Presentación de fábula de no: una fábula de no, de Nicolás Labarca
(Santiago: cuadro de tiza ediciones, 2010)
Por Javier Bello
El poema, como la sed, baja a buscar agua. De puntillas, no quiere despertar a nadie, sale sin ser notado. Sabe que es una emanación, una solicitud reverberante, oye respirar lo ausente. Con sed ensaliva el barco, se da vuelta, se vacía entero en su propia boca, su paladar retráctil, reversible. Como presa se entrega, se abandona. Lame y relame, se zampa entero el anzuelo. Deja pozas, deja la piel, se deja hacer. Vierte, vuelca, entierra, desperdiga: éstos son los verbos. Alma en pena, pequeño prófugo, se va por ahí. Pero también destila, algo elabora y guarda, vigila lo que muda. Conversión de fuerzas, transubstanciación de materiales, alquimia del cuerpo: escamas, saliva, costras, grumos. Electricidad, tablas del aserradero. Auscultación y labor sobre sí mismo, testimonio de su propia factura. A veces muestra los dientes, amenaza, toma algo prestado. Hay hurto, delito, tibio crimen marossiano en la pelusa del bosquecillo. Nervioso, el poema muestra la hilacha. Aquí hay arrecife, dice. Se retira el oleaje. Entonces algo encuentra y, por delicadeza, lo olvida. La vida se pierde, la presa se desangra, helada. El aforismo se hace pedazos, esquirlas que el lenguaje no puede atrapar. Las persigue hasta el desfiladero. ¿Desembarco o desbarranco? La abstracción es palpable, el pie del pensamiento en la huella arcillosa. Va vestido de fuego. Seso y testículo arden. Es la hora de inyectar metal a la vena. Es la hora, diserta el impostor: ¿Hay un revés? ¿Existe un original? ¿Un doble? Lo que se estanca, empoza y permanece, se disfraza. El diente se quiebra en el diente. No es el mismo, quiere serlo, pero no puede engañarnos. La silueta se separa del traje. ¿Qué comes que adivinas? Adivina: se come a sí mismo. Miente, ejecuta, casca el aire, puede matar a palos. Es mi manera de ser, confiesa. Aserradero, sala de tortura, esta casa estuvo dedicada a la labranza y la muerte. Entierra mástil, provisiones, velas: un cementerio, un huerto. Construye con su cuerpo el barco para un viaje hacia dentro. Perforando las últimas resinas, cofres de hígado y pulmón: el re-conocimiento nunca se desprende de la carne. Cómo decir, entonces, con la lengua pegada a la lengua. Aporía de Pizarnik: explicar con palabras de este mundo/ que partió de mí un barco llevándome. El rumor lo ensordece. Suenan vértebras lijan/ retumba el clavado/ saca costras a ver/ qué queda. Muestra entonces/ lo que permite el bisturí// ser de fuera/ no de adentro. Las sustituciones lo ahogan. Quiere mirar por dentro ese adentro ese afuera ese afuera ese adentro ese afuera ese adentro ese afuera. La familia dispone la cena y él no pertenece, siempre en tránsito, la pena de extrañamiento. No importa, sus vísceras son hermosas. Codicia, quiere adornarlo, ponerle cascabeles, hacer joya del ser: órgano, entraña. Para que no se pierda, montaraz. Para que permanezca como ofrenda. A lo lejos, brilla el aroma del trauma. Arrastra un saco negro y una palabra radiante. Va hacia el cráneo y el padre. La encrucijada cruza la puerta, el mar, el bosque, el patio. Cuidado de irse por ahí, sendero no es sendero delicado. El viaje abre sus fauces, amenaza. Ocurre un lobo, una cigarra, así el poema. Es una fe, una utopía y una decepción: una desesperación. Un poema es una cosa que será. Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser. Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser. El viaje se perpetúa en el tedio. Los cuentos y el mar/ me cansan. Como una proyección en un cine vacío, sobre el mueble y puesta la mortaja/ pasan tibios trozos de costa. Antes de enfriarse el cadáver del paisaje, a la momia le brotan raíces/ manos imperfectas. Puerto Supe: en todo origen confusión, en cada casa incesto, en las piedras pacto. Ven aquí esta noche, pide. Apenas soltará su peste, su fábula de no querer, de no morir, su fábula de no. La crueldad ilumina el desastre: sóplame un nuevo lugar/ y destruirlo. Construir en el aire, sobre la humedad del aliento, su resoplido nos deja en el aire, en lo abyecto, lo precario, lo deletéreo. No quiere contarnos su vida, se exhibe y se esconde en el cómo. Lo que queda: un puñado de versos, una tensión desmesurada, hace mucho no vista. Su vestigio crítico: la mordida ácida contra la lepra dorada del neobarroco, a su vez la infección para esquivar el agobio del confesionalismo sin tapujos, síntoma de la pobreza de nuestra época. El poema, estos poemas, son la perla del cáncer.
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Selección de poemas Nicolás Labarca
fábula de no (Santiago: cuadro de tiza ediciones, 2010)
entonces la puerta
cruza aserrín la ventolera
se seca
deja algunas pozas
deja la piel
crujen tablas a un costado
tengo madera tengo
puedo matar a palos
(sin embargo
este ejercicio de crueldad
no implica que sea necesario)
esta casa
en este aserradero
bocado a bocado
la cena se dispone
qué comes murmura
qué adivinas mueca
(a veces miento
pero como sabes
es mi manera de ser)
muestra entonces
lo que permite el bisturí
ser de afuera
no de adentro
. .. . .. .. .. . .. .. .. . . .. a javier bello
está enterrado en el patio
había muerto siempre
lo crucé un día
por vértice o vestíbulo
mientras sus branquias susurran en los pabellones
estelas de escamas
de espinas
voy hacia el cráneo y el padre
arrastro un saco negro
una palabra radiante
para saltar un muro
sus vísceras son hermosas
le pondremos cascabeles
lo miraremos por dentro
ven aquí esta noche
pasa a la habitación
prende una vela
voy a soplar un poco
mear un poco
soltar la peste apenas
hay fósforo en las dunas
lumbre en los dientes esta noche
esta noche
un trozo de carbón
algo de pus
un ardid puesto a cantar
su fábula de no querer