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Juan
Mihovilovich
"Lo
fantástico reside en lo real"
Por
María Teresa Cárdenas
Revista
de Libros de El Mercurio, Domingo 26 de Noviembre de 2006
Un
juez que al dictar sentencia ve que el acusado es un colibrí marca el inicio
de esta novela delirante, con la que su autor asume plenamente un destino literario
"Un
estero que deja un día de serlo, y sin saber cómo, ni cuándo,
ni por qué, se convierte en un río incontenible". Eso es la
vida, se lee en El contagio de la locura (Lom). Pero también puede
ser la libertad, o la pérdida de la razón, dos temas presentes en
la narrativa de Juan Mihovilovich (Punta Arenas, 1951) y que hoy vuelven
a encontrar su cauce - o a desbordarse- en esta novela de innegables rasgos biográficos
y elementos fantásticos.
La apacible y rutinaria vida de un juez
rural se ve alterada cuando, llegado el momento de dictar sentencia, ve que el
acusado es un colibrí. El hecho marca el inicio de tres días de
delirio y reflexiones, en los que el protagonista, acompañado siempre de
sus dos perros a los
que les habla y comprende, se enfrenta a hechos y personas que cuestionan su oficio
y que también parecen inmersos en el delirio.
Premiado en Chile y
en el extranjero, Juan Mihovilovich es autor de las novelas La última
condena y Sus desnudos pies sobre la nieve - además de "El
otro visitante" y "Golpes de referencias", aún
inéditas- y de los volúmenes de cuentos El ventanal de la desolación
y El clasificador. Sin embargo, tuvieron que pasar doce años para
que volviera a la literatura con Restos mortales, en 2004. Lo que sí
dejó definitivamente atrás fue su veta política, la que casi
lo llevó a ser diputado - manos oscuras lo impidieron, dice- y a ocupar
el cargo de Seremi de Justicia en la Séptima Región, a principios
de los noventa. Abogado de la Vicaría de la Solidaridad entre 1985 y 1990,
hoy ejerce su vocación de servicio público como juez de garantía,
letras y familia de Curepto. Entre otras decisiones que cambiaron su rumbo, hace
diez años se propuso, como su protagonista, huir de las "grandes ciudades".
-
¿Sientes que esta novela reafirma un destino literario?
-
Sin duda. Ya la edición de Restos mortales, que reúne algunos
cuentos antiguos y otros escritos en el período que va del 2002 al 2004,
me señaló ese destino ineludible, al tiempo que "visualizaba"
El contagio de la locura. Desde ese punto de vista, esta novela marca o
consolida una decisión. Es un relato concebido mental y emocionalmente
desde que inicié mis labores de juez por el año 97 y que sólo
"cuajó" literariamente en mayo de 2005. El hecho de que la escribiera
en poco tiempo es un dato referencial; ya venía abriéndose paso
en mi interior con inusitada fuerza.
- ¿A
qué se debió ese silencio editorial de doce años?
-
En un instante determinado cuestioné el hecho de escribir. No porque careciera
de validez. Nada de eso. Mi decisión tenía que ver con búsquedas
personales, que colocaban en la balanza lo que yo consideraba prioritario. Cuando
creí despejada la opción, pospuse la literatura. Sin embargo, el
"silencio literario" siempre es relativo. Lo cierto es que un escritor
está creando permanentemente. El inconsciente está acumulando la
experiencia de la observación, el nivel de los sentidos hace que la memoria
guarde y luego traiga a la luz aquello que resulta significativo. En algún
momento la decantación se hará inevitable.
-
En "El contagio..." los personajes no tienen nombre, sino que se definen
por sus características, su rol, o simplemente el juez los identifica como
'fulano'.
- Parte esencial de la historia es un desplazamiento por
la conciencia individual y colectiva de los personajes, incluido el protagonista.
En ese trayecto lo que importa es lo que tú apuntas: las funciones que
cada uno desarrolla o las características que hacen que fulano o zutano
sean tal o cual. Lo que me pareció relevante fue dar cuenta de una realidad
descompuesta donde hombres y mujeres han ido perdiendo su identidad personal,
a pesar de que todos son - somos- mortalmente parecidos.
-
¿Fue tu intención hacer una novela coral mostrando a estos personajes
en relación al juez?
- Creo que sí. O mejor dicho,
se fue dando de esa manera. Claro que no en lo formal: los personajes no hablan
al mismo tiempo, aunque en el fondo pudieran dar cuenta de un sentimiento colectivo
que el juez va descubriendo en su progresivo desvarío. Tanto la existencia
de los personajes marginales, como el rol protagónico del juez, tienen
un hilo conductor: el encuentro y desencuentro diario que como seres humanos enfrentan.
-
¿Es el autocuestionamiento del juez respecto de su autoridad el detonante
de su locura?
- El autocuestionamiento quizás surja de una
interrogante nada de trivial: ¿de dónde emerge ese poder de juzgar
y condenar en su sentido último? Si su rol lo ha colocado por sobre el
individuo común y corriente, si ejerce su autoridad premunido de una suerte
de aureola jerárquica que lo distancia del mundo, ese mismo mundo se encarga
de colocarlo a ras del suelo y cuestionarle, como un coro de voces disonantes,
su pretendida dignidad y competencias. Nadie está exento de un cambio radical
en la existencia humana. Un día se está aquí y otro allá.
Y eso es tan válido para la labor jurisdiccional como para cualquier otra
función revestida de autoridad.
- En el
libro, libertad y locura parecen estar relacionadas.
- Sí,
tienen puntos de contacto. Ambas parecieran ser virtudes o defectos naturales.
La libertad permite obrar de un modo determinado sin sujeción a terceros,
pero también puede llegar a ser un desafío de la autoridad o de
las "buenas costumbres". ¿Y la locura? Si sólo se atiene
a la pérdida de juicio o de razón, se contraponen. La guerra o un
golpe de Estado, ¿no son fruto de la pérdida de la razón?
La locura vital, en cambio, la que se asemeja a la inocencia de un niño,
¿no es casi idéntica al innato sentido de libertad? Desde el análisis
deductivo y racional, el "loco" es un inadaptado social, un enfermo.
Todos los soñadores terminan siéndolo.
-
¿Cómo se relaciona esta libertad con la memoria, que según
uno de tus personajes, no permite ver el presente?
- En la novela,
como en la vida misma, cada cual es la suma y resta de su memoria individual.
La memoria obnubila parte de la conciencia libre, la esclaviza, en la medida en
que la hace dependiente. No se trata de olvidar el pasado, sino de objetivarlo
y hacerlo funcional a un presente siempre renovado. Ello conlleva a desdramatizar
el dolor, el sufrimiento, a hacerlo entendible en sus causas y morigerar entonces
sus efectos. Luego, el presente se hace más real y es posible vivirlo como
un instante único.
- Precisamente el "desborde"
que hay en tu novela la acerca al género fantástico.
-
A riesgo de parecer un lugar común, lo fantástico reside en lo real.
No es posible imaginarse lo inexistente. En algún lugar del cosmos o del
microcosmos, del universo que vemos y del que suponemos, lo fantástico
ha de tener cabida. El "desborde", ciertamente, acerca la realidad a
lo fantástico. Pero, podría ser a la inversa, lo fantástico,
lo que ocurre en la alucinada mente del protagonista o de los personajes con que
interactúa podrían dar las claves para entender el mundo que se
habita. Si el juez, desolado, mira al pueblo desde la altura de un cerro mientras
imagina ver luces celestiales, ¿no está, quizás soñando
con un mundo paralelo, con una fantasía posible?
-
Aquí, como en tus cuentos, se reconoce tu sintonía con Kafka, ¿qué
otros libros o escritores han sido importantes en tu formación literaria?
-
Kafka, "el más extraño de todos", ha dicho Vila-Matas,
resulta un escritor fundamental para entender el siglo veinte. Y más que
eso: para intentar acercarse a ciertos rasgos determinantes de la especie humana.
El sentido de la transformación, o del procesado que ignora el porqué
de su condición, de quien sufre los rigores de una sociedad inmisericorde
amparada en poderes invisibles y absurdos, son, entre muchos otros, factores inherentes
a la obra de Kafka. Con él existe un acercamiento similar al que siento
con Rulfo. Reconozco a los más gravitantes en mis comienzos: Hamsun, Camus,
Rulfo, Arreola, García Márquez, Dostoievski, Gogol, Shakespeare.
También Cortázar, Sábato, Borges, todos los del famoso boom.
Prefiero nombrar autores antes que libros, porque creo que dejan huella los estilos
o "la mirada", como dice Paul Auster. Pero toda selección es
siempre arbitraria y equívoca. También la poesía jugó
un rol fundamental; empecé escribiendo poemas y leyendo a todo autor que
cayera en mis manos desde los trece o catorce años.
-
Se nota en tu literatura una predilección por los seres más desvalidos,
marginales.
- No sé si sean o no más interesantes
literariamente hablando. Creo que la opción tiene que ver con el legítimo
sentimiento de compasión - amor, no lástima- que se tiene por los
seres más desposeídos que, al fin de cuentas, son una extensión
de la ausencia de amor. Además, casi todo mi trabajo profesional y antes
político, así como mi función de juez rural, ha estado ligado
a las personas más carentes de la sociedad. En la pobreza y marginalidad
se encuentran valores más profundos y duraderos que en otras capas sociales,
aunque las miserias humanas atraviesan la escala social.