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Una Nueva voz en la Literatura Chilena
"Las malas juntas", José Leandro Urbina, Ottawa, Eds. Cordillera,
Asociación de Chilenos de Ottawa, 1978

Por Juan Armando Epple
Publicado en revista La Palabra y el Hombre, abril-junio 1979, N°. 30



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Con la publicación del libro de cuentos Las malas juntas, del joven escritor José Leandro Urbina, la Asociación de Chilenos de Ottawa ha iniciado un proyecto editorial destinado a dar a conocer parte del trabajo creador de los chilenos exiliados, a través de las Ediciones Cordillera.

Y el libro que inicia la serie es, desde todo punto de vista, una muestra valiosa de las nuevas opciones y exigencias creadoras que está enfrentando la literatura chilena reciente, y en especial la que se escribe después de 1973.

José Leandro Urbina (1949) se había dado a conocer en Chile con unos cuentos publicados en la revista Ahora, y posteriormente con el relato "Dos minutos para dormirse", publicado por Casa de las Américas (N° 93, 1975) texto que inaugura este primer libro.

La unidad temática de Las malas juntas es la experiencia de la vida chilena después del golpe militar. Y esa realidad, realidad de bruscas confrontaciones, ha ido mostrando, a veces en oposiciones demasiado tajantes, los distintos modos con que el hombre es capaz de responder a sus conflictos íntimos y sociales: la degradación y la dignidad, la capitulación y la lucha, el dolor y el humor, la crueldad y la ternura, el derrotismo y la esperanza.

Y estas son justamente algunas de las cuerdas que tensan los relatos de Leandro Urbina. No como abstracciones fáciles de una realidad vista en blanco y negro, sino como recreación de situaciones muy concretas, únicas, cuya significación sin embargo trasciende siempre el hecho que describe, transformando el relato en una situación esencial, tipificando la variedad de la experiencia colectiva.

Algunos de los cuentos (por ejemplo "Jacques Prevert") eligen su asunto de ese amplio anecdotario de situaciones vividas a partir del golpe, y que se han ido difundiendo de boca en boca hasta transformarse, en algunos casos, en temas recurrentes de un género testimonial oral. Es asombroso ver cómo algunos de estos hechos, indudablemente reales, van siendo modificados en sus rasgos accesorios a medida que se trasmiten, conservando el núcleo anecdótico básico y su verdad. Es decir, cómo la memoria colectiva rescata algunos hechos y les otorga un rango especial, por su significación. Lo que hace el autor, en este caso, es retener la historia reelaborarla, buscando fijar en ese proceso —tarea del escritor—su dimensión literaria. Así, el suceso, que es primero un testimonio, se transforma en un hecho estético. No es ahora el momento de detenerse a analizar este modo de configuración de la producción literaria. Pero, a vía de ejemplo, detengámonos en el relato "Padre nuestro que estás en los cielos", texto que, reduciendo las referencias a lo imprescindible, le ofrece al lector a la vez, una revelación y una interrogante:

"Mientras el sargento interrogaba a su madre y su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra pieza...
" —¿Donde está tu padre?—preguntó.
"—Está en el cielo— susurró él.
—¿Cómo?, ¿ha muerto?—preguntó asombrado el capitán.
"—No —dijo el niño.— Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros.
"El capitán alzó la vista y descubrió una puertecilla que daba al entretecho" (p. 21).

En este breve relato hay una reducción de la historia a su núcleo esencial. Pero lo que se ha dejado de lado, del referente anecdótico, contribuye a resaltar la significación de lo narrado: la historia es a la vez el suceso particular y la definición de una situación esencial. Constatación del hecho e interrogación de la realidad.

Hay otros relatos, los más extensos, que han exigido un despliegue mayor de imaginación y de talento narrativo para configurar su "verdad" literaria. Uno de los cuentos más logrados es el que da el título al libro "Las malas juntas". Es la historia de dos muchachos, compañeros de barrio y de ese grupo social aparentemente neutro, sui generis (en el sentido de que crea su propio género, incontaminado, de vida) que es la pandilla, y que terminan enfrentándose como enemigos en la guerra, sorpresivamente real, del Chile de Pinochet. A través de una fluida superposición temporal, el narrador va confrontando el mundo de los juegos y del aprendizaje de los personajes con la tensa situación del encuentro en la sala de tortura. Allí, los roles ingenuos se transforman en la representación real de una actitud y una personalidad modelada por una formación social e ideológica divergente: el Llanero Solitario, el enmascarado, se transforma en el torturador, y el indio pasivo y callado en un enemigo terco. El mundo feliz de unos juegos recreados según los padrones ideológicos que vende el comic norteamericano se repite ritualmente en el enfrentamiento del militar y el estudiante prisionero, pero negando, en esta ejecutoria real de esa lectura del mundo aprendida en la historieta, sus inocentes fundamentos. Porque el Llanero Solitario ha resultado ser (previo adiestramiento en la base militar del Canal de Panamá), no el brazo de la justicia sino el de la represión, en tanto que el indio dócil y colaborador se ha convertido (previa toma de conciencia de su situación de clase y de su valor como persona), en protagonista de una historia distinta, sin guiones preestablecidos. Y al asumir cada cual su verdadero papel en la historia real, la inocente dualidad amo-servidor termina siendo —y ambos enfrentan esta situación desde sus irreconciliables destinos una "mala junta".

El lenguaje que sostiene los relatos es a la vez natural, intenso y preciso, alejado de tentaciones retóricas y de preocupaciones por acrecentar la figura del narrador, buscando en cambio despejar el camino para dejar fluir con mayor nitidez la historia. Alguien dijo una vez, exagerando la nota, que había que desconfiar de los relatos sobrecargados de adjetivos, porque estos tenían poco que contar. Y en los cuentos de Leandro Urbina predomina claramente el discurrir de la acción por sobre la adjetivación. Lo que no significa que sean relatos que agotan su sentido simplemente en la anécdota, en el suceso narrado, sino que buscan en este acercamiento a la experiencia muy cercana de lo vivido, en este íntimo acto de rescatar el mundo inmediato a través de la memoria (el epígrafe del libro, tomado de un poema de Huidobro, define con nitidez el temple de ánimo del narrador: "Y esta amargura que se alarga en mi memoria/ Y este entierro en mi memoria/ Este largo entierro que atraviesa todos los días de mi memoria"), la base necesaria para ir des-cubriendo la realidad. Contar cómo fueron las cosas es, nuevamente, un requisito para que esa lectura significativa del mundo que es la literatura tenga una base firme.

Y Leandro Urbina demuestra, en estos primeros cuentos, una cercanía, en términos de capacidad creadora y talento narrativo, a aquellos autores chilenos que ya han empezado a destacarse con palabras mayores: Poli Délano, Ariel Dorfman, Antonio Skármeta.


 

 



 

 

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"Las malas juntas", José Leandro Urbina, Ottawa, Eds. Cordillera, 1978.
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