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          “La maldición yo la ocupo como
bendición”
        Por Martín Romero M. 
            Publicado en La Segunda, 6 de febrero de 2018
              
      
        
          
            
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Joaquín Trujillo (34) sube rápidamente las escaleras de la  casona del CEP donde es investigador y asistente editorial de la revista  Estudios Públicos. Lo que para muchos no es más que una faena normal, para este  abogado se mueve en el área de las pequeñas hazañas diarias. Trujillo, como  Jorge Luis Borges, tiene retinitis pigmentaria. “Es como un estrechamiento del  campo visual, es como si vieras a través de una cerradura de una puerta o del  rollo de un confort. Además, es como si estuvieras viendo detrás de un vidrio  sucio permanentemente”, explica. 
        Nada que no se mitigue con un bastón de madera y mucha luz  para leer y escribir. Así, lanzó hace algunas semanas su primera novela:  “Lobelia” (Ril Editores), la historia de Lucía, una niña abandonada por su  familia en un pueblo al norte de Santiago. En paralelo, está terminando un ensayo  sobre Andrés Bello. Sobre su escritorio, aunque también en el suelo, libros de  George Steiner, Wisława  Szymborska o Gershom Scholem, entre otros.
        
         — ¿Cómo es tener  problemas a la vista y ser un obseso por los libros? 
          — Lo bueno de tener problemas a la vista es que uno está obligado a ir lento,  entonces eso significa fijarse en cosas que una persona que lee rápido no hace.  Yo me detengo mucho en las palabras, cada vez que encuentro una que no conozco  la apunto y trato de pensar cómo la incorporo en un futuro párrafo de otra  cosa. Es más trabajo: Una cosa que alguien se lee en una hora, yo me demoro  dos. Pero la maldición yo la ocupo como bendición.
         — ¿Cómo es escribir un  libro de 450 páginas en una época en que las novelas chilenas con suerte llegan  a las 100?
          — Siempre llevo la  contraria: en gran medida hice esto para llevar la contra. Este tema requería  muchas páginas. Además, tengo una cosa de formación, de haber leído literatura  grandiosa, de libros grandes, como Victor Hugo u Homero.
        — Esta novela se aleja del estándar que ha tomado la  literatura chilena, con narraciones muy autobiográficas. ¿Qué te parece la  producción nacional?
          — En general, lo que uno ve en el mundo  oficial literario chileno no me gusta. No compatibilizo con nada, no me llega  ni una cuestión. Por eso tengo que recurrir a cuestiones más antiguas o a  novelas de Europa del Este. Como dice George Steiner, el futuro de la  literatura está en Europa del Este. Yo leo cosas así.
  
          —¿Y qué es lo que te incomoda? 
          —La inautenticidad de esa literatura. Cuando chico viví en el campo y en la  biblioteca de mi papá había libros de Vargas  Llosa, que nunca me interesaron. Para que nadie se ofenda, cuando digo que  tengo un problema con la literatura actual eso llega hasta Vargas Llosa. Si  hubiese sido por Vargas Llosa nunca me habría gustado la literatura. 
  
          — Haces un curso de Derecho y Literatura en U. de Chile, dos temas que uno  pensaría están en los extremos.
          — Hay una frase del  poeta Novalis que dice: “El poeta es el personaje ilegal”, o sea el escritor es  el ilegal. La modernidad piensa ¿qué podrían tener en común con el derecho? Hay  un cliché que repito mucho en mi curso: que los grandes legisladores de la  antigüedad eran poetas al mismo tiempo. En Chile, Andrés Bello, que fue el más  grande poeta latinoamericano del siglo XIX, escribió el Código Civil. Y cuando  te pones a leerlo te empiezas a dar cuenta de que está escrito en una prosa  medida, de poeta. Uno podría eventualmente cercenar el Código Civil y  convertirlo en un poema hacia abajo, y podría funcionar perfectamente. Tiene  artículos, incluso, que son endecasílabos perfectos. 
  
          — ¿Algo tiene el derecho no? Armando Uribe, Jorge Edwards y Carlos Franz son  abogados, hay cierta tradición derecho-literaria. 
          — Uribe enseñaba Derecho Minero y no sé cómo pudo combinar  eso con la poesía. Ese es un caso medio patológico. Gonzalo Rojas, el poeta,  también estudió Derecho. Hay una tradición, pero que siempre ha estado  marginada. Al punto que a Armando Uribe, en sus comienzos como profesor, lo  comenzaron a tratar mal cuando se enteraron de que había escrito un libro de  poesía. La gente que entra a estudiar Derecho es gente que ha leído mucho y que  está muy interesada en la literatura, pero lo que va pasando —y me van a matar  cuando lean esto— es que les van extirpando la literatura y las humanidades y  se van quedando con el puro derecho y el derecho solo es una mierda.
         
         
        Fotografía de Alejandro Balart