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LA LÓGICA DE LO PROSCRITO
Texto de presentación de la novela “Cuartos Oscuros” de Jorge Marchant Lazcano.
Por Jaime Parada.
(Concejal por Providencia y activista gay.)
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1.-
“Sangre como la mía” y “La promesa del fracaso” son libros que me marcaron. Hubo un tiempo en el que leía alternadamente a Jorge Marchant y a Philip Roth y sólo pensaba en cuánto se parecía la literatura de ambos: historias muy íntimas, cargadas de vida y posibilidades, pero siempre truncadas por las autotrampas, y por sociedades hipócritas listas para hacer escarnio de la caída, luego de celebrar el auge.
2.-
“Cuartos Oscuros” es una novela impactante. Y para los homosexuales de mi generación –y de las que están más abajo- un cachetazo de realidad. Una lectura obligatoria.
Pertenezco a una generación donde ser hombre homosexual, blanco y de clase media o media alta es mainstream. Soy la versión penca, gay y chilensis del Wasp (White anglo saxon protestant)
Un ejemplo de ser mainstream. Hoy con Victor, mi novio, pedimos hora en el Registro Civil para firmar en octubre el Acuerdo de Unión Civil. Cuando lo pusimos en redes, sólo recibimos felicitaciones. Nuestras cuentas de Twiter y Facebook reventaron en felicitaciones. Y los pocos evangélicos –todos locos- que aparecieron por ahí a reclamar fueron linchados en la plaza pública.
Como digo, para nosotros es fácil. Somos, como dice un conocido, “homosexuales de papel couché” (aunque no me acompañe ni el porte, ni el apellido ni la billetera. En pocas palabras, no soy Pablo Simonetti). Si puedo decirlo en fácil, tengo suerte de haber nacido dónde nací. Y en el tiempo en que nací.
Estoy consciente de lo superficial, segregador y socialmente higiénico que es ser un gay de clase media alta en el siglo XXI.
Y así también estoy consciente de que la vida, hasta hace pocas décadas, era un calvario para la mayor parte de nuestra población. Y digo población, porque no creo en la idea de la “comunidad gay”. Las diferencias sociales, étnicas, físicas, políticas, ideológicas -y puedo seguir- demuelen la idea de comunidad.
¿El problema? El problema es que se nos olvida que otros lo pasaron mal para que nosotros lo pasáramos bien. En tiempos de uniones civiles y leyes antidiscriminación la vida es más fácil para algunos. (Aunque no para todos. Para Zamudio no lo fue).El problema es que nos olvida la pandemia que mató a cientos de miles en los ochenta, a millones en los noventa, y a decenas de millones en los dos mil. Se nos olvida que Hillary Clinton, Obama, Ban Ki Mun, Lady Gaga y otros “aliados” no existían en los 80. Y que esas generaciones no tenían aliados. Y que no sólo no tenían aliados. Sus equivalentes en ese tiempo eran decididamente enemigos. Ronald Reagan, por ejemplo, sólo pronunció la palabra sida en 1985, cuando la pandemia ya tenía muchísimos años matando a personas como nosotros.
3.-
La cachetada de realidad que nos pega el libro radica precisamente en el choque generacional entre quienes vivimos “libres” (entre comillas y con todos los “peros” que eso tiene) y quienes vivían proscritos en los oscuros espacios de sociabilidad que son protagonistas de la novela. (Tan protagonistas como el Pat, el ciego, o como el emigrado chileno que frecuenta en este tiempo esos cines de sexo bareback, tal como lo hacía en los setenta y ochenta)
Una sociabilidad determinada por un hedonismo que operaba como sustituto del amor proscrito. “Si no puedo amar, si la sociedad me rechaza y el Estado me desprecia, mejor culeo. O me culean”.
Esos espacios de sociabilidad –la sociabilidad hipersexualizada de los cuartos oscuros y el cruising- terminaron por derrumbar a varias generaciones y, con ella, la esperanza de un mundo para todos.
Pero aquí está el punto. La novela es una cachetada de realidad –insisto, lo diré 100 veces- para quienes pensamos que todo se arregló. Para los que sentimos que los cuartos oscuros ya no son necesarios; para quienes no vemos que hay hombres viejos, solos e infectados a los que la unión civil les importa un carajo. Y tan malo como eso: Jóvenes solos e igualmente infectados, desesperados por ser aceptados.
4.-
Me reconozco del grupo de los ilusos. Pero de los ilusos conversos. Hasta hace muy poco, pensaba que el gueto gay debía terminarse. Que no debían haber discoteques gais (como si las discoteques fueran las gais) o bares para lesbianas. Pensaba que sólo debían existir discoteques o bares; así, a secas. Hoy no lo creo. Las condiciones no están dadas para que los homosexuales se desenvuelvan plenamente, y al revés: a diferencia de lo que creía hasta hace muy poco, los lugares de sociabilidad homosexual (los oscuros y los iluminados) responden a una lógica que aún persiste: la lógica de lo proscrito.
En alguna medida, este libro es un remezón para los que vemos la homosexualidad como un animalito multicolor… cuando no lo es. La homosexualidad sigue siendo algo oscuro para muchos. Para la mayoría. Para los viejos, para los pobres, para quienes están solos: el animalito multicolor lisa y llanamente no existe. Y si existe, tiene mascadas de animales más grandes y más oscuros.
5.-
Les voy a contar una historia. Hace tres años fui a hacer turismo a Gay Men´s Health Crisis, una organización con base en Manhattan que atiende a personas con VIH-Sida. Y sí, fui a hacer turismo.
Me invitó el gobierno norteamericano a realizar una pasantía que se llamaba Gay rights are human rights, una frase que usó Hilary Clinton hace algunos años. Fui la primera generación de activistas-turistas invitados a conocer cómo “funcionaba” el tema gay en cinco estados de la Unión.
En Gay Men´s Health Crisis pude visitar el comedor. Yo fui a hacer turismo donde otros buscan asistencia social. O en concreto, comida. El mismo comedor al que asisten, día a día, los protagonistas de la novela de Jorge. El mismo comedor en el que ese protagonista, un chileno emigrado estacionalmente, se obsesiona con un ciego que, como él mismo, come chile con carne, en una dieta de dudosa calidad nutricional.
Pensarme turisteando donde otros sufren hoy me produce náuseas. En ese tiempo me pareció genial.
Porque si hablamos de gueto, esta es la parte más dura del gueto. El lugar donde los homosexuales infectados van a comer y a recibir lo mínimo, lo básico, para vivir algunos meses más. O así era en los ochenta y parte de los noventa.
6.-
Quienes estamos entre los 30 y los 40 años somos una generación de transición. Nos movemos entre los proscritos, entre los que no podían homosexualizar y homosexualizarse bajo la luz solar; y los chicos, los pendejos (lo digo cariñosamente), que salen del closet cuando tocan la campana para salir al segundo recreo.
Quienes nacimos entre mediados de los setenta y mediados de los ochentas tenemos muchas más contradicciones que los más jóvenes, o los más viejos. Nos debatimos entre los que lo pasan muy mal y los que lo pasan muy bien.
El libro de Jorge Marchant, de cuya calidad literaria habló Tal Pinto, es un artefacto precioso para quienes necesitamos refrescar la memoria y comprender a quienes nos preceden. Es, por última vez, un cachetazo para quienes creemos que el mundo realmente cambió y que hoy, con uniones civiles en Chile y matrimonio igualitario en Estados Unidos, estamos del otro lado.
No. Jorge nos recuerda que, lamentablemente, los homosexuales estamos –y seguiremos estando- cagadísimos por un buen tiempo más.