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El pasado
Presentación de la novela "Desconfianza" de Jorge Marchant Lazcano
Por Ana Reeves
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Estando en una casa de reposo, el pasado existe. Cobra un aterrador protagonismo. Y vivir el presente allí, es reconocerse tal como se es, ya no hay personajes ni máscaras, ni maquillaje que ayude a ocultar la realidad tan lejana a la fantástica ficción que las cobijaba. Los recuerdos se sobredimensionan como las buenas y malas cosas vividas.
¿Qué son las buenas cosas para estas actrices?: Los momentos en los que alcanzaron o creyeron alcanzar la gloria.
Los momentos en que no eran ellas, ni Ofelia, ni Rosario, ni Marta, ni Sarita, sino el personaje representado, o encarnado, como se decía antes.
¿Y qué pasaba cuando bajaba el telón?
Pareciera que se sumían en el dolor de saberse ejerciendo una vida sin sentido, absurdamente vacía, desapasionada, la alegría, el amor, el glamour tomaban sus horas de descanso preparándose para reaparecer camino a la función, al camarín, al “olor” a teatro y una vez más a correr el riesgo de exponerse, de caminar por la cuerda floja, de equilibrarse entre la locura y la razón, entre el ser o no ser, como escribió alguien hace algunos años. Allí, en escena, vivir de verdad acompañadas del temor, ese que se ha infiltrado en los sueños de cada actor o actriz: quedarse en blanco.
Es bien curioso lo que ocurre. Ese blanco es por lo general de pocos segundos, pero para quién está en escena representa horas de terror, la ficción se termina, la realidad ataca. Es uno de los mayores sufrimientos que un actor puede experimentar.
Afortunadamente, siempre hay un dialogante solidario que te ayuda a volver al camino.
Y acá tenemos a una Ofelia, que se ha quedado en blanco. Pero ella no se aterra, su ficción es tan maravillosa como la mejor obra dramática, o la más hilarante comedia. Ella se ha comenzado a ir mágicamente y si un dolor la quiere despertar, se aferra a su blanco salvador.
¿Y qué son las cosas malas? Lo que se ha guardado. ¿Por qué no se perdonan Elizabeth y María? ¿Por qué tampoco Marta y Rosario? Ambas han querido desterrarse se sus vidas pero el señor Marchant, provoca este encuentro en “El jardín de Alá” y no queda otra que dialogar, ahora bajo el escenario.
Mujeres magníficas, valientes, admiradas y respetadas, todas ya como flores marchitas encontrándose en el abismo de la vejez. En
éste jardín no hay personajes que representar, ni siquiera el que se habían inventado para soportar la vida. Tampoco hay protagonistas. Ya no hay cabida para la desconfianza.
Fantásticas mujeres, cuántos de nosotros hemos seguido esta maravillosa profesión, después de verlas actuar, imponentes y sobrecogedoras en escena.
Gracias por allanarnos el camino, por darnos coraje para ir contra viento, marea y la decente sociedad y seguir a este incondicional y loco amor por el teatro.
Gracias Jorge por esta “desconfianza”, del libro estoy hablando por supuesto, y gracias por la confianza que depositas en mí para estar a tu lado presentando tu última y fascinante creación.