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LAS PALABRAS DEL CHAMAN EN EL FIN DE MUNDO
Autor: Cristián Warnken. Poesía. 73 páginas. Editorial Pfeiffer 2012.

Por Juan Mihovilovich

 

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“Vago entre espejos/Que me devuelven mi rostro/
Repetido hasta el infinito/Pero no sé quién soy.” (pág. 53)

Sobre el horizonte parece brillar una luz opaca, una suerte de nebulosa gris que avanza quieta y su distancia termina por enceguecer.  Sobre el horizonte inexistente, allá, donde los Dioses confirman nuestra llegada o nuestra despedida mirándonos por el ojo de una aguja, nosotros nos encorvamos hasta donde es posible y tratamos de llegar al cielo.  Y es posible también que necesitemos de un guía, es posible que no nos baste el mensaje: necesitamos también del mensajero.  Ah, dichosos los ojos cerrados que ven mejor.  “Soy el chamán y acabo de despertar de mi viaje/ Al luminoso infierno de las visiones/Abrí  los ojos y habían desaparecido los países/ Borrados los mapas y las huellas digitales/.” 

¿Quién nos llevará de la mano hacia el paraíso extraviado?  ¿Habrá todavía un sendero que la memoria registre por sí misma y que no necesite dejar las miguitas de pan para recordar el regreso? ¿Qué nos dice este libro revelador cuándo Pulgarcito se mimetiza en el bosque y ya no puede retornar a casa?  ¿Dónde está la llave que cierre a nuestras espaldas las puertas del infierno? 

Cristian Warnken reconstruye el sendero hacia la urbe perdida.  Pero parte desde un punto donde la palabra ha dejado de tener sentido.  Insertos en el mundo de las cosas banales y apretados unos contra otros y sin verse nunca de frente, los seres humanos se han cosificado de tal modo que ya no hay espacio para la esperanza.  Despierta el chamán y observa alucinado que el paisaje se yergue como a través de un vidrio roto.  Y además, el paisaje es un espejismo: no es posible sonreírle, no es posible recuperar todavía el sentido de las viejas percepciones donde el individuo “pastoreaba renos y se codeaba con Orfeo”  esa figura mítica que tocaba la lira para que los demás la escucharan y pudieran descansar.  Luego el chamán ha regresado para despertar en el peor de los mundos: éste que nos ha tocado vivir.  Pero, entonces el poeta chamánico sueña  que hay que disparar al cielo para hacer un forado y huir de este guión.  Clama por Merlin, el mago gales del siglo VI, como el llamado póstumo que revierta el pozo al que se ha caído e invocándolo casi como un desgarro para que aquél saque de alguna moderna chistera la varita mágica que revierta el caos de la fábula.  “/Merlin, Merlín, ¿dónde estás?/”

Warnken ha apuntado con el dedo y como el chamán que oculta a Bob Dylan en la esquina de un edificio enorme  percibe que más de tres dedos lo están apuntando a él.  Hay en este libro una metáfora gigantesca: las palabras no se sustentan ya a sí mismas. Han caído en desuso.  Los seres humanos se han convertido en estatuas de cera frente a sus computadores: google es el nuevo Dios. Como en un juego macabro revestido de una ingenuidad perversa se envían mensajes  a la velocidad de la luz.  Millones en facebook elaboran un mapa de la geografía moderna donde el texto es un recadito de tres sílabas que acusa recibo de la estupidez multiplicada y banalizada a extremos insoportables. /“¿No estás en facebook? /Entonces no existes…y por eso me gustas.”/  Sin embargo, como es un juego que alguien manipula desde el oscuro secreto de las sombras, nadie advierte –o muy  pocos- donde está la trampa.  Porque, sugiere y apunta de nuevo, /“mientras arde Troya, ¿qué hacer o qué decir? / ¿Cantar como aedos rastreros mientras los pretendientes lo devastan todo?”  Pero insisto: /“¿No estás en facebook/ entonces no existes y por eso me gustas./Había empezado a dudar de tu existencia real/ No sabía quién era tu perro/ dónde ibas de vacaciones/ qué música escuchabas/ y qué hacías bajo las sábanas/ ¡No subías las fotos de tus peluches!/ Etc. (pág. 57)

El poeta sabe e intuye que la realidad no es real.  O que la realidad que se supone tal es un engañoso ardid de quienes se han confabulado para el artificio. Luego, busca con insistencia el reflejo de imágenes inocentes que han de existir en algún lugar.  No todo pareciera perdido, aunque el rostro carente de humanidad se reproduzca con un simple pestañeo y aparezca en millones de afiches repartidos por el planeta como la cruel mascarada de un cielo ajeno.  Sin embargo, insiste.  La realidad cabe aún en la sonrisa pura, descontaminada, en esa manera de parecerse a la felicidad con el simple acto de distender las mejillas.  Ha de haber por allí todavía un niño en ese cuerpo envejecido y distante. Ha de existir la luz tras el agujero negro en que estamos cayendo.  Por ello, a pesar de que los ojos se cansaron de tanta promesa, sigue mirando el cielo a ver si nace o muere una estrella.  Y en ese relampagueo distante el otro, tu o yo, volvemos a sonreír en medio de la oscuridad de la materia…y luego resurge sin pausas el / ¡Otra vez, otra vez! / Y claro, la poesía, esta fiebre de los más alucinados, pareciera nunca salvar a nadie, pero está ahí y el chamán que se ha apoderado del espíritu de Warnken vocifera en silencio, mientras sigue ocupado en la extraña ocupación de escribir versos que un día llegarán a las librerías de viejos, si es que esas librerías llegan a perdurar.

Y sus palabras atraviesan el desierto de las almas en pena: “/ ¿Cómo se llaman esas estrellas? / ¿Cuál es el nombre de ese árbol? / ¿Cuál es tu nombre pájaro del bosque? /He olvidado todos los nombres. / Y no sé quién soy, / ¿Quiénes se llevaron los nombres de aquí?/”  El universo entero se ha reducido al tamaño de un puño y todo cabe en la esfera de poderes omnímodos y sedientos de codicia.  Los descerebrados del mundo se han apoderado de los ríos, de las tierras salvajes, de los mares, de los minerales, de las plantas, de los animales.  Se han apoderado del sueño y lo han embotellado en una cajita pequeña que reproduce ese “/ ¡Oh,  gran “reality show de la Nada!/” La ambición disfrazada de un progreso inhumano ha instaurado al nuevo Rey Midas: sólo sirve lo que se convierte en oro, en papeles transables en la bolsa, en operaciones de cálculos extremos y mezquinos, en mediciones de la conducta  cotidiana y en la recreación de ficticias necesidades, en las depredaciones del tiempo y del espacio.  Y entonces el chamán se extravía, no sabe dónde está, qué hace en el ahora y pareciera clamar entre medio de los mensajes que se emiten así mismos: ¿No hay nadie aquí?  ¿No hay nadie vivo aquí?  ¿Dónde estás espíritu Quijotesco? ¿Te podré ver aún cabalgando de madrugada y destruir a esos gigantes imperios enquistados tras los molinos de viento?

Pero, el chaman, hay que recordarlo, puede mimetizarse en un hombre actual, revelarse en sus genes y al apoderarse de sus palabras transmitir al fin otro mensaje.  ¿Estaremos aquí para entenderlo todavía?   ¿Podremos comprender que el mensajero también es necesario e imprescindible? ¿Nos atreveremos otra vez, otra vez, a leer entre líneas lo que los versos señeros de este libro magistral avizoran de un porvenir que está acá y ahora? ¿Podremos asumir que es imprescindible aún el Aquí?  ¿Qué si el aquí deja de ser tal todo deja de ser ahora? 

Sin duda, quienes lean estas Palabras del Chaman en el fin de mundo  podrán decir que aún es hora.  “Que siempre el alba baja hasta el monte”…siempre. 

Hay que agradecer la lucidez de Cristian Warnken, su propuesta, su advertencia.

Hay que hacer carne nuestra el clamor que envía desde el Chamán que hoy lo habita.




 

 

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