
              Wislawa Szimborska fumando en la ceremonia del Nobel 
          
        
        Superficialidades kantianas
          (A propósito de la poesía de Wislawa Szimborska)
        Joaquín Trujillo Silva
Ciudad de la ideas, Junio 2012
http://ciudadideas.blogspot.fr/
        
         
        
        
 
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        Se cree que en remotos tiempos los seres humanos vivían sin  creerse seres humanos, sin otorgarse a sí mismos ese fuero que los eleva por  sobre otras especies; en otras palabras, vivían sin distinguirse del mundo. Es  más, vivían —según esta teoría— sin esa palabra “Mundo” que nombra  negligentemente al conjunto revuelto de peras, manzanas y otras millones de  cosas que apenas tienen entre sí algo en común. Los seres humanos han dado  nombre a tantas cosas, y en eso les han dado el apellido de “cosas”. Ellos, sin  embargo, que son la Casa   Real de la naturaleza, —la cúspide de la Evolución— se han  alejado tanto de sus remotos parientes, los han ninguneado tan a menudo,  llamándolos cosas, sepultándolos en la fosa común del Mundo, que ciertos seres  primigenios—esos ancestros comunes a casi todo— han reaccionado y han decidido  poner las “cosas” —¡uy, nuevamente!— en su sitio.
          
  ¿Dónde ha ocurrido este acontecimiento? En un poema de la  recientemente difunta polaca Wislawa Szymborska, quien —quizás a nombre propio,  quizás a nombre de la humanidad— intentó restablecer relaciones con uno de  estos seres antaño vivos y hoy “inertes”, según el así llamado “Derecho Romano  de las cosas”. Como poeta supo escuchar la respuesta, y en tanto alfabetizada  la pudo poner por escrito a fin que los sordos nos enterásemos. Leámoslo, por  lo tanto, en esta traducción de Andrei Langa.
        
          CONVERSACIÓN CON UNA PIEDRA
            de Sal (1962)
           Llamo a la puerta de una piedra.
            -Soy yo, déjame entrar.
            Quiero penetrar en tu interior,
            echar un vistazo,
            respirarte.
                
            -Vete -dice la piedra-.
            Estoy herméticamente cerrada.
            Incluso hecha añicos,
            sería añicos cerrados.
            Incluso hecha polvo,
            sería polvo cerrado.
                
            Llamo a la puerta de una piedra.
            -Soy yo, déjame entrar.
            Vengo por mera curiosidad.
            Sólo la vida permite satisfacerla.
            Quisiera pasearme por tu palacio,
            y luego visitar una hoja y una gota de agua.
            No me queda mucho tiempo.
            Mi mortalidad debería ablandarte.
                
            -Soy de piedra –dice la piedra-
            Imposible perturbar mi seriedad.
            Vete,
            no tengo músculos risorios.
            Llamo a la puerta de una piedra.
            Soy yo, déjame entrar.
            Me han dicho que encierras salas enormes y vacías,
            nunca vistas y bellas en vano,
            mudas, donde nunca han retumbado los pasos de nadie.
            Confiésalo: ni tú misma lo sabías.
                
            -Salas enormes y vacías –dice la piedra-.
            Pero no hay espacio disponible.
            Bellas, quizá, pero no para el gusto
            de tus limitados sentidos.
            Puedes verme pero nunca catarme.
            Mi superficie te da la cara,
            pero mi interior te vuelve la espalda.
                
            Llamo a la puerta de una piedra.
            -Soy yo, déjame entrar.
            En ti no busco refugio para la eternidad.
            No soy desdichado.
            Ni carezco de techo.
            Mi mundo merece el regreso.
            Quiero entrar y salir con las manos vacías.
            La prueba de haber estado en ti
            se limitará a mis palabras
            en las que nadie creerá.
                
            -No entrarás –dice la piedra-.
            Te falta el sentido de la participación.
            Y no existe otro sentido que pueda sustituirlo.
            Incluso la vista omnividente
            te resultará inútil si eres incapaz de participar.
            No entrarás; ese sentido, en ti, es sólo deseo,
            mero intento, vaga fantasía.
                
            Llamo a la puerta de una piedra.
            -Soy yo, déjame entrar.
            No puedo esperar mil siglos
            para entrar en tus paredes.
                
            -Si no crees en mis palabras –dice la piedra-,
            acude a la hoja, que te dirá lo mismo que yo,
            o a la gota de agua, que te dirá lo mismo que la hoja.
            Pregunta también a un cabello de tu cabeza.
            Estoy a punto de reír a carcajadas,
            de reír como mi naturaleza me impide reír.
                
            Llamo a la puerta de una piedra.
            -Soy yo, déjame entrar.
                
            -No tengo puerta –dice la piedra.
        
        Rudolf Steiner —en uno de sus instantes lúcidos— sostuvo que  en sus inicios los seres humanos vivían entre la vigilia y el sueño incapaces  de distinguir dónde empezaba un estado y terminaba el otro. En esta incapacidad  se hallaba una fortaleza. Que los sueños sean parte de la vida misma y no meros  desperdicios resultantes de la actividad cerebral, nos sugiere que el ser  humano está participando de los elementos. Siguiendo de cerca esta atractiva  tesis, puede decirse que la defragmentación de los seres humanos comienza  cuando categorizan excesivamente, cuando se exilian de la existencia para  relacionarse con ella a propósito de sus superficies, en suma, cuando  despiertan de un álgido sueño diciendo más calmados: “¡Uf! Era un sueño”. Ya no  se podrá recorrer el palacio interior de la piedra. Habrá, en cambio, que  contactarse con los exteriores de  “las  cosas”.
          
          Sin embargo, nunca Szymborska nos dice tal cosa. Nunca nos  dice que la piedra dijo, en esta conversación con una piedra, que el ser humano  haya huido de los palacios interiores de las piedras, hojas y cabellos. No  habla de una pérdida al modo de las ensoñaciones del romanticismo tardío, no  nos habla de un antiguo caserón familiar demolido por despiadadas  inmobiliarias. Nos habla, simplemente, de la hostilidad de la piedra. No es que  los seres humanos hayan sido excluidos, marginados a vivir las  superficialidades de la superficie y a imaginar categóricamente los interiores.  No se ha roto un remoto vínculo de familia. Los seres humanos solo pueden ser  quienes son en esta superficie. Como insistiría durante su vida el escritor  húngaro Dezső Kosztolányi, la diversidad de la existencia —y por ende, su  belleza— refulge en la iluminada superficie. La existencia misma, la existencia  final, los fundamentos del ser son sectores abisales donde los peces no  desarrollan el sentido de la vista. Contraria a nuestra hipótesis primera, hay  que decir que seres humanos y piedras pertenecen a distintos universos,  universos que  han colisionado formando  un mismo paisaje donde se encuentran sólo a fin de rehuirse.
          
          Ahora —no nos olvidemos— Kant habló de otro tipo de piedra,  o mejor dicho, habló otra cosa. Habló de una cosa inaccesible, una especie de  inmensa piedra sobre cuya superficie fenoménica acontecían las experiencias de  los seres humanos. La Cosa  en Sí. Cuando se quiso compelerlo a   definir esta cosa en sí, esta piedra de corredores sin acceso, Kant  calló. Cuando se dijo que tal cosa en sí, tal piedra, era innecesaria, un  agregado inútil a su sistema, Kant se negó a aceptarlo. El Idealismo Alemán asedió  sistemáticamente este inmenso peñón como a un castillo inmemorial. En la  necesidad de un plano, se lo definió y redefinió. Al final, exhaustos sus  asediadores, decretaron la inexistencia de esta piedra, la cual, con todo,  lejos de desaparecer, quedó reducida a una piedra en el zapato de la filosofía.  Muchas conversaciones ha habido con la piedra. La piedra existe, está  clausurada y a veces responde para expulsarnos. No de su superficie.  No  nos  invita a pasar porque es inhumana. La piedra no sabe de formas, de buenas  maneras. No sabe reír, ni siquiera sonreír por cortesía. No es recomendable  conversar con piedras. Si la piedra se ablandara estaría viva, y si llegase a  vivir, a acaso correría el riesgo de volverse de piedra. En su versión de la  mujer de Lot, Szymborska dirá, a nombre de esta habitante de Sodoma, que ella  miró atrás por mil y un motivos, todos muy distintos a la mera desobediencia.  Las hojas y los cabellos.