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EGLOGA DE LOS CANTAROS
SUCIOS.
(Poesía.
Autor: Oscar Barrientos Bradasic. Ediciones El Kultrun. 53 págs.
2004)
Por Juan Mihovilovich (escritor)
¿Será ésta la visión idealizada de un
río color sepia que atraviesa el corazón de una ciudad
bucólica? ¿O será quizás, el elogio discreto
de sus aguas turbias que encierran y llevan los secretos vestigios
de la vida ciudadana?
Tal vez lo uno o lo otro, o ambos. La égloga, entonces, si
fuera el canto idealizado de quien ve pasar el oscuro torrente de
los días por sus aguas, las aguas de su “fealdad sublime,”
alcanza a premunirnos de una advertencia: por allí, en la inquieta
corriente del Rio de Las Minas de Punta Arenas, se escurre el mundo
de sus habitantes como succionados a contramano por una historia líquida,
veleidosa y taciturna. También, extraña.
Oscar Barrientos ha descubierto el canto invisible de sus aguas:
nadie escapa a ese deslizamiento subrepticio que enlodado entre el
surco de sus estacas paralelas atraviesa el corazón de quien
lo mira desde el cielo. Y el cielo, está, paradójicamente,
a ras de suelo. Es posible que a duras penas destelle el vuelo de
un ave en esa turbidez, que como un reflejo discontinuo las nubes
surquen su transito en su propio alejamiento hacia el Estrecho. Es
posible, que Heráclito no pueda verse, precisamente, en éste
río, y no sólo porque ni uno ni otro son los mismos,
sino también porque la “suciedad” que involucra al observado
y observador impide, probablemente, verse. O bien, se vean tal cual
son. Y aún así, en el ejercicio soberano del cauce difuso
los ojos del transeúnte rebotan sobre sí como un bochorno
repentino, como un espejo de aguas trizadas río abajo. ¿La
asunción de la culpabilidad, tal vez? ¿El espejo vergonzoso
del autorretrato?
Venturoso río navegando en el alma de quien apenas ve su manto
de “fealdad sublime,” y que sin duda, cuesta aceptar que “este río
escribe como habla.” Y al hablar, por obra y gracia de Barrientos
Bradasic, nos atraviesa el estupor de su natural y antigua maravilla,
de ese deslizamiento primigenio que horadara sin pausas el anticipo
de la historia humana, cuando los visitantes aún no tocaban
sus orillas ni había espacio para en cementar sus márgenes
ondulantes.
Libro que nos lleva a todos corriente abajo, surcados por la metáfora
precisa, incisiva y pulcra de un escritor que ha reconstituido certeramente
el puente entre el río y su habitante, entre lo imperecedero
y lo transitorio, lo vital y lo desechable, entre el ser y la nada.