Breviario Mínimo.
Diego Muñoz Valenzuela. /
Microrrelatos Ilustrados por Luisa Rivera.
Simplemente Editores. 46 páginas. 2012.
Juan Mihovilovich
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“¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Quién puede responder estas preguntas? ¿Estamos solos en el universo? ¿Tiene un propósito la vida? ¿Acaso vosotros podéis contestar o –como este infeliz enfermo- habéis olvidado las respuestas?
(Breve declaración de un enfermo de Alzheimer – página 42)
Nos bastaría ese diminuto –valga la expresión - micro cuento para dar por sentado que tenemos enfrente un texto de excepción. Y no porque únicamente se concentren temas desconocidos u originales, que los hay y variados. Pero, este libro trata no sólo de la temática en cuanto tal. El Alzhéimer, Drácula, Aspectos sobre la Civilización futura, Don Quijote –o contra Quijote, quizás sería más acertado- etc., se establecen en base a argumentos esenciales, sucintos, que sirven de pretexto para extrapolar situaciones dichas de “otro modo”, de una manera que dejan al lector con el cuento, o sus escasa líneas, rebotando en el cerebro como si de repente alguien nos dijera: he ahí el sentido de las cosas que ignoramos a medias o queremos descubrir y que, para verlas de nuevo o recobrarlas es preciso hacerlo desde un ángulo innovador. Y claro, si analizamos en De monstruos y bellezas la relación invertida entre el monstruo de feria, cuya imagen se degrada gasta el punto de adquirir una apariencia grotesca, no es menos cierto que la bella muchacha de ojos claros se divierte con su figura horripilante y descubre –al fin- al príncipe de los sueños. El amor, luego, conceptualizado desde una óptica caricaturesca configura un pequeño (o grande) drama: es posible que la belleza, lo monstruoso y la imagen que refracta el espejo puedan vivir armónicamente y para siempre.
Narraciones como Don Quijote 2005 (1) dan cuenta de una suerte de parodia que retrotrae la “triste figura” hacia los tiempos presentes y, en esa especie de bilocación ambiental la resurrección de don Quijote ya no es únicamente un simulacro: es real, se convierte en un seudo testigo de un tiempo algo abominable; recorre el planeta dando conferencias, recibe viáticos, homenajes, engorda de tal modo que no hay armadura que se le resista y mientras amasa dólares en una de sus manos piensa con ninguna nostalgia en Sancho refiriendo con un sarcasmo patéticamente divertido: “lo que se ha perdido Sancho por no acompañarme…” y luego engulle su italiana especial. O bien, la imagen concentrada al máximo de un porvenir que nos parecería horrendo, si no fuera porque es posible que acontezca con una remota variable esperanzadora, como en Escena del futuro: los robots escuchan a sus líderes exigir igualdad de derechos, en tanto un cyborg describe un mundo donde máquina y hombre se reencontrarán…y a través de esa visión mecanizadamente humana uno no puede dejar de pensar -al menos en los relatos premunidos de elementos de ciencia ficción- en las coincidencias latentes con Asimov, por ejemplo; y ya sabemos que Diego Muñoz resulta un narrador aventajado en ese plano –y otros- de nuestra literatura, dando muestras de una visión alejada del “intramuros” donde solemos desplazarnos. Así y todo su humor negro nos deja acongojados, como si entre sus ironías y requiebros, nos invitara a recobrar la candidez con que un niño alza un dedo hacia las figuras tecnológicas que se van adueñando de nuestro entorno.
Se podría seguir con el recuento de sorpresas cautivantes que nos trae cada página de este “breviario” y hacernos eco de un Drácula conmovedor sin sus colmillos, luego de la visita al dentista; de la confabulación “negociada” de la liebre y la tortuga para obtener ganancias en las apuestas, etc. Sin embargo, es necesario que este libro inusitado deje sus espacios abiertos: el lector se subsumirá en sus páginas y se deleitará con sus giros de humor negro, de sarcasmos y reflexiones cruzadas, de imágenes, en suma, que nos reflejan mundos próximos y distantes, interioridades cercanas y mediatizadas por el estupor; y todo ello condensado con ilustraciones certeras de la artista gráfica Luisa Rivera que se intercalan como contrapunto necesario, y a través de una portada admirable nos advierte sobre lo que el libro encierra.
Un libro hermoso e indispensable, más allá de su género.