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Encontrarse en la deriva. Sobre Entretenciones mecánicas, de Juan Malebrán
Por Juan José Podestá
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En alguna entrevista, el guionista de Taxi Driver, Paul Schrader, señaló que para escribir cualquier cosa -y cuando señaló “cualquier cosa” se refería exactamente a eso- había que tener un problema y una metáfora. Añadió que en la película señalada, el problema había sido la soledad y la consiguiente angustia (estaba atrapado por la cocaína, lo había dejado su mujer y pensaba en matarse unas veinte veces al día) y la metáfora el taxista que recorre New York, y su creciente delirio de grandeza.
Pues bien, más allá de lo que se ha escrito sobre Entretenciones mecánicas (Cinosargo 2016) de Juan Malebrán -aquello del aburrimiento del viaje, la repetición de la huida, lo deslavado de todo asombro y desenfreno, y en cambio el enseñoramiento del tedio y la inercia-, considero que aquello que el poemario posiciona es justamente un problema y una metáfora. El problema es la incapacidad de las palabras de decir aquello que desean designar (cosa nada nueva), y en apoyo de este argumento están los múltiples y precisos epígrafes que salpican el poemario. Cito algunos. De Mahmud Darwish: “El polvo ha cubierto los cristales. El ciprés se ha tronchado pero la paloma no ha dejado su nido público en una casa vecina”. De José Emilio Pacheco: “De lo que ven mis ojos desde el trono / no quedará ni el polvo en esta tierra”. Y del poeta y dandy boliviano Juan Cristóbal MacLean: “Tal vez así las cosas sepan irse solas o por lo menos encontrarnos en su deriva”.
Entretenciones mecánicas nos plantea el problema del decir, el bozal (ojo acá, el anterior poemario del autor lleva este nombre) al que están sujetas las palabras y los discursos, los decires, los lenguajes. La palabra o las palabras son un engranaje mecánico que no sirve más que para entretener-se, porque a ellas no se les puede pedir más. Al olmo no se le exigen peras, ni al chancho que vuele. Y como toda entretención, se vuelve repetitiva, porque finalmente los parques de diversión tienen hora de cierre, y la escritura no. Por eso hay más columpios que libros. Nos asombran más los primeros que los segundos. Aunque nunca está de más el argumento de que el lenguaje crea realidad, y que cuando se nombra y designa, se está poseyendo, etc. Pero esto es harina de otro costal.
Ahora bien, una vez captado el problema, queda el tema de la metáfora. Entretenciones mecánicas la supone así: ya que el lenguaje, las palabras, son una entretención mecánica, entonces podemos compararlas con un viaje que se nos hace tan repetido y tedioso, que es mejor hablar del aburrimiento de la aventura (dicho de otra forma: mejor hablar del aburrimiento que de la aventura), casi como burlándose de esas viejas enciclopedias para niños: “La aventura del lenguaje”. “¡Qué aventura, si vivimos hablando y escribiendo, ya nos aburre el lenguaje!” parece decirnos Malebrán, y para ello inventa esta excusa del viaje y su maleta de repeticiones. Una libreta que como los papeles en la máquina de escribir de Jack Nicholson en El resplandor, lleva escrita la misma frase de principio a fin.
Ahora bien, que el libro nos enrostre todo lo anterior, no implica un libro ilegible (en el mejor sentido de la palabra), sino al contrario, plantea un texto asombroso, notable en su muestrario de abismos, su insectario de anotaciones en parques, plazas europeas, selvas, bares, familia, etc.
No es éste un libro desesperado, es un libro que nos lleva al abismo como quien lleva a un niño a un despoblado, mostrándole dulces. Y cuando lo acabas, y te repites qué bueno son los poemas, te das cuenta lo salpicado de mierda que estás, cuánta desesperación se quedó pegado al pellejo.
Sin embargo, hay cierto optimismo oculto en Entretenciones mecánicas. Finalmente, si esa repetición, esa deriva sin sentido y aquella mecánica que abruma es lo único que nos queda, no hay más que aceptarlas, encontrarse ahí, pues buscar lo opuesto nos está vedado. “Es lo que hay”, diría alguna amiga al vuelo en un bar de Cochabamba.
“Férreo”:
Amanece y desempañas con la manga la ventana
buscando dar con el paisaje.
Pero hace mucho que el paisaje
no es más que una misma cara en todas partes y
una misma sucesión de palabras repetidas en distintos territorios:
citas, anotaciones y signos
perdiendo todo el sentido del que carecen y
que otorgamos en instantes de perniciosa ilusión:
tickets, terminales, compartimientos de segunda clase
pero una misma cara siempre.
Y el cansancio de quien despierta
-estación tras estación-
sabiendo que dormir hace mucho
ha dejado de ser sinónimo de reposo.
Pd 1: la desolación del paisaje en este poemario, es equivalente a la desolación que generan los textos en el lector.
Pd 2: lo más probable es que Malebrán sólo haya querido hablar del paisaje, el viaje y su carencia de asombro, el tedio de toda partida.
Verano de 2017. Iquique.