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HOGAR CON FANTASMAS
"Cuartos oscuros" de Jorge Marchant Lazcano

Tal Pinto
(Crítico Literario de The Clinic)

 



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Permítanme comenzar una confesión: soy judío. No sólo eso: nací en Haifa, Israel, en 1980. Mi padre es israelí, aunque nació en Marruecos. Es el segundo de doce hermanos. La historia familiar dice que fueron expulsados de aquel país en los 60. Según mis abuelos paternos —muertos hace mucho— mi padre habló fluidamente el francés hasta los cuatro o cinco años. Hoy, no creo que siquiera sepa qué significa la palabra roman. El exilio perdió el idioma.

Dölek, mi abuelo, nació en Lvov. Su familia fue casi completamente aniquilada por los nazis. Apenas sobrevivieron unas cuantas ramas del árbol, una de las cuales, después que la guerra acabara, se radicó en Roma, conoció a un joven católico que estudiaba ortodoncia, se convirtió a dicha religión, y dedicó parte de su vida a trabajar como asistente de su marido, quien, gracias a las vueltas insondables del destino, fue nombrado dentista oficial del Vaticano. No sé a ustedes, pero a mí me causa enorme gracia que una tía remota anestesiara a obispos y cardenales y, quién sabe, tal vez hasta el mismo Papa.

Si los aburro con estas anécdotas familiares es únicamente para probar un punto. Y es este: cuando Jorge Marchant declaró que el sida es el holocausto de los homosexuales, tenía toda la razón. Cuando dijo que había que ser muy valiente para enfrentar el dolor y la vergüenza que traía la enfermedad, también tenía razón. Sin embargo, Jorge no completa el símil, falta el episodio polémico que hoy tiene a los judíos del mundo con algún jirón de sentido común y amor por los otros contra las cuerdas. Naturalmente, hablo de la fundación de una tierra propia, de la construcción de un hogar. Pero no importa que Marchant no lo haya dicho. Para eso están sus novelas, y especialmente esta, “Cuartos oscuros”, que, tenga la intención o no, pone sobre la mesa la noción de un hogar para los homosexuales, y especialmente para aquellos sometidos al destino del sida.

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Pues consideren lo siguiente. El narrador de “Cuartos oscuros” no tiene un domicilio propio. (Aunque quizás deberíamos cuidarnos de no creer mucho en lo que dice. Es un clásico unreliable narrator.) Repite constantemente que “ha quemado las naves” con Chile (aunque de vez en cuando se desdice). Quemar las naves es un acto de fuerza, pero también de hundimiento, una señal de que las cosas son inevitables. Llega a Nueva York, una ciudad que conoce bien, y allí arrienda, o subarrienda, una habitación en casa de una pareja de colombianos. Es una pieza pequeña, funcional, sin baño propio. Un lugar que difícilmente pueda ser otra cosa que un lugar de paso.

Pero sabemos que no le quedan lugares donde ir. Regresar a Chile, ese eriazo remoto y presuntuoso, supone una derrota, otra, en realidad, porque las derrotas se han ido amontonando a lo largo de su vida, porque en su estado anímico actual es incapaz de pensar la realidad como algo distinto de una condena:

Y el narrador lo dice así hacia el final de la novela:

“Dicen que la pérdida es más o menos el tema de toda existencia, aunque la mayor parte de los hombres lo confinen por lo general a un segundo plano. Provisto de toda mi carga depresiva, convertí esta experiencia, desde el momento mismo que salí de mi país, en el centro de todo. Es decir, una práctica en primer plano. Estaba decidido a perderlo todo, a hundirme en la nada. La pérdida es la muerte que llevamos con nosotros desde que nacemos, pero intentamos negarla, traspasarla a una suerte de segundo plano que no nos afecte. Nos inventamos entonces fantasías, religiones, creencias, nos aferramos a la fe, tentados a existir en buena forma. Me acuerdo de eso que Puig le dijo a Gaylord Cock alguna vez, la dicha es una vocación menos común de lo que uno se imagina. Aun así, a muchos les va bien en este intento por salvarse en las relaciones humanas.”

Nueva York, entonces, pero ninguna rutina. Está enojado, desesperanzado… y verdaderamente no sabe qué hacer. Sólo tiene un hábito: almorzar en GMHC. Y es allí desde donde comenzara a construir su nuevo hogar. Es en el comedor de GMHC donde conoce, o creerá conocer, a Pat Venske, el ciego, el hombre que simboliza, así lo cree nuestro narrador, la última posibilidad de amor.

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Pat, el potencial amor, desaparece luego de que el narrador, por única vez en la historia, toque brevemente su cuerpo, y en circunstancias nada privadas, todo lo contrario, en un cuarto oscuro, rodeado de extraños, que en rigor no lo son tanto, porque son como él, porque están viejos y cansados, porque quieren revivir una época dorada, esos tiempos en que el cáncer de los homosexuales era el cáncer de todo el mundo, y no esa enfermedad ensañada y venenosa que suspendió la felicidad de la liberación, que llegó justo en el momento en que, en algunas partes del mundo, particularmente Nueva York y San Francisco, se ganaban derechos, mejor dicho, se reconquistaban derechos antes coaccionados por la estupidez, la paranoia y la irracional y temerosa homofobia que se enquista en todos los grupos humanos; digo, en ese cuarto oscuro, nuestro narrador, se libera, vuelve a sentir placer, sale de su represión característica, y se enamora…

Pero, ¿se enamora?

No lo sé; pero fantasea con…

¿Habrá llegado a pensar que le daría un hogar a Pat? Un hogar en esas playas calientes de Brasil en donde nadarían hasta el infinito.

El sexo, tan importante, no es todo el asunto. Ni siquiera la pasión es lo que está en juego. Creo que el narrador necesita, antes que nada, amor. Y no cualquier tipo de amor, sino un tipo de amor que no sé cómo calificar.

Lo intentaré.

Para empezar, una especie de locura literaria: el amor al que aspira es un remake del original, ese que sostuvieron, en su cabeza inundada de literatura, un famoso escritor argentino y un joven Pat. Esta es la conjetura estilo Vila-Matas. Enfermo de literatura, el narrador ya no sabe distinguir entre la realidad del mundo y la realidad de los libros. Y eso, en efecto, ocurre. En más de un sentido “Cuartos oscuros” desciende, por así decirlo, de las metaficciones del mencionado Vila-Matas, Paul Auster, así como de las ficciones autobiográficas de Reinaldo Arenas, Manuel Puig y otros. Literatura y vida son inseparables. El amor por las historias en los libros se desparrama en la supuesta realidad, y cumple la función de mantener el equilibro, de poner a raya la melancolía y la desesperanza.

Aunque también es posible que también haya aquí un fuerte componente platónico, que entrada la etapa final de la vida, el amor adquiera un signo distinto, y que sea el embeleso y no la gratificación inmediata lo que se anhela. Esta hipótesis, algo anticuada, me resulta demasiado moral.

Una tercera posibilidad es que “Cuartos oscuros” sea una ficción sobre el proceso mismo de escribir, y que el deseo y el amor por el personaje perdido sea una escenificación de las vacilaciones típicas del proceso de escribir una novela. Pero esta tesis es muy fría.

Otra: la novela comienza como un lamento por el tiempo perdido para mutar en una investigación casi policial donde lo más importante, el cadáver, ha desaparecido, o, sencillamente, no hay un muerto. Esta es la novela como investigación, o viaje.

Como podrán advertir, son muchas las posibles líneas de interpretación.

5.
Quizás miento, o cuando menos permito que el pasado inmediato me convenza, pero lo primero que se me vino a la cabeza cuando supe cuál era el título de la última novela de Jorge Marchant fue “La pieza oscura”, uno de los tantos poemas perfectos de Enrique Lihn. ¿Pruebas de su perfección? Cuatro versos bastan.  

Uno: “Nada es bastante real para un fantasma”.
Dos: “Un imperceptible sonido musgoso”.
Tres: “El tiempo volaba en la buena dirección”.
Y cuatro: “Una edad anterior al pecado”.

Creo que estos cuatro versos no sólo son excepcionales, sino que además condensan la materia de “Cuartos oscuros”, la novela.

6.
Es cierto: nada es lo bastante real para un fantasma. Sin embargo, un fantasma, o una ficción, son la cosa más real del mundo.

7.
Sin hogar y sin amor, nuestro narrador es como un animal mudo que nunca levanta la vista. No tolera que lo miren; es más, en “Cuartos oscuros” nadie realmente soporta la mirada del otro. Bien, todos los personajes esconden un secreto vergonzante, o las miradas son percibidas como ataques, como embestidas, como amenazas.

“Cuartos oscuros” también es una novela de la subyugación.

8.
Lo reconozco: soy uno de los tantos que no le han prestado suficiente atención a la obra de Jorge Marchant. Si para algo me ha servido esta presentación es para reparar conmigo mismo esa deuda, y contribuir a que la obra de Jorge sea más leída, mejor leída, tomada en cuenta.



 



 

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