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Restos
mortales
Juan Mihovilovich
Cuentos. Editorial
LOM, 2004, primera edición. 111 páginas.
Por Antonio Rojas Gómez
En La Columna.cl, Noviembre de 2004
Juan Mihovilovich es escritor y es Juez de Letras y Garantía
en la ciudad de Curepto, Séptima Región. Yo soy escritor,
apenas. No soy quien, entonces, para juzgar estos cuentos breves de
Usía. Sé que corro el riesgo de cometer una irreverencia
que proyecte mis huesos a la prisión, y vayan a hacer
compañía a los de tantos personajes que circulan por
las páginas de este volumen, prácticamente todos, invariablemente,
prisioneros de sí mismos. Mas, corro el riesgo.
Mihovilovich no es nuevo en la literatura nacional. Conozco y valoro
su obra, de la que destaco la novela “Sus desnudos pies sobre la
nieve”. Sin embargo, aquí nos encontramos con una colección
de cuentos breves que, como los que le conocíamos, están
muy bien escritos, con una corrección en la prosa que no es
común. Tienen, como unidad conductora, aparte de la brevedad,
el ser atisbos de la interioridad de los seres que los habitan. No
hay aquí historias externas, persecuciones al estilo de las
que acostumbramos a ver en la televisión norteamericana, argumentos
complicados que atrapan al lector y lo invitan al juego fascinante
de ir descubriendo lo que hará cada quien enfrentado a los
hechos sorprendentes que se le plantean.
El placer de la lectura va por otro lado en cuentos como estos. Son
pequeños sorbos de vida, que se paladean uno a uno y exigen
detenerse y meditar antes de llevarse nuevamente el vaso a los labios,
o el libro a los ojos, para el trago siguiente. Y al final, el todo
ha compuesto una trama densa, de intensidad conmovedora, que obliga
al lector a cuestionarse a sí mismo, a preguntarse ¿y
yo?, ¿cómo actuaría yo en situaciones semejantes?
Cómo actúo, en realidad; porque todos, cual más
cual menos, estamos inmersos en un mundo que nos ubica frente a sucesos
que escapan al orden establecido y escamotean el tranquilo y simple
hacer de la monótona vida rutinaria. Y la magia, el misterio,
la ruptura surgen como elementos invasores, inesperados, que brindan
velocidad, desmesura, al diario acontecer. Entonces, ¿quién
soy, en realidad?, ¿me conozco como creo conocerme?
Este ejercicio intimista al que conduce la lectura de los cuentos
breves de Juan Mihovilovich se distancia del ejercicio de la lectura
de cuentos más extensos y novelas recorridas por argumentos
elaborados. Se parece, en cambio, a la provocación de la poesía.
Y como en la poesía, es obligatoria aquí, en la construcción
de los textos, la belleza de la forma, la exacta elección de
las palabras, la armonía de las frases y el ritmo que conduce
al final, no hablemos de desenlace para ser estrictos con el idioma.
Es este aspecto el que considero más destacable en el nuevo
libro de Juan Mihovilovich: su impecable trabajo con el lenguaje.
La limpieza de cada frase, la exactitud del adjetivo, el dinamismo
del relato nimio que, sin embargo, abre horizontes inconmensurables
a la sensibilidad del lector. Allí reside la grandeza de este
libro de cuentos de extensión pequeña.
Creo que nada puede graficar mejor estas meditaciones, que la transcripción
de uno de los veintiocho relatos del volumen. Después de conocerlo,
cada cual decidirá si tengo o no razón, y podrá
buscar estos “Restos mortales” para desentrañarlos uno a uno.
Y el señor Juez verá si merezco condena o absolución.
HOMBRE REGANDO
Las plantas nunca crecen demasiado, pero el hombre las riega todas
las mañanas. Con una insistencia que agota a quien lo mira,
moja el césped y las hojas de una enredadera. Hace tantos años
que vive aferrado a esa lluvia artificial que las sienes le brillan
por las noches. Quizás por estar siempre absorto en su quehacer
nunca reparó en la observación de su vecino. Tampoco
se percató que entrado el invierno los empleados de una funeraria
retiraban un cadáver reclinado sobre una ventana del inmueble
colindante. Sin embargo, repentinamente notó que regar era
un fastidio. Más aun, cuando el césped llegaba sin aviso
al techo de la casa y la enredadera cubría todas las entradas.
Confuso y aturdido se dio a la tarea de podar, buscando al menos,
la ventana de su dormitorio. Solo allí constató la imagen
de un cuerpo reclinado que resueltamente le impedía el paso.