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Postales Mecánicas
Entretenciones Mecánicas, de Juan Malebrán. Ediciones Cinosargo. 2016.
Por Francisco Rangel
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Como si el entusiasmo fuese un freno
Que se pudiera pisar adrede
Vayamos al punto y dejemos que los sabios y académicos dicten si el texto de Malebrán sobrevive o no a su mirada. El tipo, en apenas un pequeño puñado de hojas, enlata la rabia y el tedio de siquiera salir a la calle. No hay tristeza ni lloriqueos, destila furia, ganas de vivir, de putear las cosas, chuparles la savia. No sé por qué, pero al final me quedó la imagen del mandril que nos ve desde los barrotes del zoológico: no importa si va o se queda, nosotros somos la nueva postal que pasa como los caballitos del carrusel.
Siempre me han gustado los libros de viajes, igual eso hace que lo disfrute más. Me recordó a Alexander Trocchi. No en el uso de drogas y eso. Por actitud y capacidad para exponer con claridad la emoción y la sensación que produce el poner los pies en el camino. Otra referencia que encuentro es el Panegírico de Guy Debord: limpieza en el lenguaje y feeling como la voz de Otis Redding.
Malebrán hace uso del cuaderno de notas y lo hace versos, respiración, para transmitir otra forma de aventura, de humor cáustico a la risa comprada en abonos.
Pasar la tarde mirando a los surfistas
Sumidos en sus intentos de mantener el equilibrio
Después de eso no puedo más que aceptar que somos bien pinches aburridos. Reitero, ¿cómo nos verán los monos del zoológico? Miles de años para tratar de mantener el equilibrio, el justo medio que no va a ningún lado. No sé qué somos, pero sí causamos lástima y risa. Malebrán se sube de espaldas al caballo, se pone una máscara del tamaño de su nariz y nos apunta con el dedo. Pero primero pone su cabeza en el cadalso, se burla de sus manías y costumbres para ocultar su carcajada de sus pares humanos. No tiene piedad. Ah, el pretexto es el viaje, la postal que compramos o la foto que enseñaremos a los amigos.
Nos dijeron: comed al aire libre
frente al reflejo de la nieve
y las tejas sobre el lago
Con tan poco elementos bota la aparente civilización, lo complejo que presumimos. Un grupo ridículo de humanos devorando algo. El texto en apariencia, devora espacio, lugares, sin embargo devora tiempo. No le importa la estadía sino la frecuencia donde ocurre ese momento de claridad pura de la observación.
Un transbordo a medianoche
cuatro mil metros bajo la presión de tener demarcado un destino:
la misma casa que viste desplomarse la mañana del sábado
El libro es un conjunto de retazos de fotografías, de mementos coleccionables. No hay razón para seguir, creo que deberían leerlo. Y un por un momento, dudar de lo que esta vida nos ha ofrecido, de poner en duda. Ser un poco simios viviendo con otros simios que pagan mucho en la peluquería.