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Mecánica del goce:
Sobre Entretenciones Mecánicas, de Juan Malebrán

Por Miguel Bacho



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Cuando Bolaño pregunta “¿Qué hay detrás de la ventana?”, muchos podemos caer en el dilema estético o más bien interpretativo (y casi falaz) de contestar la pregunta o vivirla o creer que se puede vivir, al menos. Juan Malebrán, cercano a una visión más contingente de la poesía, abre la pregunta y plantea una perspectiva práctica pero no menos potente.

Entretenciones Mecánicas (Ed. Cinosargo, 2016), aborda la temática del viaje y la cruza con uno de los temas más recurrentes en los discursos y análisis del mundo contemporáneo: el fetiche. La perspectiva abierta con la dimensión propuesta – “La realidad del paisaje radica estar siempre del otro lado de la ventana”, plantea Malebrán para abrir el libro-  pone al viaje como el hilo conductor del retrato hablado de una generación viajante cuya virtud está constituida por el desplazamiento. Si las generaciones de antaño tenía por baluartes la casa y el matrimonio, ésta pone el viaje como  uno de los ejes sociales que, además, posee un valor agregado: el conocimiento concreto de un lugar  y a partir de él un grupo humano, planteando un tercer problema: la sensación como bien de consumo y no como cartografía del espíritu o –por último-  de la existencia.

Ya habiendo sugerido el camino y la perspectiva, el autor habla en Férreo de la ventana como metáfora de la observación. El lugar se convierte en espacio donde se ve pasar la vida y a partir del cual el mundo acontece, convirtiendo a quien mira en un espectador, casi lo mismo que las audiencias que consumen un producto televisivo.

Un ejercicio que se repite en el libro y cuya efectividad logra un balance entre la densidad con que se aproxima a su objeto y  la agilidad con que el hablante esgrime sus juicios, es la extrapolación de imágenes. Lo Otro (o sea el lugar visitado, lo exótico o pintoresco o incluso único del lugar) se torna un misterio cuya composición, de pronto, está basada en detalles tomados del espacio propio del hablante. En Flamenca ahonda en esta línea haciendo partícipe al lector del mismo ejercicio: “Dime, acaso, si no es cierto que estos jolgorios/ bien podrían traer al recuerdo un atardecer y/a dos niños encendiendo un círculo de parafina en plena chusca/ con la ilusión de ver pataleando a una araña en la púa curvada de un alacrán.” La imagen convierte, en un juego permanente de intercambio, la vida común en un documento –a ratos- digno de una postal.

Otra arista que el autor desarrolla en torno a la idea del fetiche es la alienación que provoca. El fetiche se torna zona de contacto en la que, de pronto, todos estamos conectados. Andén entrega una imagen clara al respecto: “En esto y mucho más, supongo,/nos parecemos a las líneas opuestas del ecuador y/ a la mendicidad de sus polos”. La vida, entonces, se propone como un método de búsqueda, y al mismo tiempo como una sucesión de cómputos insípidos de los cuales la muerte constituye una cartografía del sentido, marcando la comparación entre lo auténtico y la experiencia. Alineado con ella, la denuncia del lujo se vuelve más concreta a través de la culpa que el hablante siente y retrata en Saló, cambiando el punto de observación del paseante al de quienes los sirven o, incluso, observan desde otras circunstancias.

El desborde como una de las dimensiones del fetiche y, al mismo tiempo como elemento de abstracción tiene su retrato en Rimac, donde todos los participantes parecen colgarse de la sensación ajena para sustentar la propia, en una suma de acciones que bordean el peligro y desde las cuales se deja ver el objeto poético: “Plegar y desplegar como siempre en un mismo idioma, pero distintas/manos: el origami del que nos valemos para tomarle el pulso a las ciudades”, imagen que abre la puerta al laberinto (y la vorágine) de las ciudades en la noche.

Finalmente, el libro cierra planteando el dilema del viaje y la posesión, la pertenencia material y los valores a los que cada uno se aferra. Después del viaje y el balance, de ver el mundo cosificado como un fetiche que permite codificar una memoria más colorida (un baluarte inmaterial que permita cierta elocuencia), más otros dispositivos estéticos que van conduciendo la lectura –citas y separatas, por ejemplo-, Entretenciones Mecánicas ofrece una perspectiva aguda y precisa sobre uno de los síntomas de la turbulencia contemporánea: la mecánica del goce y el consumo sensitivo como compulsión, sobre todo de las últimas generaciones.


 

 

 

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Mecánica del goce: Sobre Entretenciones Mecánicas, de Juan Malebrán.
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