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HURACAN
CRISTINA
Por Jorge
Marchant Lazcano.
Desde
Nueva York
Tal vez ya casi fuera de
temporada, cuando el otoño comienza a caer en los Estados Unidos, un huracán
de enorme intensidad se deja sentir por Nueva York. Estuvo anunciado por semanas
y semanas no solo en diarios y revistas, sino también en las sucias estaciones
subterráneas
y en los costados de los buses que suben y bajan por las afiladas avenidas neoyorkinas.
El huracán vino del sur. Traía nombres latinos. Cristina Gallardo-Domas.
La
furia se desató la noche del lunes 25 de septiembre en el Lincoln Center
y en Times Square. Era noche de apertura de la temporada, aunque en realidad era
aún la tarde, porque los tres mil y tantos asistentes a la gala de la Metropolitan
Opera debieron ingresar a la sala antes de las 6.30, cuando aún no había
oscurecido, y el viento apenas golpeaba mientras las estrellas de cine convocadas
por Anthony Minghella, intentaban dar nuevo lustre, con olor a Hollywood y a Broadway,
a rancias instituciones culturales.
No había conseguido un asiento
en el enorme patio, junto a la pileta del Lincoln Center, por lo que me quedé
de pie, detrás de las barreras policiales, como cientos de personas, pensando
en retirarme una vez que comenzara la proyección de "Madama Butterfly"
en la gran pantalla, debajo del título de Puccini en caracteres japoneses.
No quería perder el disfrute de la sorpresa de la puesta en escena, cuando
me toque verla en el interior del teatro en un par de semanas.
Pero ya
estaba sonando el himno americano por los parlantes y uno comenzaba a advertir
los primeros síntomas del cataclismo. America, la bella, la impoluta, la
soberana, rindiéndose ante la historia de traición de uno de sus
militares, muchas décadas antes de Pearl Harbour, y la japonesa en cuestión
no es japonesa, como podría pensarlo un pequeño grupo de auténticos
japoneses que se han tomado un pedazo de terreno, puesto chales sobre el incomodo
piso, y disfrutan de una especie de pic-nic con sushi entre las alambradas, y
como esto es la cuna de la democracia, nadie dice nada. Mucho menos las decenas
de recios policías que comienzan a emocionarse con esa extraña criatura
que aparece en la gran pantalla, en medio del fausto y de la embrujadora fantasía
creada por Minghella. Parece ser una japonesa en la cual ninguna japonesa podría
identificarse. Es cierto que es pequeña, pero tiene la nariz muchísimo
más larga que el común de las japonesas, y las mejillas hundidas,
y tiene una gestualidad extraña, y si uno le quitara el kimono, bien podría
bajarse, no de un bus neoyorkino, sino de una micro amarilla, podría verla
por el paseo Ahumada, allá en el fin del mundo, o por Providencia, o en
el Alto Las Condes, o en el Mercado Central, da lo mismo, es un rostro, un cuerpo
familiar, pero esta tocada por la mano de Dios. Pareciera que por estos días,
la mano de Dios se inclina por la diferencia. Es una mujer como las que se suben
a diario a algunos de los trenes que cruzan el East River hacia Queens, el barrio
donde el 46 por ciento de sus habitantes ha nacido fuera de los Estados Unidos,
y que probablemente esos mismos policías desprecian, porque muchas de ellas estan
ilegales, y hacen sentir que se corren las fronteras, y America, la bella, se
desvanece, se desdibuja, ante la inminente furia del huracán que viene
del sur.
Despues, cuando ya es noche cerrada, y"Madama Butterfly"
avanza hacia su destrucción, el huracán Cristina tiene su epicentro
en Times Square, el llamado "crossroad of the world". Ahora ya no es
una, sino tres las pantallas en donde la extraña criatura morena proclama
su reinado indiscutido en el centro del mundo, y confirma los elogios de Minghella.
Al fin y al cabo, el paciente inglés ha trabajado con bellas como Nikole
Kidman, Juliette Binoche o Gwyneth Paltrow, pero es a esta chilena a quien se
habría raptado, segun sus propias confesiones. Pareciera que el clamor
y la vulgaridad de los turistas gringos que se dan vueltas como zombies bajo los
neones, y todo el marketing de la Metropolitan Opera se hubiera aplacado ante
el suicidio de Cristina Gallardo-Domas en la triple pantalla enclavada en los
rascacielos, un poco mas abajo de Dios. Pero aquí no hay muertos. Esto
no es Katrina. Aqui no hay mentiras americanas. Estamos lejos de la zona Cero.
Esto es apenas la zona cero de una soprano que nos hace honor. En la esquina de
la calle 43, algunas insufribles obesas americanas venidas de Ohio, o de Nebraska,
o de Oklahoma, compran maní confitado, porque no les bastó con la
hamburguesa. El latino que se los vende esta también extrañamente
emocionado. Claro, también es chileno.