Al presente, tanto la obra poética y la trayectoria literaria de Bruno Montané ha ido expandiéndose, y como tal, ha conformado un corpus meritoria y necesariamente atendible. Entre las obras poéticas publicadas encontramos: El maletín de Stevenson (1985), Helicón (1987), Cuenta (1998) y El cielo de los topos (2002), más otra escrita junto a Bolaño: Gorriones cogiendo altura (1975), aún inédita.
Además, las sucesivas ediciones de la última década hablan de la presencia constante en el mapa poético hispanoamericano: Mapas de bolsillo (Tajamar Editores, Santiago, 2013); Setanta-set poemes (El Llop Ferotge, Girona, 2013); El futuro. Poesía reunida, 1979-2016 (Candaya, Barcelona, 2018); El futuro (Hanan Harawi Editores, Lima, 2019); Efímera (Novela, Contrabando Ediciones, Valencia, 2022), La tua lingua è una luna calda (Magmata, Napoli, 2024). Y en Chile, Cuadernos del futuro (Los Perros Románticos, 2023); Teorías (Pez Espiral, 2024), La guerra ha acabado (Casa de Barro,2024) y Un largo solo (Bordelibre Ediciones, La Serena, 2024).
Un largo solo: un corto acercamiento
Tanto en la introducción como en la contraportada, Nibaldo Acero y Cristian Geisse respectivamente coinciden y destacan como cualidad de la poesía de Montané esa cercanía con el silencio. Diría, una poesía del musitar, un poema que murmulla y que nos introduce en ese espacio abismal de la palabra suspendida entre el acorde y el sentido. Un balbuceo entre el silencio y el sonido con el eco de una memoria abierta a heterogéneas temporalidades espaciales.
Un largo solo está conformado por tres secciones. La primera llamada “El árbol de las hélices. Nueve recuerdos”. En esta parte predominan las evocaciones de un pasado que devela uno y varios pliegues de las experiencias inauditas de la infancia. La mirada de un niño se revela con foco y disposición hacia asuntos, ángulos y secretos que en el mundo de la adultez se diluyen, anulan y velan.
Me interesa destacar en esta sección la forma en que la poesía de Montané resitúa la posición de la infancia como una entidad activa, cuya auténtica y singular relación entre el mundo y su propio yo, persiste intacta. Quizás, una experiencia humana dada por única y rara vez en la exploración honestamente sorprendida y desprejuiciada del mundo aquel que la adultez enmudece y tergiversa. Así, se lee en el poema «El vagabundo»: “Sentado en la vereda, yo miraba/ el avance de ese inofensivo y angélico loco/ hacia los estratégicos y atroces territorios/ de la Muerte futura (19)”.
Este vagabundo llamado Marco Polo, en la mirada del niño más bien se nos revela en su anverso. No se trata de la figura maliciosa socialmente predeterminada (el viejo del saco, el pervertido, el delincuente, etc.), sino que es un habitante de otra dimensión y en su locura: “mascullaba las palabras de un idioma/ incomprensible... Raros conjuros que escuchaba fascinado,/ sentado en la cuneta... (19)”.
Un vagabundo que en su recorrido por la ciudad, como en un presagio, se dirigía hacia aquella parte donde pasaría posteriormente la Caravana de la muerte. Por esto, me interesa insistir en la mirada de ese niño atento al recorrido e idioma de ese loco vagabundo que entrega señales que de ser atendidas, quizás, podrían anticipar, dilucidar y transformar la llegada de la catástrofe.
En otro poema, ahora el niño-hablante observa a otro: “el niño de los ojos saltones/ se movía entre nosotros exhibiendo su labio leporino,/ la insolente caída de sus mocos,/ mientras parecía retarnos alegremente,/ desafiándonos a señas desde la otra orilla (20)”.
Nuevamente, la observación y conjetura del niño nos lo revela fuera del prejuicio, atento a otros lenguajes y signos que también interconectan y fundan algún tipo de comunicación fuera del estrecho margen de la producción convencional del lenguaje restringido a la palabra en tanto logos. Es por ello, que este niño leporino para el hablante es perfecto en sus movimientos, declarándose aprendiz o camarada de él, en su juego paradójico de retarles alegremente.
O como también sucede en el poema «Los moáis», en donde las figuras ancestrales pertenecen a otro orden y dimensión, pues para la mirada del niño no se trata de “restos” arqueológicos”, ni tampoco de absurdos botines de una guerra cultural. Al contrario, “[a]aquellos moáis nos abrazaban/ con su desnudez volcánica/ de piedra e indefensión y levantaban una cartografía que se semejaba a la lucidez o la melancolía (22)”. De hecho, la presencia viva de estas piedras milenarias, significan para la memoria, mente y cuerpo del niño: “[e]sculturas bellas y expoliadas/ que cuidaban el juego de los niños (22)”.
En síntesis, en este primera sección de la obra, Montané revela vía memoria no solo un nuevo acercamiento a los espacios de un lugar específico, sino que doble y subversivamente, nos lleva a través de la memoria y corporeidad de un niño hacia aquellos espacios liminares que solo una sensibilidad poética (perdida) como la infancia nos permite acceder con tal singularidad.
En la segunda sección del libro, nos encontramos con la serie «Poemas de la agenda roja». Aquí, me atrevería a afirmar que nos encontramos con el Montané que ya ha hecho huella, en tanto una poética que está en una constante reflexión sobre el poema. Pero, la cualidad específica y diferencial es que el poeta no elabora ni crea poemas metapoéticos. Contrariamente, los textos son “verdaderos” y genuinos poemas sobre el poema. Ni siquiera sobre la poesía, la cual, en sí ya podría constituirse en un discurso. En estos textos, es el poema que explora al poema no instrumentalizando el lenguaje, pues, se intuye que la palabra es una posibilidad más entre muchas, para adentrarse en la raíz del problema, re-velado como dichoso misterio. Acaso como un juego, en el sentido de tocar y participar de una actividad constatable que apertura una dimensión incógnita e infinita.
Quizás, nuevamente aquí se nos representa la creación y el ejercicio poético a través de la infancia. Una expresión previa a la caída y pérdida del lenguaje primordial, destituido por el uso abusado y funcional de la razón instrumentalizada en la relación humana hacia y con las palabras que “siendo más palabras que nunca,/ ya no son palabras -palabras-lagarto, palabras en el espejo del barro de la mente,/ joyas arruinadas en su silencioso resplandor (32)”.
Esta segunda parte de Un largo solo, la más extensa, creemos se revela como la medula y corazón de la obra, al menos en esta dimensión de la exploración del lenguaje vía la palabra poética, más vía el poema mismo. Una poesía-poema de Montané, donde “[u]n poema ofrece ese trazo/ donde emerge lo que no sabemos (40)”. La palabra que al “agonizar como un pájaro/ (...) aún sigue graznando (40)”.
De la serie, cuyos textos no tienen título, destacaría el poema donde la palabra se conjuga con aquellos elementos que están, y a la vez, desaparecen. Una mudanza, la experiencia de vaciar una casa, símil cercano a vaciar y mudar una vida: “Un poema escrito en una casa semi vacía/ una vez más se asemeja a un corazón que flota/ en una laguna mientras nadie lo busca (...)/ Estos versos son una despedida,/ un puente que se incendia/ y se aleja de un tiempo hermoso (...)/ Este poema es como uno más de los muebles que hemos tenido/ que sacar de esta casa... (70)”.
Finalmente, la tercera parte de la obra es «La luz del mundo». En esta sección se percibe una inclinación e incitación del lirismo poético enfocado hacia algo inespecífico. Esto, me parece que es otro de los aspectos o cualidades que singularizan la poesía de Bruno Montané, la cual es proclive hacia lo indeterminado. Una poética que no se debate, sino más bien se bate en ese umbral cumbre entre el misterio y lo humano. Entre lo revelado y lo velado. Ahí, en el abisal espacio, la palabra poética entra por la grieta de la realidad como una sonda y la figura del poeta se transparenta como un buzo que busca algo en una profundidad cercana al universo en silencio.
Algo de religioso manifiesta la poesía de Montané, en el sentido de religar la experiencia humana con algo que el poeta prefiere mantener indeterminado y en expansión. Por ello, pensamos el título de la sección, la poesía como la luz del mundo, pero una oscura luz, no la del iluminismo, menos aun la de la hiper saturación lumínica del presente atiborrado de imágenes y pantallas que más bien han propagado no la ceguera, sino la atrofia y tergiversación de la experiencia humanamente sentiente.
En el poema «Espejo humeante», creo que se dan los aspectos antes descritos: “Eres el espejo de la rosa de los días,/ el espejo de las flores sanguíneas/ para el canto de las noches,/ para la fangosa y cálida orilla/ donde caen nuestros cuerpos... (78)”.
El espejo, la rosa, los días, las flores, la sangre, el canto, la noche, el fango, lo cálido, la orilla, la caída y los cuerpos. Cada una de las palabras puestas en el poema desencadenan nuevas derivas y relaciones. La concatenación va creando al unísono, otras posibilidades, nunca predeterminadas, y que sin ser etiquetadas con lo específico, logran la expansión tanto del mundo en donde ellas se insertan o se interceptan para provocar esa música que musita Un largo solo, como un solo y único verso. Canto que evoca, llama, suena y resuena en el universo poético que Bruno Montané toca y comparte.
Feria Internacional del Libro de Valparaíso
Valparaíso, Dic. 2024.
Juan Manuel Mancilla durante la presentación.
En pantalla Bruno Montané
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com "UN LARGO SOLO" de Bruno Montané.
(Bordelibre Ediciones, 2024)
— PRESENTACIÓN —.
Por Juan Manuel Mancilla