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urdimbre, de Julieta Marchant:
un paso afortunado hacia la verdad poética

Por Carlos Henrickson

 

Bajo nuestra inquietud política –tan distinta en Chile de la responsabilidad, la inteligencia o la voluntad políticas-, se ha hecho signo de los tiempos anteponer una y mil exigencias a los proyectos poéticos, que tienen que ver con deberes ante los otros (el pueblo, los lectores, etc.) absolutamente antepuestos al oficio en sí o a la propia conciencia creadora –desde la sencillota exigencia seudopolítica de los comisarios de turno hasta la complacencia con el despojo y la derrota con el fin de provocar un par de risas de la audiencia. El asunto, obviamente, no es tan simple: el umbral de algún posible otro sólo es alcanzable cuando el sujeto poético logra alcanzar una cierta conciencia de sí –en caso contrario, se trata sencillamente de los otros que define el burócrata de turno o su rival de oficinas. En este sentido, se echa de menos proyectos que impliquen ese sentido tan primigenio y tan cargado de futuro de la poesía: su capacidad de emprender fuertes vías de autoconocimiento, condición necesaria para cualquier otro horizonte.

En este sentido, la opera prima de Julieta Marchant (Santiago, 1985), urdimbre (Valparaíso: Ed. Inubicalistas, 2009) representa el ejemplo de una poética efectiva, intensamente desarrollada desde esa intimidad esencial que es creadora de nuevas escrituras. No representa casualidad que una imagen perteneciente al ámbito del tejido sea figura marcadora de la creación femenina (desde la tela de Penélope hasta la intensa y reflexiva práctica artística de Cecilia Vicuña), ya que la pregunta por la poesía hecha por la mujer es una de las inquietudes nutrientes del libro de Julieta. Desde el nítido malestar de saberse parte de un territorio cultural otro, eternamente amenazado por la inscripción meramente marginal, pero con un destino claramente colectivo (como toda expresión del ser de la poesía, en que el ser termina siendo ser con otros, y haciéndose ser bajo la experiencia del encuentro y la imbricación con el otro), la poética de urdimbre es capaz de plantearse desafíos amplísimos en el plano de la deconstrucción y reconstrucción de una historia colectiva, pero desde la estricta deconstrucción y reconstrucción de sí mismo como proyecto: en esto radica una de las claves del título.

La urdimbre de un tejido puede ser la disposición previa de los hilos que lo componen, mas no necesariamente representa una característica propia del mismo tejido en su estado completo. La urdimbre se verá antes que la urdidora haga un todo de la conformación de los hilos, y se volverá a ver en el momento en que tal tejido empiece a deshacerse. Este momento crítico de un tejido, aplicado a la conformación del propio ser en cuanto físico, es claramente visible desde el epígrafe de la poeta argentina Ana Becciu –“penetrar un cuerpo es penetrarse y al mismo tiempo sustituirse, perderse”- lo que señala a esta poética un programa provocador y violentador de sí mismo: el darse la posibilidad de abrir entradas hacia una realidad anterior o posible más allá de la conformación del sujeto entendido desde la visión moderna ilustrada. La percepción de sí mismo abre necesariamente un espacio perpetuo de presencias otras.

Esto último marca una de las apuestas formales importantes del libro de Marchant: su conformación como procedimiento de tejido, alternando una cita de otra autora con algún nivel de contemporaneidad, claramente indicada en una página aparte (Alejandra Pizarnik, Verónica Viola Fisher, Soledad Fariña, Anne Sexton, Alejandra Ziebrecht, etc.), una unidad poética propia, y una tercera instancia en que se genera un texto poético breve y apelativo –una segunda persona. Así, se plantea claramente una pluralidad tras la pretensión del sujeto individual, que no lo puede dejar estable y quieto en sí mismo, y lo obliga a una íntima deriva existencial. Desde acá, el espacio geográfico de un mundo que no decide su carácter interior/exterior, se hará la imagen precisa para tal deriva. Pienso en el Poema de Chile, de Gabriela Mistral, en que la crisis del sujeto personal se resuelve exactamente de la misma forma, y entrega la posibilidad de una subjetividad colectiva.

Mas Marchant no habita el mundo civilizado de la Mistral, sino la ácida y jabonosa post-cultura del siglo XXI. Su geografía no se abre a la noche natural y a-medias-conocida del espectro mistraliano, sino a lugares de violenta, dolorosa y concisa percepción que lucha por la lucidez:

cuál será el gesto preciso o de dónde vendrán los jardines
quién será capaz alguna vez
la primera piedra fue lanzada por alguien que ya nadie recuerda
la imagen de los árboles quemándose la otra corriendo
el fuego de los márgenes y lo oblicuo haciéndose curvo
correr es devolverse dice una voz que buscarse entre la maleza
dice los gestos vacíos no hay espacio dice acá no

Así, la fuerza que genera el texto es una presión por lucidez, que no puede dejar de moverse en la dolorosa deriva existencial y afectiva. Las imágenes son índices permanentes de esa deriva, pero con la concisión que da esa pretensión imposible de lucidez: por ejemplo, los bosques ardiendo o el jardín desolado, que aparecerán a lo largo del texto permanentemente, y dibujados de forma seca y clara, sin dejar caer este delirio ni a la deriva surrealista ni al argot académico, dos caminos trabajados hasta la saciedad por la poesía contemporánea escrita por mujeres. Marchant, en este sentido, se distingue por esta cuidada lucidez en el oficio poético, dando en esta arena dos pasos más adelante que las poetas de su generación y las inmediatamente anteriores.

Lo que trae de original Marchant es precisamente una pretensión imposible, mas operativamente fértil: el programa de llamar la visión hacia un hecho claro y definido –legible objetivamente desde la literatura-, desde una subjetividad des-hilachada en que se llega a ver la urdimbre de su conformación. En el plano de la eroticidad del libro –uno de los claros índices de este contraste-, la ilusión de la entrega amorosa –plena y despojada-, se contrapone permanentemente a la necesidad de conservación y conformación de sí misma, lo cual genera la escena de una entrega trágica, análoga a la del texto con su lector. Cualquier clase de afectividad implica acá con-fusión, como lo señalan esos límites vagos, líquidos o terrosos, entre los seres presentes en la escritura, lo cual no le da a la voz del hablante el consuelo de la potencia creadora, sino la mera presencia espacial –pienso en esa voz que te da vueltas huellándote los bordes, esa modesta función de la poeta en un mundo de cuya propiedad reniega.  

La poesía, entonces, se hace pura imagen del deseo, encontrando en lo presente la negación permanente de un sí mismo concebible:

la que soy es esa que está llamándome allá
las otras me contienen o al menos hacen señas en medio del viento giran
el centro desgobernado los cuerpos oblicuos se traspasan
en mi espalda hay alguien que me camina
en su espalda hay alguien que la camina
quién será la otra si acaso hay luz quién

Sólo desde este cuerpo imposible (lo único que tengo es este cuerpo que padece otros cuerpos) es que se podrá plantear una posibilidad de historia colectiva, cuya verdad poética se dé en la representación de este paisaje interior, que represente la urdimbre real que reposa sobre el discurso formal sobre el ser colectivo: en la poética de Marchant, este ser es el sujeto americano, cuya identidad no deja de mostrar los hilos dispersos, y la materialidad vacía y sin sentido de ellos. Si bien no es el objetivo o el tema de la investigación poética de Marchant, esta determinación es inseparable del texto como un todo, lo que multiplica las dimensiones de lectura del libro.

Un libro con tales búsquedas poéticas ya se echaba de menos, y resulta algo impresionante que sea el primer libro de la autora. La apuesta de Ediciones Inubicalistas resulta saldada por una opera prima cuyo reconocimiento en la justa medida no puede sino plantearlo como expresión de una de las voces femeninas más importantes en la poesía chilena contemporánea.

¿Habrá que lamentar que Inubicalitas tenga tan poco tiraje de edición? Creo que al menos no, en lo que implica nuestro actual entorno crítico nacional. Es difícil que éste se logre alzar más allá de la mediocridad que ya ha asumido y que parece bastarle. urdimbre está llamado a traspasar las fronteras de nuestros simulacros de crítica literaria, y Ediciones Inubicalistas, a dejar ya una huella definida en la producción escritural de principios de este siglo.

 

 


 

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