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Publican "El poeta anónimo", libro póstumo de Juan Luis Martínez
Cosac Naify, Sao Paulo, 2012.

Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 3 de Marzo de 2013

 

 

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Corre 1991 y el psicoanalista francés Félix Guattari, coautor junto a Gilles Deleuze de El anti-Edipo , visita Chile, da una serie de conferencias y se reúne con Juan Luis Martínez, de quien ha leído La nueva novela (1977), libro-objeto en vías de transformarse en objeto de estudio académico y, al mismo tiempo, en objeto de culto para coleccionistas. Guattari morirá al año siguiente; Martínez, en 1993.

Leída desde el presente, la conversación que sostuvieron revela indicios testamentarios. El poeta se muestra más apocalíptico que el filósofo. "Yo creo que las cosas se van a terminar", dice, y manifiesta su convencimiento de que la cultura y Occidente con sus institucionalidades están quedando fuera. "He trabajado estos últimos quince años en un libro que es muy extenso", le confiesa de pronto a su interlocutor. "He pretendido que sea un libro intolerable. Así es que si no me encierran, es una casualidad".

El poeta anónimo (o el eterno presente de Juan Luis Martínez) era ese libro intolerable, del que su autor se cuida de mencionar el título y dice no saber nunca si está concluido. Postergará esa decisión hasta el límite, dejando las cosas en manos de una posteridad no menos incierta.

-Tres días antes de morir -recuerda Eliana Martínez, su viuda-, él me pidió destruir todos sus escritos poéticos. Pero me dejó sus objetos poéticos, las pinturas, los grabados, las serigrafías, los collages . En este caso, El poeta anónimo sí podía ser publicado, pero veinte años después de su muerte, que justo se van a cumplir este mes.

Así dicho, suena como un proyecto minuciosamente calculado, pero el camino fue mucho más azaroso de lo que se puede imaginar.

El galerista, el curador y el magnate

Todo partió cuando el coleccionista de arte Pedro Montes Lira, director de la galería Departamento 21, le llevó hace unos años un ejemplar de La nueva novela al venezolano Luis Pérez-Oramas, poeta y curador de arte latinoamericano del MoMA de Nueva York. El interés que le produjo el libro lo decidió a visitar en 2010 la primera muestra dedicada en Chile a los trabajos visuales de Juan Luis Martínez. No olvidó esa visita. Cuando lo nombraron curador de la 30ª Bienal de Sao Paulo -realizada entre septiembre y noviembre de 2012-, Pérez-Oramas decidió que el chileno sería uno de los artistas invitados.

En su viaje a Santiago para revisar las obras, Pedro Montes le mostró el original del libro que el poeta había dejado inédito. Se lo había pasado Eliana Martínez junto con varias obras visuales. Guardado en un archivador de tapas duras, de esos que se usan en las oficinas, El poeta anónimo era un mamotreto de más de 300 hojas perforadas: fotocopias en perfecto orden, sin numerar, llenas de textos e imágenes de la más diversa procedencia, organizados a la manera de collages. Una obra compleja, irónica y abrumadora en la que Martínez apenas incluye palabras de su autoría.

Ya le había dicho a Guattari: "Se ha producido el encuentro con una obra que podría ser interminable, lo cual es de mucho riesgo. Entonces hay que ejercer la voluntad de establecer un corte, cerrarla en alguna parte. Ahora mi mayor interés es la disolución absoluta de la autoría, la anonimia, y el ideal, si puede usarse esa palabra, es hacer un trabajo, una obra, en la que no me pertenezca casi ninguna línea, articulando en un trabajo largo muchos fragmentos. Son pedacitos incluso que se conectan. Es un trabajo de Penélope".

Luis Pérez-Oramas quedó fascinado con el inédito. Supo de inmediato que debía publicarse aprovechando la bienal y le aconsejó a Montes llevárselo a Charles Cosac, uno de los propietarios de la editorial brasileña Cosac Naify, sello refinado y vanguardista dedicado principalmente al arte contemporáneo.

Poseedor de una considerable fortuna personal heredada de sus ancestros sirios, Cosac es un excéntrico -usa túnica, incrustaciones de piedras preciosas en los dientes y un collar con pequeños huesos de un abuelo muerto- que suele guiarse principalmente por su gusto, sin mayores consideraciones económicas. Montes tuvo dos reuniones con el editor-mecenas, quien vive en un departamento de 400 metros cuadrados, alfombrado entero de rojo y repleto de obras de arte. "Un tipo muy sencillo y emotivo, que hojeó el libro disfrutándolo y enganchó", recuerda Montes.

Llegaron al acuerdo de realizar una edición facsimilar. Las páginas se digitalizaron en la oficina de Pedro Montes en Santiago, pero el libro se imprimió en Sao Paulo. El contrato fijó una tirada de mil ejemplares, 400 de los cuales se enviarían a Chile, donde Montes se reservó el derecho de distribuir y reimprimir la obra.

-Me preocupé de hacer un libro sumamente universal -dice el galerista-, manteniendo los originales y la portada sin ninguna intervención. Los textos de tapa están en mayúsculas, sin acentos de español ni portugués, cosa de no meternos en un tema de lenguaje. Quisimos hacer un trabajo fino, pero sencillo, por lo que no usamos tampoco papel brillante.

Llama la atención que el libro no contenga ninguna clase de prólogo.

-Lo pensamos -admite Montes-. Yo no sé si en Chile o afuera existe alguien que hubiera podido presentarlo. Nos estuvimos devanando los sesos un buen rato, y la verdad que fue Charles Cosac quien dijo: "No, esto se presenta tal cual como lo dejó Juan Luis Martínez". Me parece que fue una decisión súper correcta no meternos con nadie. Es muy típico de Chile que los poetas presenten a otros poetas.

Libro túmulo

Por decisión de Cosac, El poeta anónimo tampoco tiene solapas con la biografía del autor ni un texto de contraportada sobre el contenido de la obra. "Es un libro hermético, un poema cifrado, una cábala", escribió Luis Pérez-Oramas en un artículo publicado recientemente por Folha de Sao Paulo (ver recuadro). En vez de esos signos de autoría, el editor añadió una funda de cartón negro. Diego Maquieira, que fue invitado a exponer en la 30ª bienal y participó en la segunda entrevista de Montes con Cosac, opina que con este diseño el libro parece una tumba o sarcófago. La alusión del propio Juan Luis Martínez a su obra como un "trabajo de Penélope" es significativa en este mismo sentido: en la Odisea, la mujer de Ulises tejía un sudario.

Pérez-Oramas habla simplemente de túmulo. El simbolismo de este monumento funerario se extiende a los materiales del libro: fotos que muestran tumbas de poetas notables, máscaras mortuorias, retratos de los asesinados García Lorca y Marat, los cinco revolucionarios ahorcados que dibujó Pushkin, "los próceres y los mártires anónimos de Chile", desde José Miguel Carrera a los detenidos desaparecidos.

Pedro Montes aporta un dato de interés al respecto:

-Al principio no sabíamos si el libro estaba terminado, porque no había índice. Partía de una manera extraña, con la frase "Le tombeau de Baudelaire". Incluso pensábamos que ese era el título del libro. Tampoco teníamos claro si el final era realmente "El castillo de la pureza", que es una página en blanco. Tiempo después Elianita Martínez encontró la portada, las páginas iniciales y el índice, todo diseñado por el mismo Juan Luis Martínez. El libro estaba completo.

¿En qué consistían los materiales hallados? A continuación de la página con el título del libro y el pie de imprenta ("Ediciones Archivo Santiago de Chile 1985"), viene una página con la frase "El durmiente del valle" (título de un poema de Rimbaud) y luego otras dos en las que se repite la misma expresión, pero en plural: "Los durmientes del valle". Debajo de esta última, Martínez añade: "(Lonquén, Chile).", y una serie de pequeñas siluetas invertidas de animales que parecen terneros o algún otro tipo de ganado.

El índice anuncia ocho secciones correspondientes a los ocho trigramas (figuras de tres líneas) básicos del I Ching o Libro de los cambios : La tumba de Baudelaire (Khien); Poesía y prosa de ultramar (Tui); El profesor de historia (Li); El honor de los poetas (Kan); Los signos troquelados (Sun); El significante y el significado (Khan), La desolación de la quimera (Kan) y Epílogo: veinte años después (Khwan).

Por alguna razón, el autor repite el trigrama Kan unido a dos figuras distintas. ¿Error del original? ¿Despiste del autor? ¿Licencia poética? Difícil saberlo. Sorprende, en todo caso, ese interés de Martínez por el I Ching. Una de las escasas señales de ruta que el poeta dejó está, nuevamente, en la conversación con Guattari: "Mi próximo trabajo tiene mucho que ver con China; con la China actual, incluso".

Pedro Montes recuerda que los signos del I Ching también aparecen en otro proyecto visual en el que Juan Luis Martínez trabajó durante sus últimos años de vida, patrocinado por una beca de la Fundación Andes: una serie de 55 pictogramas que el Departamento 21 publicó como Aproximación del Principio de Incertidumbre a un proyecto poético (2010), título tomado de un informe que el autor envió a la Fundación.

-Juan Luis Martínez estaba interesado en todo -recuerda Montes-, no sólo en el I Ching , que era una herramienta más en este libro. Quizás le dio el ordenamiento para armar los capítulos o quizás había también algo más profundo. Eso les toca a los críticos, a ver quién se atreve, quién se tira a la piscina con este libro tan complejo.

 

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 "Un libro que se ve más de lo que se lee"

Juan Luis Martínez, poeta chileno nacido en 1942 y fallecido en 1996, es la figura literaria que clausura, en la América Hispana, la gran tradición poética moderna iniciada por aquel golpe de dados de Stéphane Mallarmé, que había sido implantada y transformada, precisamente en Chile, por Vicente Huidobro, a inicios del siglo XX. Mallarmé, Huidobro, Martínez constituyen pues una genealogía fundamental dentro de la historia de la poesía moderna escrita en América, una poesía que deshace su canto en la mudez del espacio, o que se deshace de versos para hacerse arquitectura de palabras encontradas en el firmamento blanco y oscuro de la página, en la materia densa y leve del lenguaje.

En verdad, los espejos son paralelos: Juan Luis Martínez nace en 1942; Mallarmé, cien años antes, en 1842; muere Mallarmé en 1898; Juan Luis en 1996, y por ínfimos dos años su espacio de vida no se hizo idéntico, sobre nuestro siglo, a la sombra iluminante de Mallarmé sobre el suyo. Aun más: en el delirio de su muerte, Mallarmé ordenó quemar su obra, como también lo hizo Juan Luis. En ambos casos, este espejo último del desvanecimiento se ha roto. Porque las obras son más poderosas que las vidas, o que su última sombra, la muerte.

El poeta anónimo es un libro que se ve más de lo que se lee; o que se ve como si se lo leyera; o que se lee como si se lo viera. Poesía encontrada - Ready Made poético- en él no hay una sola frase escrita por Juan Luis Martínez, y sí muchas, todas, por él halladas en el babélico laberinto de las lenguas: castellano, inglés, francés, alemán, italiano. Sus materiales -que no su materia- provienen de numerosísimas fuentes: cómics, obituarios, prensa negra, ensayo antropológico, teoría literaria, historia de la pintura antigua, plegarias, misceláneas, caricaturas, noticias, publicidad: felicidad de la nostalgia y nostalgia de la felicidad -como se lee en un título de prensa estratégicamente convertido en verso de El poeta anónimo .

( Extracto de "El eterno retorno de Juan Luis Martínez", de Luis Pérez-Oramas, en Folha de S. Paulo, 20 de enero de 2013 



 



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