida hasta los márgenes sociales. Buscaba algo que ni siquiera sabía bien qué era –dijo Martínez en una de las pocas entrevistas que dio.

Así fue hasta que tuvo un accidente en la motocicleta.

– La rodilla se le hizo polvo –cuenta Eliana Rodríguez, su viuda–. Cerca de donde sucedió el accidente había una gasolinera a la que Juan Luis iba siempre. Como lo conocían, lo llevaron inmediatamente a la clínica.

Martínez tiene diecisiete años y la larga convalecencia de aquel incidente le cambia la vida. Gracias a su madre descubre la lectura, lee  Altazor  de Vicente Huidobro y, entonces, empieza todo.

Decide bajar los decibeles justo en esa época, cuando su familia se arruina. Las cosas cambian. Son los primeros años de la década del sesenta. Martínez pasa el tiempo leyendo. Escribe en secreto. Deambula por los cafés y bares de Valparaíso y Viña del Mar. Conoce a otros poetas, entre ellos a un jovencísimo Raúl Zurita.

–Yo tenía 19 años cuando nos presentó un profesor de literatura y nos hicimos amigos –explica Zurita, quien se casa al poco tiempo con Miriam Martínez, hermana de Juan Luis, y se van a vivir todos juntos a una casa que tiene el padre de Juan Luis y Miriam en Concón, un pueblo costero que queda a unos kilómetros de Viña del Mar. “Era una casa infinita que empezaba en el bosque y terminaba en el mar”, escribió alguna vez la artista y poeta Cecilia Vicuña, quien en esos años vive a pocas cuadras de ahí, junto al artista y poeta Claudio Bertoni. Unos metros más allá, también está la joven poeta Soledad Fariña. Ninguno se conoce, todos trabajan en sus primeros libros. Raúl Zurita escribe los poemas que conformarán ese libro impresionante que será  Purgatorio  (1979) y Juan Luis Martínez trabaja en un proyecto nada sencillo de explicar. Un libro de poesía, pero en el que casi no hay poemas tradicionales. Un libro inclasificable.

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Es difícil asegurar en qué momento Juan Luis Martínez empezó a escribir  La nueva novela. Utilizar el verbo escribir, además, también resulta complejo pues La nueva novela no es un libro de poesía en el sentido convencional, es un libro hecho de escombros: poemas memorables en verso, problemas matemáticos y físicos, acertijos lingüísticos, collages, recortes de enciclopedias, textos –muchos de ellos citas encubiertas– en prosa y en verso y en más de cinco idiomas, una bandera de papel de arroz, dos anzuelos, un impreso chino original... Pero me quedo corto al momento de describir todo lo que hay en La nueva novela. Por eso resulta difícil pensar cuándo realmente empezó a escribirla, montarla/armarla. Martínez la fechó en 1968, es decir, poco antes de conocer a Eliana, casarse con ella e irse vivir a Concón, donde trabaja su libro en aquella máquina de escribir eléctrica que comparte con Zurita.

Aunque es una época de precariedades económicas, Martínez no deja de escribir: intercambia textos con Zurita, se leen, se influyen y él va entendiendo lentamente que su libro ya está listo, que es hora de publicarlo. En ese momento tiene el título mallarmeano de Pequeña cosmogonía práctica.

Junto a Eliana viaja a Santiago en 1971 y deja el manuscrito en la Editorial Universitaria, una de las más importantes de aquellos años. Lo lee Pedro Lastra –poeta, académico y editor– y dice que sí, que hay que publicarlo. Martínez se entusiasma. Sin embargo, la editorial le pide que cambie algunas cosas. Él no está dispuesto.

–No tienes por qué dejar que mutilen tu trabajo –le dice su mujer.

Un año después, junto con Zurita se inscribe en el taller literario de Enrique Lihn, quien para ese entonces es ya uno de los poetas chilenos más respetados. En realidad ellos casi no asisten, pero se apuntan porque hay una beca en dinero por participar.

– Viajábamos a Santiago solo a cobrar la plata. Nosotros considerábamos que nuestra poesía marcaba un quiebre con las antiguas generaciones de poetas –dijo Martínez una vez.

Y aquello, aunque suene grandilocuente, iba a ser cierto.

–Juan Luis estaba consciente de su talento. Entendía la poesía como un corpus de citas, por eso La nueva novela es tan sorprendente: él ordenaba las citas y los textos de forma increíble. Era un lector impresionante –afirma Zurita.

Si bien su poesía marca un quiebre, también pueden rastrearse en ella influencias de la tradición chilena: desde la poesía de Huidobro hasta los Quebrantahuesos de Parra, Lihn y Alejandro Jodorowsky, pasando por ese libro deslumbrante y secreto que es  Las ferreterías del cielo (1955), de Arturo Alcayaga Vicuña. Y los Artefactos de Parra, claro, que se publicaría años antes que La nueva novela, que aparecerá finalmente en 1977, pero no por Editorial Universitaria –Martínez se resistió a hacer los cambios–. Pero me estoy adelantando de nuevo.

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El 11 de septiembre de 1973, ocurrió el golpe de Estado y todo se vino abajo. La dictadura cambió todo: el paisaje, la vida cotidiana, el futuro. Se instaló la violencia y aquello no dejó indiferente a Martínez, cuya vida discurre en esos años entre Santiago, Viña del Mar, Concón y Villa Alemana, mientras sigue trabajando en La nueva novela, que para este momento ya tiene ese título. Eso lo sabe. También sabe que hará una autoedición, pues nadie se atreverá a publicar el libro. Ha decidido, además, poner dos anzuelos en la página 75 y ha elegido la imagen de portada: unas casas blancas que parecen haber sobrevivido a una catástrofe. Pero falta algo: Martínez quiere conseguir una bandera de Chile hecha con papel de arroz, el tipo de papel con que se hacían en ese entonces los volantines –las cometas–, quiere que cada ejemplar de La nueva novela  lleve una de esas banderas.

–En ninguna parte había –cuenta Eliana Rodríguez–, hasta que nos dieron el dato de un viejo que hacía volantines antiguos de papel en Santiago.

Es ese hombre el que les vende una cantidad incalculable de banderas, las que Martínez no solo utiliza en La nueva novela, sino también en La poesía chilena, libro-objeto que publicará más tarde. Recién ahí, cuando consigue esas banderas, Martínez da por terminada La nueva novela. Es 1977. Ese año, Martínez publicará el libro en Ediciones Archivo, su editorial. Un libro como si fuera una obra de arte[1] y en cuya portada Martínez puso, tarjados, dos nombres de autor: (Juan Luis Martínez) y (Juan de Dios Martínez).

En una primera lectura La nueva novela podía parecer un juego surrealista, pero en el fondo era una respuesta brillante a la violencia política impuesta por Augusto Pinochet y la Junta Militar. Basta leer el poema “La desaparición de una familia” para entender esto:

1. Antes que su hija de 5 años

se extraviara entre el comedor y la cocina,

él le había advertido: “–Esta casa no es grande ni pequeña,

pero al menor descuido se borrarán las señales de ruta

y de esta vida al fin, habrás perdido toda esperanza.”

2. Antes que su hijo de 10 años se extraviara

entre la sala de baño y el cuarto de los juguetes,

él le había advertido: “–Esta, la casa en que vives,

no es ancha ni delgada: solo delgada como un cabello

y ancha tal vez como la aurora,

pero al menor descuido olvidarás las señales de ruta

y de esta vida al fin, habrás perdido toda esperanza.”

Y un par de estrofas después termina:

5. Ese último día, antes que él mismo se extraviara

entre el desayuno y la hora del té,

advirtió para sus adentros:

“–Ahora que el tiempo se ha muerto

y el espacio agoniza en la cama de mi mujer,

desearía decir a los próximos que vienen,

que en esta casa miserable

nunca hubo ruta ni señal alguna

y de esta vida al fin, he perdido toda esperanza.”

El poeta chileno Armando Uribe dijo alguna vez de este texto que era “el más grande poema de desaparecidos del que haya memoria”.

Es un libro lleno de acertijos, de poemas que abogan por el silencio y la desaparición del autor, de poemas en los que los gatos desaparecen por culpa de la porcelana o en los que se intenta descifrar el lenguaje de los pájaros, o en los que abundan las citas encubiertas y los fantasmas de Carroll, Auden, Blanchot, Cortázar,[2] Rimbaud, Mallarmé, Beckett, T. S. Eliot, Nicanor Parra y Borges –aunque a estos dos últimos no se los cite de forma explícita– y, sobre todo, del poeta francés Jean Tardieu, uno de los protagonistas de este libro. En esta obra en la que la literatura se desborda, Martínez nunca deja de hablar con inteligencia y lucidez del presente.

“Lo que me interesa [de La nueva novela] es lo que creí comprender que hay ahí, una reinvención del surrealismo en el contexto actual”, dijo el filósofo y psicoanalista Félix Guattari.

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Un pequeño desvío: poco tiempo antes de que publique  La nueva novela, Juan Luis Martínez recibe un libro de poesía en francés firmado por un tal Juan Luis Martinez. Se lo trajo el director del Instituto Chileno-Francés de Valparaíso –cuenta Eliana Rodríguez– y le dice: “No sabía que habías editado en Francia”. Juan Luis mira el ejemplar que lleva el título  Le silence et sa brisure, y le responde: “Yo tampoco sabía”, y se ríe. Después le pide prestado el ejemplar y se queda con él por un buen tiempo.

Luego publica La nueva novela y nadie, o casi nadie, recuerda esa anécdota.

...

Volvamos a 1978. Mientras aparecen las primeras lecturas de La nueva novela, Martínez publica La poesía chilena, libro-objeto con el que se despide de la literatura: una caja de 20 por 30 centímetros con forma de ataúd, en la que encontramos un sobre transparente que contiene tierra del Valle Central de Chile y un pequeño libro, firmado con los mismos nombres tarjados –(Juan Luis Martínez) y (Juan de Dios Martínez)– de La nueva novela, y en cuyas páginas encontramos fichas de lectura vacías y los certificados de defunción de Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Pablo de Rokha, Vicente Huidobro y Luis Guillermo Martínez Villablanca, el padre de Juan Luis, quien había muerto el año anterior dejando brutalmente afectado a su hijo.

La poesía chilena es un homenaje a ese padre muerto y también una declaración absoluta: la poesía chilena está muerta. Los cuatro poetas más importantes están muertos y Martínez los pone juntos en una caja-ataúd, como si estuviera sellando su destino.

No son los mejores tiempos. Martínez tiene diabetes y eso deriva en un problema renal que se agravará con los años. Pero él está ahí: ha salido del anonimato. Ha publicado dos libros incómodos que la literatura chilena no sabe cómo leer. Aparecen algunas críticas tibias. Ignacio Valente, el crítico más influyente del diario El Mercurio, escribe: “No siempre sus malabarismos me convencen como poesía.” Otros escritores lo leen con entusiasmo. Martínez no sabe qué pensar.

Entonces, guarda silencio.

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Otro desvío. Mientras en el sur de América Juan Luis Martínez publica dos libros inesperados y rupturistas, al norte del continente, unos años antes, Ulises Carrión, escritor y artista mexicano nacido en 1941, publica El arte nuevo de hacer libros que se convierte en su última declaración acerca de la literatura: dejar atrás la idea de escribir libros, y pensar que también hay que hacerlos, como si fueran una obra visual. Escribir en contra de las convenciones, de eso se trata. Escribir libros como La nueva novela. Aunque no hay registro de si Martínez leyó a Carrión, o si Carrión llegó a leer a Martínez. Da igual. La sincronía entre sus trabajos es sorprendente. Anota Carrión: “El libro más hermoso y perfecto del mundo es un libro con las páginas en blanco, como el lenguaje más completo es el que queda más allá de lo que las palabras del hombre pueden decir. Todo libro del arte nuevo es una búsqueda de esa absoluta blancura, del mismo modo que todo hablar es una búsqueda del silencio.”

Martínez tarjando su nombre. Martínez buscando desaparecer.

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A media hora de Viña del Mar queda Villa Alemana. Es un pueblo famoso no porque ahí pasara sus últimos años Martínez, sino porque en los ochenta un joven marginado, que afirmaba tener contacto con la virgen María, llegó a convocar a más de cien mil peregrinos que se fueron decepcionados.

Aquí se instala Martínez, poco después de que le detectan insuficiencia renal en 1982. Son años difíciles. Él no puede trabajar, así que Eliana carga con la responsabilidad. Abren una librería en Viña del Mar, importan libros, sobreviven. Y venden, por cierto,  La nueva novela. Martínez lo hace de forma personal, quiere conocer a todos sus lectores, que a estas alturas son muchos. Él, a su manera, también tiene a sus propios peregrinos, que son sobre todo jóvenes a los que recibe con generosidad. Además, las críticas positivas sobre el libro se multiplican: “Nunca sé qué lectura he hecho realmente de La nueva novela. Siempre voy a salir algo desconcertado de ese laberinto o Torre de Babel”, anota Enrique Lihn en esos años, quien junto a Pedro Lastra escribe un ensayo muy lúcido titulado Señales de ruta, que le hace plantear a un crítico de El Mercurio que Martínez en realidad no existe y que es una invención de estos poetas.

El argentino Fabián Casas recuerda: “Lo fui a buscar a Villa Alemana a principio de los noventa y di con él. Nos pasamos una tarde hablando de poetas: Nicanor Parra, Beckett. El tipo era alto, flaco, y muy agradable, generoso, genial. Usaba guantes porque, me dijo, la enfermedad renal le producía hinchazón en las manos si se las golpeaba. Siempre pensé que Juan Luis es una continuación y expansión del trabajo de Nicanor Parra con los antipoemas. Él me dijo, sentado en una plaza bajo la sombra de un árbol, que Poemas y antipoemas no lo había dejado dormir.”

El chileno Alejandro Zambra no lo conoció, pero sí leyó  La nueva novela en la universidad, en una edición fotocopiada que armó junto a unos compañeros. “Martínez provocó un ensanchamiento del horizonte –dice Zambra–. Hizo que la poesía invadiera territorios de las artes visuales, y así todo se volvió más difícil de catalogar. Como gesto de provocación, me parece insuperable. Además, me gusta la idea de que La nueva novela sea un libro que hay que descifrar, pero que posee las dosis necesarias de apelación, un libro que se revela por capas y que en ese sentido es inagotable. La idea de la obra total, pero desde la fragmentariedad absoluta.”

El mexicano Julián Herbert lo descubrió en el año 2000, después de leerlo en la antología Prístina y última piedra, publicada en México: “Lo que me estremeció de ese primer encuentro fue el reconocimiento: yo venía de leer a poetas estadounidenses y a poetas experimentales del norte de México. Pero lo de Martínez estaba más cerca de mi propia tradición y me resultó más familiar que la poesía mexicana que por entonces gozaba de prestigio. Al mismo tiempo, me di cuenta enseguida de que aquello era otra cosa, algo más arriesgado y complejo, algo que, sobre todo, me dio muchísima libertad para escribir, muchísima gasolina.”

Poco tiempo después de dejar de ser un secreto, Martínez viaja, por única vez, fuera de Chile junto a un grupo de escritores –entre ellos Nicanor Parra, Diamela Eltit y José Donoso– para visitar París. Allá conoce finalmente en un encuentro privado a Jean Tardieu: le regala un ejemplar de La nueva novela, y el francés, emocionado, le da un fuerte abrazo.

Martínez vuelve de ese viaje feliz, pero sin fuerzas. No durará mucho más. Él lo sabe. Le pide a su mujer que queme todos sus papeles. Ella le promete que lo hará. El 29 de marzo de 1993 sufre un infarto y muere.

Eliana, sin embargo, sabe que no es capaz de cumplir su promesa.

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Van a ser números redondos: diez años después de la muerte de Juan Luis Martínez, su viuda contacta al poeta Cristóbal Joannon, quien recopilaba en ese momento algunos poemas sueltos para publicar un libro, y le dice que ha descubierto un libro completo: Poemas del otro, se llama: diecisiete poemas de corte lírico, en los que es difícil reconocer la voz del autor de La nueva novela, pero donde sí se consigue rastrear algunos temas martinianos: el silencio, la búsqueda de identidad, el ser otro.

Así se gesta la publicación de Poemas del otro, el primer libro póstumo de Martínez, aparecido en 2003, por Ediciones Universidad Diego Portales, y que incluye estos diecisiete poemas, más algunos otros publicados en revistas y diarios, además de las pocas entrevistas que dio. Luego vendrá el rescate de su obra visual, aquella en la que trabajó de forma paralela, o cruzada, a sus libros: muchos collages que hacía en Villa Alemana y que fue acumulando hasta tener, sin darse cuenta, una obra contundente y lúdica.[3]

Pero continuando con los números redondos, a veinte años de su muerte aparece el último libro de Martínez y descubrimos una broma que empezó a idear desde mediados de los años setenta.

Esto es así: la viuda descubre un libro en uno de esos baúles llenos de papeles que guarda en la casa de Villa Alemana, junto a toda la biblioteca de Martínez. Un archivo de casi trescientas páginas, todas fotocopiadas. El libro se llama  El poeta anónimo (o el eterno presente de Juan Luis Martínez) y es la obra en la que trabajó Martínez durante sus últimos años de vida. El hallazgo se publica como un libro en la editorial brasileña Cosac & Naify, a fines de 2012, gracias a la gestión de Pedro Montes y del curador Luis Pérez-Oramas, quien exhibe el trabajo visual de Martínez en la trigésima bienal de São Paulo de ese año.

En una entrevista que le hacen a fines de los ochenta Martínez dice: “El ideal mío es escribir un libro donde yo no haya escrito nada, pero que el libro sea mío.” Y ese libro es, sin duda, El poeta anónimo..., que llega a Chile en 2013. Un nuevo viaje martiniano, en el que las palabras se cruzan con las imágenes, los rostros de Marx y Rimbaud, poemas chinos, textos en inglés, francés, alemán, italiano, latín, recortes de revistas, diarios y enciclopedias, recortes sobre la dictadura –es un libro explícitamente político–, recortes sobre guerras y soldados, sobre desaparecidos, imágenes de las tumbas de Hölderlin, Rilke, Baudelaire, la bandera chilena de papel volantín. Un libro alucinante, que pareciera decirnos algo nuevo en cada lectura. Y es la obra misma en donde encontramos el rastro de la broma de Martínez: en la mitad del libro, en un apartado que se titula “La ausencia de autor”, se lee la contraportada de Le silence et sa brisure (El silencio y su trizadura), el libro que escribió Juan Luis Martinez (sin acento). Es una copia de ese mismo libro que le prestaron una vez a Martínez y que jamás devolvió. El libro del otro Martinez. El otro. Los poemas del otro.


No solo ser otro / sino escribir la obra de otro.

En la Feria Internacional del Libro de Santiago de Chile del año pasado, Scott Weintraub, un hombre joven, calvo y norteamericano, presentó su libro: La última broma de Juan Luis Martínez (Ediciones Cuarto Propio). Weintraub cuenta que cuando está terminando de escribir un largo estudio sobre la poesía del chileno, lee El poeta anónimo (o el eterno presente de Juan Luis Martínez) y le queda dando vueltas en la cabeza el otro, el otro Martinez, así que se consigue un ejemplar de Le silence et sa brisure, lee los poemas y descubre todo: los poemas en francés son los mismos poemas que se publicaron bajo el título Poemas del otro. Sí, Martínez los tradujo casi literalmente y los hizo pasar como si fueran de él, aunque nunca dejó de decir que eran del otro, los poemas del otro. Solo su viuda sabía la verdad.

Las cerca de cuarenta personas que escuchan el descubrimiento de Weintraub están fascinadas quizá no tanto por la historia sino porque en el escenario no solo están él y los presentadores, sino que también está Juan Luis Martinez, el otro, que vino a Santiago a hablar de este libro y de cómo se enteró de toda esta broma infinita y martiniana.

Cuando llega su turno al micrófono, con un español frágil pero entusiasta dice:

–Cuando me preguntan si lo siento como un plagio, digo que no, porque después de haberlo pensado y entender lo que hizo Martínez, me di cuenta de que la manera en que se apropió de estos poemas nunca fue con la intención de decir que él los había escrito.

En uno de los textos más bellos que se ha escrito sobre Martínez, el cronista chileno Roberto Merino anota: “Alguna vez pensé que [su obra] clausuraba un camino y que por tanto estaba condenada a iluminarnos desde la soledad. Hoy vemos –en este mismo instante lo constatamos– cómo esta soledad ha retrocedido un poco, cómo se diluye cada vez que la obra se prodiga al entendimiento de la poesía, cada vez que en cualquier parte del mundo se produce una relectura feliz.”

Merino escribe estas palabras en 1998, pero suenan perturbadoramente actuales. Quién sabe, pensando en los números redondos, si en 2023 nos llega otra obra de Martínez, otros de esos libros sorprendentes, que parecen nunca terminar.

 

 

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Notas

[1] Mucho tiempo después los ejemplares de las dos ediciones (1977 y 1985) que hubo de La nueva novela llegarán a costar no menos de doscientos dólares. En una última búsqueda en internet alguien intenta venderlo en no menos de mil dólares.

[2]  Martínez conoció a Cortázar en los setenta y le regaló un manuscrito de La nueva novela. Cortázar le dijo que lo leería detenidamente y se despidieron. Años más tarde, el argentino donaría ese manuscrito a la Biblioteca Nacional de Francia, donde aún permanece.

[3] Parte de esta obra se publicó en el libro Aproximación del principio de incertidumbre a un proyecto poético (2010), tras una exhibición del material en la Galería d21, gracias al trabajo de su dueño Pedro Montes y del poeta y artista Ronald Kay.

 



 

 

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Por Diego Zuñiga
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