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EL AFILADOR DE CUCHILLOS  (O la historia de “unsolomundo”)
Fernando  Jerez. Novela.  190 págs. Simplemente Editores 2012

Por Juan Mihovilovich

 

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  “Millones de gentes trabajan
                                                                        Para impedir que las manos se toquen.”
                                                                       (pág. 160)

Se advierte de entrada,  en esta notable novela de Fernando Jerez, que la nostalgia y la desolación  cruzan sus páginas como una suerte de ventisca molesta, que ciertos  golpecitos dados en el rostro a contraluz intentan vaciar de algún modo el escepticismo que deambula como un fantasma material  por el espacio en que los personajes sufren y se mueven, anclados a un destino prefijado;  un destino que pareciera estar sujeto a la historia, a las viejas pasiones que se eternizan en la carne y que obstaculizan a menudo –por no decir, siempre- esas ausencias que hombres y mujeres persiguen a tientas para llenar el tedio de sus soledades.  Y claro, la historia se hace parte de esa atmosfera densa entrecruzada de vidas que no son tan mínimas y de las cuales dependen otras existencias  proclives a la búsqueda de la felicidad individual per se.

El narrador no es tan sólo el joven que hastiado del mundo que le rodea o en el que se  vio inmerso como un polizonte, decide un buen día ser parte de los insurgentes descontentos del sistema.  Colocar luego una bomba  en algún sitio público o privado lo situaba al nivel de esos marginales héroes anónimos que  amparados en las sombras subterráneas se miran a través de sus capuchas amparados en su hermandad con un dejo de desconfianza, pero que hacen de su lucha un apostolado de entrega por la “causa,” aunque no se  entienda a plenitud  cuál es ella.  De ahí que la novela alterne la narración en primera  y tercera  persona estableciendo una visión simultánea, que asimila desde adentro y desde afuera los acontecimientos que subyacen en un entramado perfecto, que liga los derroteros con evidente maestría haciendo que el discurrir de cada personaje particular esté necesariamente inmerso en el movimiento histórico de una sociedad moldeada por el autoritarismo dictatorial como telón de fondo.  En seguida, la idea de plasmar un universo narrativo centrado en dos ejes que se acomodan y se complementan, cuales son el devenir de un joven “desamparado” del plano familiar y que se vincula con el descontento a través de un líder de la insurrección como Mauro Pedraza,  y ese otro universo circunscrito a una empresa denominada -ex profeso-como “Unsolomundo” hacen que se conjuguen  historias paralelas, encajadas unas a otras con la habilidad de una narración sólida, innovadora, creativa; el viejo Simón, adinerado que controla y monopoliza las exportaciones de frutas a través de un inescrupuloso gerente comercial como Octavio, que vive la consabida ambivalencia de las relaciones duales a través de Violeta; las patéticas rencillas del acaudalado senil con Isabel, su esposa atormentada y sarcástica; el espectro de Silvito, el hijo común, que surge como una pincelada emotiva que los angustia y cuyo destino  sólo se descubre al final como una bofetada desgarradora; y entre ellos, o como parte de ellos, el “afilador de cuchillos,”  el profesor que será un símbolo de la tragedia colectiva  que vive el país, o la tía  Isolina transformada en fugaz amante de su sobrino Ulises,  el joven de una rebeldía en retirada, personaje central –tal vez- que  une el transito de todos como un titiritero manejado a su vez por los invisibles hilos de un misterio no resuelto y del  cual dependen todos.

Se podría decir que estamos ante una novela centrada únicamente en el devenir de las últimas décadas de este país y sería en parte correcto.  Pero, no se trata únicamente de eso.  Es una narración que amplía su radio de acción como círculos concéntricos que en espiral nos muestran un “solo mundo.”  Las trapacerías que se elaboran en un mercado comercial inescrupuloso, las transacciones bursátiles, la dominación soterrada o abierta de unos sobre otros,   el manejo de cuentas bancarias en Las Antillas y las negociaciones espurias y secretas de quienes gobiernan el mercantilismo a ultranza, son apenas la punta del iceberg en que Jerez ejercita su profundo conocimiento de los seres humanos y desentraña sus pequeñas o grandes miserias individuales y colectivas.

Estamos en presencia de una novela que nos reseña el espacio y el tiempo físicos que nos ha tocado vivir.  Cierto: toda historia es un pretexto para evidenciarnos cuán pérfidos o desolados podemos llegar a ser; cuánta ausencia de amor o solidaridad puede acosarnos de modo inversamente proporcional a nuestros egoísmos más primarios.  Y en esa perspectiva la trama resulta un esbozo gradual que nos obliga a mirarnos a través de estos personajes de carne y hueso, mimetizados en la historia de la vida nacional que, oh milagro de las paradojas, ha resultado ser la historia del mundo moderno; al menos, de una parte importante de la excelsa o vapuleada civilización occidental.

Por eso y otras múltiples razones que vale la pena descubrir en cada lectura personal, esta novela trascendente resulta imprescindible en estos días y décadas de escepticismo global.



 

 

 

 

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