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Desencierro

Juan Mihovilovich. Novela, 236 págs. Lom.2008

Por Juan Diego Spoerer

 

La prisión como edificio o metáfora nos asola desde el momento en que nos es dada la sangre.  Habitamos entre unas paredes que invariablemente nos servirán de consuelo o reposo, pero sobre todo como un espacio en que se alimentará la condena de estar vivos.
 
Sería tal vez más justo si supiéramos que por el camino la desnudez, el despojo, la contemplación, el sacrificio o la entrega nos liberan de la noche final de los tiempos: esa espada de Damocles que hace del trayecto un cuesta arriba sin fin, atizado por las culpas que nos cargan los que ostentan la verdad y las llaves del firmamento. Pero, sobre la muerte sólo se puede hablar de presunciones y no del todo fundadas, como diría el juez que firma la novela que hoy conoceremos.

El Desencierro, la reciente novela de Juan Mihovilovich,  se acerca a las grandes preguntas de siempre, desde la perspectiva de un hombre condenado a vivir, a sobrevivir y a dejarse llevar por ese gran río absurdo de la existencia.

Nuestro personaje a través del soliloquio nos interna en una vida empozada en la negrura atizada por la culpa. La liberación, esa quimera anhelada, vendrá tal vez de la quietud y templanza que las palabras otorgan.

En las novelas suelen haber lugares y tiempos definidos y acotados. Nombres y referencias a una realidad asible como para ubicar al lector en una suerte de escenario o película de otro y que no nos pertenece.

Nada de eso ocurre acá. La ausencia de lugar y tiempo nos lleva inevitablemente a las profundidades de nuestras propias catacumbas y miserias.

La lectura de Desencierro es por ello también un soliloquio de aquella novela que todos deberíamos escribirnos. Y más que abrir puertas para la salvación este texto nos otorga el paisaje de una ventana,  por donde no sólo vemos desfilar la crueldad, el odio y la sinrazón, sino también, el vuelo de las golondrinas, el contoneo sensual de los gorriones y los paisajes de algún sur marino en el que alguna vez fuimos o pudimos haber sido felices internados en la carne de un cuerpo amado.

“Hay que viajar para no viajar,” decía Jorge Teillier, y el viaje en Desencierro nos llevará al descubrimiento de algún  silencio liberador.

De alguna manera esta podría ser una novela de iniciación. Aquella que los autores hacen cuando recién descubren que “el mundo es demasiado ancho y también muy ajeno”. Me temo que Mihovilovich esperó la madurez para internarse en el descubrimiento de la propia cárcel.

Creo que como lectores debemos estarle profundamente agradecidos.

Por otro lado el oficio de presentador suele estar perfumado a un cierto tufillo lisonjero y a apologías de a tres en cien. Aquello, es sabido, suele durar tanto como un pedo dentro de un canasto. Espero, de todo corazón, que esta sea una humilde excepción a dicha regla.

 

 

 

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Juan Mihovilovich. Novela, 236 págs. Lom. 2008.
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