1
Lo perpetuo o lo fugaz, ya no importa.
Las viejas teclas de un piano, el pedal como una huella
anclándose a las terminaciones de la que pareciera ser la última nota.
En la música están las señales, en el ritmo interno que urgente recorre
la ciudad, el territorio de lo ajeno que hicimos propio
perdidos y abiertos a metáforas que decían viento, agua o nube.
Las diferencias tenues, las historias construidas en la arena
que cayendo sobre sí formaba olas simultáneas, el oleaje de la arena
su composición misma, ya no importa.
El día es uno solo, inmutable y desbordado recibe golpes de árboles arqueándose,
simulando el contorno de los sauces, la memoria de los sauces,
sus enormes biografías intactas, anclados al costado de los ríos,
signos de líneas divisorias o mensajes de pérdidas, ya no importa.
Ni la lluvia ni tu mano, una sola de tus manos resistiéndose al diluvio,
la negación absurda a las huellas en el cuerpo,
la palabra falta que cargamos unida a los tobillos
y que intentamos desarmar arrastrando los pies por el cemento.
La ciudad es inmensa, pero vista desde arriba,
exhibe breves tajos. Desde sus fisuras
emerge el sabor del té que bebimos lentamente,
como si la respiración se fuera en eso, en beberlo,
hasta dejarlo enfriar bajo la sombra de un ciruelo silencioso,
un ciruelo que dibujado a pulso perdió su forma original.
Como tu mano, la mía resistió entre la nieve,
falta del resto, resistió mutilada y certera en un paisaje blanco
que será agua alguna vez, humedad en el barro.
La ciudad es inmensa, pero vista desde atrás,
alcanzamos a negar los recorridos habituales, el regreso a la cueva negra
del día agotado en sí mismo, urdido en su propia materia.
Desde su espalda lo desgranamos, descomponiendo sus maneras,
soltamos sus puntas como diciendo nube, como diciendo merodeo en el aire,
como diciendo centro despuntado, ya no importa.
Esta música aletarga los extremos del cuerpo,
esta música contiene las señales. Si abrimos la carne
emergerá desde los huesos, dispuesta a enrostrar las sinuosas verdades que esconde,
sus curvas recatadas como la sombra de alguien que se cubre con los brazos,
las posibilidades de exceder su tiempo, ya no importa.
De golpe retorna la imagen de tus manos comparándose con el espacio
que ocupaban las mías en el mundo, el espejo
desde el cual descubrí lunares habitándote,
las voces exigiendo motivos que he perdido.
No importa la lluvia a la que celas,
cuando rabiosa azota y moja lo que no consigues,
el reverso del tiempo develando la fragilidad, su hechura siempre a contrapelo.
El camino pedregoso y áspero, el camino nos encostra, importa poco
cuánto anhelamos traer del viaje, el deseo importa nada, cayendo y rodando
en esta música el deseo.
3
Mirar tu casa vacía desde acá, esa casa de vidrio
que como un cuerpo transparente exhibe su estómago.
Contemplarla tomada por todos los objetos
que alguna vez te rodearon y que ahora abandonaste.
Tus pertenencias naufragando en el centro del acuario,
intentando salvarse se agrupan para reconocerse
en lo que antes cargaron de ti. Suturo desde afuera los olvidos tuyos,
los bordes de los libros que florecen, los lápices despuntados,
una taza oscurecida por dentro, tus papeles voraces comiéndose la mesa,
la ventana entreabierta por la cual se desliza la tarde
naranja y violeta, otra tarde sobre las demás, todas las tardes en ésta.
Esa casa que creí nube por estar más arriba que las otras,
desprovista de raíces pero arriba, girando a veces
sus muros delgados dejándose atravesar por el deseo
del giro otra vez no importa nada, tu casa liada a tus rituales,
varada al anhelo impreciso de transformarse en un jardín.
Repentinamente la maleza, en el precario espacio entre la pared
y los cuadros, la maleza invadiendo vacíos cotidianos,
primero el verde íntegro, después musgo y húmedo
dejándose entrever por las orillas de las cosas que olvidaste, el verde
con su inmensa presencia, completo y minucioso, clavándose entero
a las repisas enfiladas, hiriendo el suelo y la alfombra, penetrando
las capas de pintura, los ángulos que unen el techo y las murallas.
Tu casa ya no es tu casa, la visión del verde en sus posibles tonos,
una escala de colores avanzando arrolladora irrumpe,
rebasa los objetos muertos, la quietud de una ciudad privada, ya no importa.
A pesar de la inclinación por los jardines, de la imagen
que vigilo en todos sus detalles, a pesar del relato subterráneo
aunando tus vestigios, la maleza finalmente es eso
un jardín excedido, un jardín conquistado por el abandono.