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"El
contagio de la locura", de Juan Mihovilovich
Lom Ediciones, 2006
Alucinaciones
de un juez rural
Por
Juan Manuel Vial
La Tercera Cultura, Sábado
20 de Enero de 2007
La
última novela del escritor magallánico Juan Mihovilovich -actual
Juez de Letras, Garantía y Familia de Curepto-
plantea la posibilidad -real
y perturbadora- de enloquecer como cabra a través del mero contacto rutinario
con el prójimo
El Contagio de la Locura,
novela que describe cómo un magistrado rural pierde aceleradamente la cordura
a lo largo de tres días, se inicia con una imagen que no admite muchas
dudas respecto a la patología que afecta al protagonista: "Fue un
cinco de mayo. El juez alzó el mallete para golpear el trozo de madera,
y al levantar la vista, vio que el condenado era un colibrí. Sacudió
dos o tres veces
la cabeza. No era posible". Sin embargo, el colibrí siguió
estando allí, eso hasta que huyó del tribunal -y del imperio de
la ley- por una ventana entreabierta.
Pese a sufrir alucinaciones constantes
(la lucha contra una enredadera asesina, la fuga de su mano izquierda y el supuesto
degollamiento del que es víctima son algunos de los episodios que hablan
de ello), y a ser objeto de una paranoia desmedida, el juez de esta novela nunca
llega a perder completamente la sensatez. Lo anterior se debe a que el narrador
omnisciente no abandona a su personaje en las puertas de la vesania, sino que,
de manera dosificada, lo obliga a regresar una y otra vez a la esfera propia
de la admirable lucidez: "Hacía ya mucho tiempo que había abolido
de sus convicciones el ideal de las democracias y reafirmado su certeza de una
ilusoria justicia humana".
Lo anterior -que de casual no tiene nada-,
se complementa de muy buena forma con el lenguaje escogido por quien narra: las
frases calculadamente cortas surten un efecto apaciguador ante la creciente demencia
de un personaje que "todavía cree en la concatenación de los
hechos, en su secuencia, en lo inevitable de un destino en serie". El relato
exiguo también funciona a la hora de dar voz a los continuos cuestionamientos
internos que el juez se hace a sí mismo: "¿O acaso existía
alguna forma de contrarrestar el destino? Si su destino determinaba la locura,
¿para qué luchar? La lucha siempre le pareció una debilidad:
peleaba quien carecía de argumentos".
La posibilidad de locura
real e intranquilizadora que nos presenta Juan Mihovilovich -autor magallánico
que ha obtenido reconocimientos varios en los géneros de novela, cuento
y poesía- está estrechamente ligada al contacto con los otros, es
decir, se gesta a partir de la relación rutinaria con el prójimo.
En el caso del juez, el proceso de enajenación comienza a ser evidente
para él luego del paseo que, cada mañana, emprende junto a sus perros
antes de presentarse en el tribunal. De ahí en adelante, casi todos los
personajes que se crucen por el camino del protagonista -ya sean éstos
seres abyectos o inofensivos- constituirán un reflejo de su propia demencia.
El
hecho de que Juan Mihovilovich sea en la actualidad Juez de Letras, Garantía
y Familia de la ciudad de Curepto, viene a ser un trozo de información
que no convendría ignorar, ya que este libro, además de ser un convincente
viaje al centro de la locura, plantea otras disyuntivas de interés general,
entre las cuales destaca la gravitancia de los delitos sexuales en contra de menores
cometidos en cualquier comuna de Chile, o la perturbadora posibilidad de que la
cárcel sea, efectivamente, "el único lugar de este planeta
donde de verdad se aprende a vivir en libertad".
El Contagio de
la Locura es una obra que le debe mucho a las novelas de Kafka, como lo prueban
ciertas alusiones a La Metamorfosis, El Castillo y El Proceso.
En este sentido, los admiradores del escritor checo celebrarán la síntesis
que ha hecho Mihovilovich de algunos de los más oscuros postulados kafkianos.
Sin embargo, es muy probable que esos mismos lectores, y también otros,
detesten el abuso del adjetivo "cósmico" presente en la novela,
el cual, en al menos un par de ocasiones, viene a quitarle toda seriedad al respetable
acto de irse volviendo más y más loco a cada instante.