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CANTOS DEL AMANCAY

Autor: Bernardo González Koppmann
Poesía- Colección de Poesía Sol Azul, 71 páginas. Octubre 2005. Talca

Por Juan Mihovilovich
-escritor-



La poesía de Bernardo González Koppman está llena de imágenes laricas, de propuestas permanentes sobre el paraíso perdido, pero que paradójicamente pervive en la memoria a través de los señuelos ineludibles de las pequeñas cosas que se evocan por los sentidos.

Si no fuera por esa sensualidad vital - no sólo la que emerge de un erotismo bellamente trabajado- sino de los sentidos que evocan y provocan al presente repletándolo de una multiplicidad nostálgica -en ocasiones- pero conciente de que los momentos son, inevitablemente, los precursores del recuerdo ("…El instante es un ángel perdido en la neblina…" página 30) los poemas de González Kopmann incursionan en el gusto, la visión, el tacto, los aromas, y los revisten de un presente que termina por hacernos parte de una eternidad que no sucumbe al agobio de las palabras…("los caminos, se esfuman, se esfuman las palabras…" pág. 45)

Poesía de imágenes y desvelos, de sugerencias que prenuncian el horizonte a fuerza de dolores metafísicos, de recónditos espacios donde el verbo apunta a traernos la fantasía que espera más allá de la cumbre. Hay que avanzar apegado al suelo, subsumido en el sentido de lo cotidiano, de los objetos que nos llenan el alma a veces, que evidencian su vacío en otras, pero con el tropiezo de los días repetidos, del jadeo y el sudor impregnado, porque "algo" atisba el futuro en las cosas sencillas: "Para amar a una flor hay que besar con los labios heridos…" o "Para amar a una flor hay que jadear de veras…sudar en el camino cuesta arriba y cuesta abajo sudar, jadear…"(página 44)

Los poemas de Cantos del Amancay son historias multifacéticos de un mundo visto con lo ojos de quien penetra en la esencia de las cosas y los seres, que intenta atrapar esa fugacidad irremediable de la materia, que procura aprehenderla e incorporarla en un recóndito pasaje de la memoria y hacerla un día canción, melancólico sueño, incursión veloz hacia el infinito. Se presiente el símbolo en la dureza de la piedra, se advierte el universo real tras la imagen que lo recubre, entonces se avanza en la observación intuyendo que tras el contacto frío pervive una realidad que nos seduce en su misterio: "Tras estos muros de piedra te adivino…" (página 35). Y esa adivinación es una invitación que este Amancay nos reclama, que nos sugiere, que nos esboza.

Un texto para hacer resucitar los reinos que el hombre subyuga, para desentrañar en el simple vuelo de las aves la belleza de una garza o el avance parsimonioso del "musgo que embellece los candados." Un libro para abrirse al secreto de las cosas simples, para involucrarse en lo personal, en lo inmediato e intuitivo. No para cerrar.

Un libro que es una puerta abierta a un cosmos que no vemos, y del que somos parte indivisible.



 

 

 


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"Cantos del Amancay", de Bernardo González Koppmann.
Por Juan Mihovilovich.