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Un siglo de historia
(Preservación y cambios en la provincia penquista)
Autor: Pacián Martínez Elissetche. 2010-Trama Impresores. Concepción
Por Juan Mihovilovich
“En una calle de Elsinore, cerca del puerto, se conserva una casa gris y majestuosa construida
los primeros años del siglo dieciocho. El edificio mira reticente a las
construcciones
modernas
que se han levantado a su alrededor.”
Isak Dinesen: Siete cuentos góticos.
El epígrafe del escritor danés que viviera en Kenya y reflejara en su obra un gran amor por África y su gente, no puede ser más apropiado para reseñar el contenido nostálgico del texto de Pacián Martínez, teñido en todas sus páginas por ese cariño irrestricto que ha tenido por el Concepción que hoy ya no existe, pero del que se nutre permanentemente para hacer la vida presente más vivible y, de algún modo, soportable.
Para quienes circunstancialmente habitamos esos espacios al aire libre o transitamos por “los túneles morados” del hábitat penquista en búsqueda, quizás, de nuestras propias identidades, aherrojados y aferrados a los sueños de la juventud o anclados transitoriamente a los espacios hoy imaginarios, incursionar por el texto de Pacián significa reencontrarnos con el mundo físicamente perdido, pero que porfiadamente se anida en la memoria, en ese corazón inclaudicable que se niega a aceptar que la manida idea del progreso economicista termine también con el sello distintivo de un pueblo o una nación.
Uno de los méritos innegables de este libro es ese. Pero, obviamente, no es el único. Como bien lo expresa –y justicieramente- Jaime Giordano en su prólogo, Pacián Martínez ha constituido una suerte de memoria activa y vigilante respecto de Concepción y su entorno, alcanzando de modo natural a Tomé, Coronel, Lota, Talcahuano, etc., por nombrar algunos de sus lugares señeros. Y no podría ser de otra manera; para quienes han hecho de la cultura y las artes una forma de vida, pera quienes como Pacián Martínez se han alimentado de la belleza como una prolongación de lo genuino y real, no caben las propuestas estéticas desprovistas de esa humanidad que constituye la esencia de un pueblo. La innovación, luego, premunida de esos rasgos actuales de eficacia y efectismo se pierden en la frivolidad de un mundo que ha hecho del espacio una mera cuestión de utilería, de rapidez, de imágenes que no denotan nada, salvo la misma superficialidad sobre la que se erigen para desvanecerse sin remedio en el olvido de un presente sin perspectivas y sin alma. Luego, para descubrir lo oculto siempre es imprescindible un hierofante, aunque parezca exagerado.
Cierto: lo que Pacián Martínez, pretende mostrar y demostrarnos no cabe en las veleidades de la frivolidad en el que la sociedad post modernista ha caído irremediablemente. Rememorar los espacios arquitectónicos no constituye una mera vuelta de tuerca que nos ahogue o nos deje mirando el pasado con ojos sombríos. Al contrario. Al incursionar por las seguras y documentadas palabras de este libro que se pasea sin prisa por el Liceo de Hombres, el Mercado, el Parque Ecuador, o que desciende a las profundidades de las minas de Lota o se desliza por el Barrio universitario de Concepción o termina en el Club Hípico en una carrera aparentemente perdida contra el tiempo y la insensibilidad, Martínez Elissetche nos está invitando a que “esas viejas tomas y los diferentes textos sugirieran las latencias de espacios en que hombres y mujeres sufrieron y amaron, construyeron casas, crearon industrias, plantaron árboles, bebieron de sus aguas y extrajeron los frutos de sus praderas y de sus bosques.”
Es decir, nos convida a no olvidar nuestras procedencias, -cualquiera sea la ciudad que hoy habitemos, aunque el pre-texto sea la provincia penquista- , nos re-enseña a mirar un pasado que la memoria se niega a olvidar como una necesaria e imprescindible contraposición a los vicios de una modernidad que tiende a convertirnos en meros datos estadísticos, y a querer convertir el espacio que habitamos en una especie de mueca despectiva carente de toda historia e identidad.
Y para situarnos frente al espejo de un tiempo que no perdona, los textos e imágenes de este libro nos obligan a mirar y a leer en la tradición más íntima, que sólo la emotividad lucida de un artista de la palabra como Pacián Martínez Elissetche puede ser capaz de deletrearnos.