El Betta o luchador de Siam, es un pez oriundo del sudeste asiático al que, producto de su naturaleza extremadamente agresiva, le resulta difícil compartir espacio en cautiverio; por lo que, una vez alejado de su hábitat, los días para él se reducen a la soledad de la pecera, salvo en los breves instantes en que se recomienda enfrentarlo a su propia imagen reflejada en un espejo. Práctica que tiene como finalidad tratar el estrés generado paradójicamente debido a tal reclusión. De este modo, el luchador —aislado de sus pares— reacciona ante la amenaza de un otro que (sin lograr percatarse) termina siendo nadie más que él mismo.
Es esta la primera impresión a la que me remite el último libro de Podestá, a la figura del doble y a la perturbadora idea de una réplica capaz de poner en duda nuestras certezas frente a lo identitario, ya sea a causa del propio reflejo o en cuanto a la posibilidad de encontrarnos con alguien fisionómicamente idéntico a nosotros. Asuntos que en la literatura no han dejado de ponerse en juego con el ánimo de aproximarnos a un fenómeno que culturalmente nos sigue generando un alto grado de interés. Basta recordar el célebre caso de Yákov Petróvich como la copia negativa de Goliadkin en «El doble» de Dostoievski o, sin ir más lejos, a Julián Pardo y a Walter Davis en el curioso desdoblamiento que se nos presenta en el clásico nacional «El socio» de Jenaro Prieto.
Pues bien, en este caso, el autor —valiéndose de un imaginario y de una serie de recursos altamente envidiables— se anima en «Chonpen», «Chianpen», «Shiampen» o «Chanpen» (Editorial Navaja, 2022) a un abordaje bastante peculiar de la alteridad que termina dando forma a una propuesta polifónica y confusa encarada con total descaro tanto ante el buen decir como frente al bien teclear. Y para ello, el norte chileno se transforma en el escenario donde, a partir de un extrañísimo cruce entre un grupo de personajes hollywoodenses encabezado por el actor y activista Sean Penn y sus bizarros dobles tarapaqueños, se desencadena el descalabro.
«Llegué a Iquique en clase turista y no tuve miedo», nos dice el californiano. «Escucho Guns and Roses en un walkman, no Mp3, ya que no sé en qué tiempo estoy; pero acá no importa». Así se da inicio a un libro en el que uno de los puntos fuertes será la extrañeza. Donde las cosas poco claras resultarán las más sugerentes. En el que el tema del doble no se verá reducido a un solo personaje, sino a una suma de individuos que terminarán duplicados y chillando en un disparatado «manicomio de voces». Excepto Hank, nos dice el autor, «a quien nadie lo duplica: siempre es él, siempre Buk».
«Este sí es un tema complejo (complicado). Habría que determinar voces, hablantes, y para eso no tengo mucho tiempo. La cosa es clara. Determina quién es chanpen. ¿Y si son varios? Cagaste».
De esta manera y valiéndose de poemas, sinopsis, prosa, diálogos, citas, procedimientos periodísticos y reseñas de Wikipedia, Podestá avanza en una ¿novela? que, si bien metalenguajea, lo hace sin pisarse la cola y, desde ahí, pareciera estar siempre interpelándonos: «Ojo. Hablo en inglés, pero se me escribe en español» o «El lector no es hueón. Por dios, qué lugar común, loco» o «(no el autor, no el escritor, no el narrador)». De cualquier modo, en estos ¿versos?, ¿renglones?, ¿párrafos?, la historia ¿cuál historia? no deja nunca de espejearse a sí misma. Ficción dentro de la ficción. Tal como sucede a partir de la página 38 donde la cursiva asoma como responsable de sumar una nueva capa a este ¿relato?
Film: Un mafioso de Los Ángeles decide secuestrar a una modelo muy famosa. En vez de esconderla en la ciudad, la lleva a otro país: Chile, previa escala de unos días en México. Nadie sabe cómo logró salir de Estados Unidos con una mujer secuestrada, pero lo hizo. El mafioso en cuestión tenía unos amigos en el norte de Chile, específicamente en Iquique. En ese lugar perdido del mundo escondió a la modelo. Para sorpresa de todos, los pedidos de rescate no fueron respondidos por nadie.
Mención aparte merecen los pies de página de cada texto. Una especie de dobles aún más deformes que los protagonistas, cuyo mérito es dar cuenta del proceso migratorio sufrido por la ciudad con las consecuentes alteraciones cotidianas. «Las carpas fueron, primero, tomando la forma misma de la plaza». Y, más adelante, a modo de dato curioso: «Los colombianos con los venezolanos no pueden verse. El dominicano mira con desdén al haitiano, y el boliviano y el ecuatoriano prefieren mirar todo con lejanía y extrañeza andina». Migración y extranjería, entonces, surgen como elementos claves a la hora de entender la otredad y, aquí, ambos conceptos parecieran apuntar a las diferencias con las que leemos al foráneo dependiendo del lugar de origen.
Como sea, mientras «se forman riachuelos de orina o caca» por los recovecos de estos «lugares que no aparecen en Google Earth», estas páginas continúan llenándose de estrellas, adictos, productores, limpia autos, campistas y consumidores de la mercancía que la alta pureza permite comercializar por estos lares:
«Las transformaciones se han realizado de forma tenue. Robert Duval de repente es Robert Duval y ya no. De Niro a veces parece De Niro y otras veces no. En un momento, De Niro limpia autos en el mercado de Iquique, y de repente está hablando con un productor de Hollywood vía teléfono satelital. Sean Penn a veces es Chanpen, y viceversa. Viceversa podría ser el nombre de este texto. Liza Minelli es Lisa Milhoyo, un travesti que por un mono hacía chupadas de pico cerca del puente».
Un puente que, por cierto, no es cualquiera. Ubicado en El Colorado, barrio clave para el iquiqueño de antaño, este puente — a estas alturas— alude a un lugar mítico. A pocos metros del ingreso a la Zofri, durante largo tiempo este barrio fue sinónimo de marginalidad, excesos y violencia; características que nos recuerda el autor cuando alerta que es en esta zona donde «conviven dobles y originales». Nada extraño. Probablemente muchos de nosotros nos hayamos cruzado, sin darnos cuenta, con Shiam ya sea acompañado de Duval, de Ramone o del mismísimo Alpachano.
«De repente, la ciudad parece una pasarela con grotescas imitaciones de personajes famosos, mal fabricados, de cera. Por otro lado, parece un baldío lleno de estrellas de cine. Estrellas caídas en desgracia. Más de repente, todo vuelve a la normalidad: A calza con A, B con B y así, hasta que todo se desparrama de nuevo. O también podría ser que A calce con B y B con C. Otro orden, pero orden al fin y al cabo».
¿Encajar dentro de uno mismo siendo otro? ¿Será acaso que por ahí va la cosa? Lo más probable es que esta pista no deje ser tan solo un nuevo señuelo dentro de este delirante simulacro. Chanpen, Jack Nicholson, Dean Martín, el migrante que en la madrugada le hace una finta a la cana con el pasaporte de un tipo al que siempre confundieron con él. O los pormenores de un largo e inútil viaje con tal de grabar «una película improbable con platas de productores independientes», etcétera. Porque después de todo, de esto también trata ¿verdad?, ¿de la grabación de una película, de un contrato, de unos matones, de tres días de ausencia laboral que se convierten en un mes, de una modelo, de un secuestro, de un descuartizamiento, de Cassavetes, de recordarnos que la escritura tampoco se salva de la monserga de quienes en nombre de la libertad dictaminan cómo se debe o no teclear correctamente? Pues sí, de todo aquello y, en particular, de poner en práctica una alta dosis del últimamente escaso humor. Un humor que no desconoce en absoluto la belleza. Prueba de ello esta última cita:
«Si esto fuera el guion de una película, estaría escrito lo siguiente: “Miramos un sitio eriazo. El viento silba fuerte. Algunos despojos de matorrales secos son movidos por el viento. A lo lejos, y en plano general, se observa a un hombre tirado en la tierra, aparentemente muerto. Más allá, otro igual a él yace en similares condiciones. Créditos”».
En este punto, volver al pez para cerrar la analogía del escritor que en medio de la soledad figura su propio doble con tal de evocar una cara oculta de sí, resulta completamente innecesario. Preferible entrar al libro y a la demencial pandilla de voces que este ofrece, teniendo en cuenta algo que el autor ¿o chonpen? advierte al decirnos que después de tanto desvarío «todo podría ser siempre otra cosa».
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com «Pasa la pasta agueonao» sobre «Chonpen»
(Editorial Navaja) de Juan José Podestá.
Por Juan Malebrán