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Desencierro. Juan Mihovilovich. Lom, 2009, 233 páginas
La derrota irremediable
Por Patricia Espinosa
Las Ultimas Noticias, Viernes 8 de mayo de 2009
El uso del monólogo a través de 227 páginas puede volverse inaguantable, especialmente cuando la única voz de la narración no varía su estado anímico y presenta una actividad casi nula, convirtiendo el relato en una sucesión de tiempos muertos que se eternizan de modo imperturbable. Juan Mihovilovich, juez de letras en Curepto y prolífico narrador, asume esta modalidad del discurso unipersonal en su novela 
Desencierro, un proyecto con variadas fragilidades que, sin embargo, no fracasa; al contrario logra erigir una propuesta que juega con la paciencia del lector para levantar una desoladora alegoría en torno a los límites de la razón y la imposibilidad de escapar al ejercicio del poder.
El protagonista es un hombre de mediana edad, nacido en un territorio difuso pero marcado por la frialdad, posiblemente el sur chileno. Se encuentra encerrado en una celda y apela a un interlocutor anónimo, un psiquiatra o carcelero, que no emite palabra a través de todo el libro, una suerte de fantasma o ensoñación, siempre oculto al lector, que actúa como contrapunto al desborde del monólogo del personaje principal. Al parecer, se le acusa de un delito que desconoce y es sometido a frecuentes interrogatorios y torturas físicas en busca de una verdad que ignora.
Enfrentarse a un poder diseminado y siempre dispuesto a la aniquilación es el destino del personaje. Un poder que en su afán destructor no da tregua y que opera tanto en lo doméstico como en la psicología del protagonista. El relato se orienta a concluir que se es culpable por el solo hecho de existir, aunque da algunas luces de un origen funesto: el protagonista fue producto de una madre violada que lo aborreció antes de nacer y que durante su infancia y adolescencia lo hostigó y persiguió con fiereza. Es así como la derrota, aun cuando busca pequeñas estrategias de subversión contra su destino trágico, es su marca distintiva.
La locura lo ha capturado y el relato se complace en exponernos su sintomatología. Es evidente el referente freudiano de esta novela donde la madre es un punto central en la desdichada existencia del personaje. Los límites entre lo que de verdad experimenta el protagonista o lo que imagina están anulados. La soledad parece imposible de subvertir. En el discurso del narrador, aunque aparece la rabia, predomina la calma que se contagia a la acción reducida al grado cero. Lo anterior diluye expectativas y, en largos segmentos, genera indiferencia, debido a que la perspectiva enajenada del encarcelado se vuelve reiterativa, claustrofóbica y sin contrates. Si el propósito de la novela fue llevar al lector al límite, lo consiguió plenamente. Por momentos se vuelve inaguantable, pero una y otra vez logra remontar, ya que no transa en exponer a un personaje enfrentado a la imposibilidad de elegir que asumió su condición de eterno condenado.
