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Prejuicios zoológicos de un lagarto

Por Joaquín Trujillo Silva
En Escritos Crónicos agosto de 2017


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El pato: es el animal más tonto de la creación. Es como un objeto inanimado que de pronto recibe una descarga que le da una vida maquinal. Va de un lado a otro, con su color amarillo, como un rayo de luz que se reflecta infinitamente. El pato, sin embargo, es más lento que la luz. Su cuec cuec cuec es incesante y apenas varía de tonalidad. Una vez tuve un pato como mascota. Mientras lo vigilé, pude oponerle muros imprevistos para que rebotase, pero un día, se escabulló, no por una astucia, sino porque no llegué a tiempo. Siguió en línea recta, diciendo cuec cuec, hasta que su cuec cuec se extinguió en esa línea recta, en el infinito de una carga ciega.

El cerdo: es el animal más inteligente, el más noble, el más correcto. La humanidad se ha equivocado al considerarlo impuro y también al comérselo. Su parentesco con el elefante le da buena memoria y la buena memoria, sabiduría. Es un compañero fiel  que desafortunadamente no ha sabido desplazar al perro, que es de una lealtad canina, seguramente por culpa del humano, que en asuntos de animales no ha hecho ninguna revolución desde tiempos del neolítico. Las orejas caídas del cerdo son más humanas que las de los humanos, que están erguidas como las de las bestias más unilaterales.  Al verse asesinado, su grito invoca a sus antepasados y pregunta una y otra vez el por qué.

El caballo: es un animal clasista cuya docilidad otorga títulos de nobleza. Los paleontólogos no han visto todavía que los seres humanos se irguieron porque imitaron al caballo y que el haber llegado a montarlo es la cúspide de la evolución, después de la cual el ser humano volvió a pisar la tierra y seguramente a agazaparse para regresar al huevo y acaso a la placenta universal del mar. Las cuatro patas del caballo impiden ver que es un bailarín de ballet clásico, que sabe siempre donde pisan no una sino esas cuatro patas. El perfil del caballo es la gran nariz de pensamiento que no puede rebajarse a salir por la boca, que es por donde también entran los alimentos, de preferencia alfalfa, avena y zanahorias.

El pavo: es un pájaro ostentoso y maligno, que arrastra sus plumaje negro como un buitre que no puede volver a las alturas. En los campos, sus recintos son ruidosos y sucios, de irracionales amenazas. Sus cuellos largos y lampiños, de bocios flácidos ornamentados de colgajos son los de una vieja conspicua que vive en reuniones conspirativas. A veces el pavo levanta las alas y se hincha como un globo, pero eso es una garra, que hace una seña a los demonios para que la acompañen en un misterio intrascendente.

La garza: es un signo de interrogación que Dios se ha colgado al cuello.

El burro: es una entidad nocturna, una mezcla de vampiro azul y ángel que se hace el tonto, inmóvil a medianoche. El burro es el único animal que estuvo en el viaje a Belén, en el pesebre, en la huida a Egipto, en la entrada en Jerusalén y algunas viejas tradiciones sostienen que estuvo al pie de la cruz y junto a la tumba de Cristo cuando estalló. Esto hace del burro un testigo privilegiado para todas las curiosidades que no se contentan con el texto sagrado. Que Cristo vuelva sobre un caballo blanco y no sobre un burro es algo que el burro no perdona, por eso vaga por los caminos, quejándose de algo que muchos confunden con supuesta torpeza. El hecho que durante la edad media el burro haya figurado vestido de obispo lujurioso, para ofender al obispo y no al burro, es un antecedente más que prueba la oscuridad en la que se encontraba sumida la ilustración de esos mil años. Véase el poema infantil de Óscar Castro: Burrito del ensueño.

El gato: un reptil de suave pelaje, una cerámica de los faraones que conservamos por el logro de olvidadas sublevaciones. El gato no cree en la humanidad. Ve en ella una compañía muy pasajera. Beaudelaire dijo que el gato fue creado para que el hombre pudiera acariciar al león. "Mi gato nunca se ríe o se lamenta —dijo Miguel de Unamuno—, siempre está razonando". Esto es así, el gato está haciendo planes para cuando su esclavo ya no exista. Freud fue un animal. Fue como el primer gato. Su lengua estaba llena de inmundicias porque fue el primer animal que se aseó a sí mismo. Su obsesión con lo egipcio hace pensar también en el gato.

El zorro: no es astuto, es un buen salvaje que siempre está entumido. El zorro mira de reojo y a veces eleva sus ojos sobre la punta de su hocico como si tuviese anteojos. Es el perro que no quiso esperar nada y que será el mejor compañero de los humanos en los viajes intergalácticos. Mientras tanto, el zorro es una criatura salvaje, pero como, aunque desconfiado, está lleno de bondad, pronto caerá en la trampa.

La tortuga: es una sopa que viene escapando desde el inicio de los tiempos.

El mono: según Madame Blavatsky —bruja a la que se atribuye la autoría de la Revolución Rusa—, el mono es un ser humano degenerado, y no el humano un primo lejano o un descendiente del mono. Todo esto es falso, generaciones y degeneraciones por igual. El mono es un gran actor, por eso se dice que los copiones son monos. El mono y el loro son imitadores natos. Mientras el loro imita sonidos (se dice que un ejemplar llegó a memorizar 90 mil insultos), el mono imita los gestos y hasta la corporalidad humana. Al principio el mono era una piedra, una simple y tonta piedra de río,  así que puede decirse que esta piedra ha progresado mucho en su arte.

La rana: una fotografía reciente muestra a la rana sosteniendo con una pata una hoja a modo de paraguas que la libra del aguacero, lo que viene a confirmar que la humanidad no es otra cosa que el techo. Así, la rana es el animal más importante de la historia. Gracias a la rana la humanidad comenzó a salir poco a poco de ese embarazo eterno que eran las aguas. Por lo tanto, puede decirse que la rana a través de sus herederos humanos seguramente también sacará a la humanidad de este planeta para llevarla a los charcos de otros universos. Pese a sus méritos, la rana ha tenido detractores. Se ha dicho contra la rana que su alcance revolucionario fue mediocre, reprochándosele no haber volado como un águila ni amamantado como una nutria. Pero los defensores de la rana dicen que nadie está obligado a salir de las aguas, aventurarse en la tierra ignota para transformarse en un murciélago.

La ardilla: nunca he visto una ardilla. Cuando estaba niño, muy niño, creía que las ardillas estaban hechas de chocolate; pero no exactamente de chocolate, sino que de un chocolate un tanto vivo, que podía moverse veloz, subir y bajar por el tronco de un árbol, correr por sobre o por debajo de una de sus ramas. A veces creía que una ardilla iba a emerger de un espeso chocolate caliente. A pesar de nunca haber visto a la ardilla, siempre supe, en cambio, que los conejos de chocolate no eran más que hijos de un molde.

El perro: del perro quisiera decir que mejor no digo nada, salvo que es el peor enemigo de mis enemigos.
Los perros, transformados en mascotas hogareñas y no en fieros guardianes, han causado una distancia imprevista. En los campos, obsequiar un perro era como regalar una vaca lechera, pero en las ciudades, obsequiar un perro sin previo aviso es una locura, tal vez una venganza, un regalo envenenado, que crecerá como las preocupaciones que dará. En el Fausto de Goethe, el diablo Mefistófeles antes de corporeizarse aparece en la forma de un perro de aguas que merodea el gabinete del doctor. Joseph Roth acusa a los nazis de haber preferido la compañía de perros a la de seres humanos; casi una vuelta de mano al antisemita Schopenhauer, quien mientras más conocía a sus alumnos (que abandonaban su sala de clases para atiborrar la de Hegel) decía querer más a su perro. Podemos imaginar a don Quijote y Sancho, por la Mancha desolada, anunciados y secundados por una jauría pacífica, de algunos desnutridos, que olfatean los detalles del camino, se detienen a orinar, mueven el rabo, van y vienen, y regresan a casa como si nada. El perro y el gato, en tanto, al negarse a abandonar el Arca de Noé para volver a la vida silvestre, fueron los verdaderos creadores de esos paisajes establecidos que llamamos hogar, y del conflicto permanente a su interior. 

El hipopótamo y la ballena: el poeta T. S. Eliot habla de un hipopótamo que se va al cielo, donde lo lavan, enjuagan, secan y planchan las vírgenes mártires, mientras que la Iglesia se queda en la tierra, a ras de suelo, y nunca le dan un buen baño, el baño de la muerte, porque es eterna y es de aquí. El hipopótamo, pese a la defensa del poeta, es un animal muy desagradable. Es como una ballena que no se ha bañado nunca pues no se puede decir que sumergirse en un lodo aposado, entre cocodrilos casi fosilizados, bajo el rumor de un millón de mosquitos y haciendo de islote para aves zancudas sea equivalente a un buen baño, en el sentido norteamericano de la palabra. La ballena sí se ha bañado. En verdad, no ha dejado de bañarse y asombra que sea pariente tan cercano del hipopótamo, al punto que puede ser considerada un hipopótamo que decidió bañarse para siempre. Con todo, la ballena sale a respirar; no es un pez, es una extranjera en el mar y no es profeta en su no-tierra. Como dice Eliot, el hipopótamo espera ser sacado de los orines y ascendido a las altas cortes; la ballena no tuvo paciencia, decidió volverse a esa mezcla de no-tiempo, de vida y muerte, que es el mar. Por lo tanto, la ballena está inmensamente equivocada.

El pulpo: es el dios más antiguo, el Hades de los griegos. Se dice que es más viejo que las malezas de la faz de la tierra, esas barbas que todos cortan. Es una especie de cerebro que redujo su cuerpo a ocho tentáculos, como una araña, pero de suaves movimientos. Es quizá una mente, un alma atrofiada por la oscuridad de esa atmósfera más densa que es el mar. El pulpo mira a los mamíferos marinos, o sea, delfines, focas, ballenas, lobos, como verdaderos extraterrestres, y sin embargo, su adn ha sido llamado alienígena, cuando, en verdad, es el más viejo habitante. Es posible que entender al pulpo nos ayude a saber cómo abrir desde dentro el universo [Véase al pulpo dentro de un frasco].

El búho: son las almas de los sabios que, de noche y entre las ramas de los árboles, esperan el momento para adquirir forma humana. Quien se come a un búho se come a Aristóteles y quien se come a una lechuza, a Hegel.

La cabra: es la locura hecha ganado. Los quesos de leche de cabra son la alquimia más rara. Todos los aceros del campo, sean arbustos como el guayacán [véase verso de Gabriela Mistral sobre la dureza de este metal vegetativo] o metales oxidados ella los come, los transmuta en leche y por lo tanto en queso. Las águilas y buitres vuelan alto, pero si alzamos más la vista, veremos sobre las nubes, peñascos jamás alcanzados por ningún andinista, y sobre aquellos, una cabra equilibrada en una sola de sus pezuñas, buscando subir más alto para comerse la basura espacial. [Véase las simbologías que para Dante Alighieri tiene esta pezuña dividida: Papa y Emperador, Iglesia y Estado, doble fin del universo, separación de las aguas en la primera vertiente].

La pantera: es el resultado de generaciones y generaciones de gatos cuyos dueños los dejaban solos en casa. [Véase el efecto de la mirada de una pantera del zoológico de Roma sobre el poeta Ezra Pound].

El pelícano: es un ave muy presente en los ovalados escudos clericales.

Reptiles: que para la cibermitología sean los reptiles la oculta clase dominante, mientras que los mamíferos, sus subordinados, habla de cuánto ha decaído la enseñanza de la historia universal en los colegios. Con pocas y malas horas de historia, la gente acaba dándose explicaciones de poca fantasía para asuntos en torno a los cuales han girado las ciencias sociales y las humanidades desde que se cortó la cabeza del reptil Capeto.

La paloma: se dice que la paloma es una rata enaltecida. El paso de animalejo despreciable a la representación más pura es un misterio sin resolver. Es posible que algún día todos los animales alcancen la dignidad de la paloma, el ser humano entre ellos. Véase el salmo en que la paloma comienza a volar y en su vuelo va expandiendo las fronteras del universo.


 

 

 

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