En el año 2018 visité la muestra “Poemas Dentales Vol. 1” en el Parque Cultural de Valparaíso donde Mansilla mostraba pequeñas esculturas hechas con desechos como cuescos de durazno, chicles, uñas y diversos artículos mordidos.
Que la muestra visual lleve por nombre “Poemas Dentales” tiene su explicación en la propuesta estética del artista de considerar la mordedura como un verdadero ejercicio escritural, las hendiduras tendrían el mismo poder comunicativo que las palabras; y los rastros que deja la mordedura serían un verdadero código encriptado que revela las vivencias más íntimas del sujeto mordiente. De este modo, los distintos artículos devienen esculturas en las que está impreso el lenguaje de la ansiedad y el deseo.
Yo sabía en qué consistía el trabajo de Javier, pero fui testigo privilegiado de la reacción de los dos amigas que venían conmigo esa tarde de octubre, y que no conocían los Poemas Dentales. Fue un goce, porque se instaló de súbito una incomodidad silenciosa, que era al mismo tiempo un desafío para nuestra capacidad de abstracción. Nos quedamos mirando al suelo, intentando darle una narrativa, una explicación, a esas criaturas ominosas e inquietantes, que parecía que tenían vida propia.
Esta reacción de asombro, es a mi juicio, muy positiva y da cuenta del carácter lúdico del arte de Javier, porque disloca al espectador y lo hace salir del lugar habitual desde el que se consume el arte. Es una incomodidad positiva y postmoderna porque se burla de la sacralidad de la que son revestidos los espacios artísticos. Es positiva y humorística —para muchas personas una de las formas más elevadas de la inteligencia— porque te hace una “zancadilla mental” y traiciona la expectativa de encontrarte con una muestra de arte simple, fácil de reconocer y decodificar, una muestra, diríamos, de bajo impacto en la memoria. Lo que Javier propone, tanto en sus muestras visuales como en el poemario que nos proponemos reseñar, impacta y remece. Los Poemas dentales transmiten una desazón irresistible, inevitable.
La consistencia puede parecer una característica que se da por sentada, algo que se asume que debe tener toda obra literaria. En muchos casos, sin embargo, esto no es así y es común encontrarse con obras que se desinflan y pierden su energía a medida que nos adentramos en ellas. Los Poemas Dentales son tremendamente consistentes. Y los son en dos dimensiones, me explico. El autor ha sabido transmitir una paleta de emociones y sostener un mismo imaginario por medio de distintos lenguajes —el dibujo, la escultura, el video, la performance y la poesía— durante un periodo sostenido de tiempo. Esto denota gran consistencia. Y luego, dentro del poemario, en lo referido al texto, a la poesía; el espíritu y el mensaje del sujeto poético son de una solidez demoledora.
Ocurre que a menudo los seres humanos experimentamos la sensación de ser muchos a la vez. Todos sentimos de muchas maneras, un día nos mueve un espíritu y al día siguiente ya no somos capaces de conectar con el impulso creador que nos animaba ayer. Muchas veces el sentimiento que dio partida a la escritura se termina diluyendo. En otras palabras, lo que quiero resaltar es que la continuidad en el tiempo y la coherencia estética del proyecto de Javier hablan de un artista comprometido con sus propias búsquedas y lo definen como un investigador irrestricto. Esto es meritorio y debemos aplaudirle.
Yendo al texto, Poemas Dentales es un libro de artista que entremezcla la palabra escrita y las imágenes e ilustraciones del autor, que discurren en una primera instancia, entre lo absurdo y lo genial. En mi percepción como lector se emparentaron rápidamente con lo antipoético, y se suman por lo tanto a una larga herencia inaugurada por Nicanor Parra, que continuó Enrique Lihn —a ratos, cuando quería servirse del humor sagaz—, Claudio Bertoni, Rodrigo Lira, el astuto Juan Luis Martínez, por nombrar algunos. Pero ocurre que los Poemas Dentales no son pura carcajada, en mi lectura entendí también que el universo dental era, como dije, un pretexto para hablar de otra cosa, algo oculto, íntimo y velado.
Resulta problemático identificar de buenas a primeras cualquier poesía con lo antipoético, porque creo que ese rótulo a veces queda demasiado grande y es una herencia de la que quizá, ya avanzado un cuarto del siglo XXI, algunos autores quieren deshacerse, (no vaya a ocurrir lo mismo que con Neruda y no sepamos cómo salir de su influjo). Aun así, advierto un gesto antipoético en la decisión del autor de servirse de un lenguaje científico y de alta especificidad para hablar de experiencias humanas inclasificables, dolorosas y volubles. Esto pareciera ser en definitiva, la intención de Mansilla de ironizar en torno al fallo que significó cientifizarlo todo. Sabemos que fue un desastre en términos humanitarios que todo fuera ciencia, progreso, números. El autor de los Poemas Dentales se pregunta: ¿Ahora qué hacemos? La respuesta está contenida en este libro: hacemos poesía inteligente.
Para remitirnos a la literatura, este mismo gesto lo encuentro en La vida instrucciones de uso, (pdf) célebre novela del francés George Perec, que recorre las habitaciones de un edificio de París, y nos va entregando una descripción detallada, con pretensiones de bitácora, de la vida y la intimidad de cada uno de los huéspedes. En ambas obras, la de Mansilla y la de Perec persiste el mismo intento: categorizar, nombrar, nominar para entender —como un obseso—, información inútil, pero que es urgente a la extraña manera del autor. Imperioso llamado, mandato personal y profundo, acto de sobrevivencia, ocioso y vano quizás, pero apremiante.
En una clase magistral sobre estética en la Universidad de Chile, Pablo de Rokha comienza con la siguiente tesis: “todas las cosas en la naturaleza existen en función de una contradicción que origina su dinamismo”. Traigo esta máxima del vate de la Región del Maule, porque observo que el dinamismo y la fuerza contenida en esta obra, se revela en la medida en que se hacen más patentes las dos dimensiones que dan vida al poemario. Si tuviéramos que trazar un recorrido del sujeto poético de los Poemas Dentales este se traslada desde lo externo a lo interior. En la primera parte del segundo capítulo, titulada “ansiedad en gramos”, el autor realiza un catastro, recopilación o bitácora del comportamiento de distintos elementos que son sometidos a la mordedura: “la pieza 21 contra la 31 / luego la 31 lima la aspereza” (23). Esta sección es, en su mayoría, un registro limitado a lo observable y alejado de cualquier subjetividad poética. Salvo algunos versos que son fundamentales y que abren —en realidad— la clave de lectura, porque desenmascaran la imposibilidad de este registro científico de decir algo de veras importante, algo propiamente humano. Son versos acusatorios y poderosos, como los siguientes versos del poema titulado “Hueso de pollo: 6 gramos”: “Los huesos sirven a las aves / (y a otros animales vertebrados) / dan estructura a los cuerpos / y protección a los órganos / almacenan calcio, fósforo y espíritu/” (Mansilla 30). El autor sitúa en la misma categoría al calcio, al fósforo y al espíritu, como si este último fuese un elemento químico. La pregunta cae de cajón: ¿Cuál es el símbolo del espíritu en la tabla periódica? El espíritu, no hace falta explicarlo, no figura en la tabla periódica, su inmaterialidad es inabarcable para dicha nomenclatura. En cambio, es justamente a la comprensión del espíritu humano y su misterio al que se ha abocado el arte y la literatura desde sus orígenes. Los Poemas Dentales intentan una aproximación a esa dimensión enigmática de nuestra especie, principio de toda reflexión fecunda.
Otros versos de esta sección son dejados sutilmente para que ahondemos en la relevancia del símbolo, como en el poema titulado “Sonda plástica: 0,5 gramos”: “masticada al azar / luego de cumplir labor de apoyo / en la alimentación de un lactante / con hipotonía y débil succión del pecho/” (30). Que informa de la mordedura que recibió el artículo de apoyo para un bebé con problemas de hipotonía y succión débil. Nuestra atención se traslada naturalmente a esta realidad, a la más significativa y simbólica, y reflexionamos en torno al trauma del lactante, a la falta de apego de un ser humano, para entender que de todo lo dicho, lo realmente importante es la carencia, el deseo por llenar algo que falta. ¿Qué rastros de esta carencia quedan para siempre en los hábitos de un adulto? Esta sutileza nos abre paso a lo profundo y lo incategorizable, asunto del que el poeta se hace cargo en la segunda parte del mismo capítulo titulado “hábitos parafuncionales” y que instalará con fuerza otro de los temas fundamentales de esta obra. La ansiedad.
En esta segunda parte, el registro cambia y comienza a develarse la esencia más personal de un sujeto poético que se había disfrazado de observador de fenómenos aparentemente externos a él. Aparece aquí una voz poética que plantea preguntas incisivas tales como la siguiente: “si sumáramos la presión que hacen todas / las mandíbulas activas del planeta, / toda la ansiedad del planeta, / ¿cuánta fuerza haríamos?” (45) o sentencias devastadoras que remiten a Cesare Pavese: “Después de mi muerte / quedarán mis muelas” (38).
Funcionan a lo largo del poemario maravillosamente la dicotomía exterior, rigidez, muela, estructura ósea, y por otra parte lo blando, lo íntimo, lo profundo, lo interno. El sujeto poético, astuto, se disfraza de observador objetivo, pero todo lo que se escapa a este registro de observación y que es necesariamente omitido por el poeta termina aflorando, para dar paso a lo que se intuye, lo que se sueña, lo que se desea, el dolor, el abandono, la carencia, la autopercepción. ¿Cuál es el valor entonces, de servirse de este registro insuficiente?
Que ese gesto irónico revela una manera de negar la emoción del deseo, pero al mismo tiempo activa una dimensión tramitativa que ayuda a elaborar esa pulsión, es el poema como disfraz, al servicio de la elaboración del deseo. El tono científico, la enumeración de objetos mordidos, ha dado paso a un hablante poético que intuye que una carie, por ejemplo, es un paso a lo profundo, un “pequeño vertedero mío” (47), un pasadizo ignominioso a lo más oculto de sí mismo.
El tercer capítulo titulado “No querían hablar de su dentadura” nos entrega un poema confesional que representa la culminación del tránsito de la voz poética de lo externo a lo interior, de este “cuaderno de observación” a una voz subjetiva que desnuda sus inseguridades y nos pone en contacto con la intimidad más precaria y vergonzante. La dentadura es abordada aquí desde su dimensión más arquetípica y simbólica: “Internet lo dice: soñar que se caen los dientes tiene que ver con problemas de autoestima”
Los Poemas Dentales son un retrato concreto y específico, real y cotidiano de la voracidad, de la necesidad de estar mordiendo y comiendo. Los poemas nos remiten a esta necesidad compulsiva de “hacer tira” con la boca y repensarla como una conducta regresiva y nostálgica a la etapa oral canibalística del desarrollo psicosexual, a la búsqueda voraz por recuperar el pecho de la madre. Los niños mordiéndolo todo, lápices, mangas de chalecos, uñas, bombillas, seres cargados de ansiedad y deseo. Ansiedad y deseo, que son depositados en todo el mundo, se proyectan en otro, se trasladan al cuesco de aceituna, al mondadientes, al vaso de plumavit. Pero ocurre que además, la mordida puede no externalizarse y ser un acto que realizamos contra nosotros mismos, cuando apretamos la mandíbula consciente o inconscientemente. De lo anterior se deriva una reflexión gigantesca, y es pensar en la energía que habita en nosotros, ¿De dónde viene?, ¿Qué pasa en última instancia con ella?, ¿Qué podríamos hacer con ella? Javier esboza interesantes posibilidades en el poema “Cuanta energía libera una mordida”. Como lectores debemos preguntarnos, ¿que podría simbolizar, qué podría ser realmente y en el fondo esa mordida?
Poemas Dentales es una obra que tiene la virtud de ser profundamente íntima pero que logra parecerse a otra cosa. Desde nuestra lectura, la genialidad de este poemario radica en cómo podemos conocer a un sujeto sin necesidad de que en el poema campeen formulas del tipo: “yo tal, yo esto, yo lo otro”, el gran flagelo de la poesía intimista. Esta es en apariencia una poesía desvinculada del yo, sin embargo no es así. Es una poesía yoística, pero afortunadamente sabe cómo parecerse a otra cosa. Es el engaño del poeta, del buen poeta, que en definitiva sabe que el poema es un edificio, una construcción, artilugios de la palabra, Mansilla entiende lo sostenido por Rafael Rubio en su poema “el arte de la elegía” cuando dice: “Deberás entender a fin de cuentas / que el poema no es más que un ejercicio / no va a hacer que se levanten los muertos / ni hará que tu padre retorne / del oscuro país de los dormidos” (Rubio 26)o, en este caso, el de Mansilla —parafraseando a Susana Thénon— no va a hacer que se sacie tu ansiedad de saberte un ser ansioso de saber.
Cuando el poeta logra tomar esa sana distancia respecto del texto que está escribiendo, es cuando de verdad puede decir algo valioso respecto de sí mismo y su mundo. Es para mí, el caso de Poemas Dentales.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com ¿Cuánta energía libera una mordida?
Reseña de "Poemas Dentales" de Javier Mansilla
Por José Agustín Silva Alcalde