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El niño perdido y otros relatos
Thomas Wolfe, Tajamar Editores- 173 págs. 2012

Por Juan Mihovilovich

 

 

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¿Y qué somos? Somos los hombres desnudos, los americanos perdidos.
Cielos inmensos y solitarios se doblan sobre nosotros, diez mil hombres
caminan en nuestra sangre.” (pág. 97)

Bastaría únicamente el genial relato que da título al libro para justificar una obra de proporciones superiores. De Wolfe se ha hablado muchísimo y se le ha equiparado a los grandes de la literatura universal, por lo que ahondar en ello resulta inoficioso. Sí es dable compenetrarse de este texto que nos da una de las visiones más certeras y profundas de la realidad americana, desde sus orígenes hasta la evolución que Wolfe alcanzó a vislumbrar en sus cortos 38 años de vida.

En El niño perdido, la trama es sumamente sencilla, aunque de una profundidad inusual. El personaje central, un niño pequeño (Grover, hermano del personaje central) observa deslumbrado desde el ventanal las golosinas de una tienda de caramelos. Ha ido con parte de unos sellos de correo para trocarlos por los dulces, y el tendero, un viejo tacaño tanto como su esposa, lo miran y encaran con desconfianza haciéndole sospechar que los sellos tienen una dudosa procedencia y que sería la última vez que los aceptan; la próxima compra ha de ser con dinero, le insiste el tendero, reprochándolo. Y es en esa condena anticipada, perversa y represiva con que el niño llega humillado y entristecido a la casa paterna. El padre, duro y trabajador por naturaleza, pero confiado en la bondad natural del hijo va y enfrenta al dueño de la confitería; le devuelve el dinero equivalente a los sellos y lo ubica social y humanamente en la escala más baja de la vida humana, sin perjuicio de castigarlo para siempre con una sentencia que alude, de pasada, al defecto físico del hombre (el dueño es cojo).

En dicho relato subyace, por un lado, la inocencia y avidez infantil por algo tan simple como una golosina y paralelamente, su angustiosa vergüenza. La avaricia del tendero y su mujer, acostumbrados a hacer de las migajas ajenas su propia fortuna, sumado a la odiosa descalificación del niño. Y por último, el acto de entereza y justicia del padre que, sabedor de las virtudes del hijo, coloca al par de comerciantes en la dimensión y lugar que se merecen. En este relato sucinto se concentra toda una forma de ver el mundo, de contrapesarlo, de dividirlo y de sacar de él lo que cada uno requiere, bien o mal, para su sobrevivencia. Unos, apegados al dinero, el leit motiv de una sociedad norteamericana que avanzaba -en la época de Wolfe- a pasos agigantados a dominar el mundo; mientras, los que construían ese imperio desde las sombras, en la sencillez y honestidad de sus labores habituales debían, supuesta o efectivamente, acatar las normas de convivencia y señorío de los detentadores del poder, así fuera a una escala doméstica como la descrita.

Allí residen los gérmenes del desarrollo posterior y lo que hace grande esta literatura es la forma en cómo Wolfe dignifica la condición humana a partir de un hecho tan sencillo y cotidiano. La profundidad con que asume a los diversos personajes, la manera en que los confronta implícita o explícitamente y como, finalmente, exterioriza la necesidad de recuperar la decencia infantil cuestionada, hacen de este relato breve una obra maestra en su género.

Pero no es el único; está toda la narrativa secuencial del personaje que regresa a recobrar el paraíso perdido de su niñez. Un escritor, (Eugene) obviamente el alter ego de Wolfe, que consagrado y conocido en las esferas de la intelectualidad norteamericana retorna a su pequeño poblado, reencuentra a la madre, a sus hermanos, con la excepción de Grove, muerto cuando apenas tenía 12 años y todo el grupo familiar lo reconoce como alguien superior a quien emular, en tanto el escritor lo busca yendo a la vieja casa que habitaron y visualizándolo en la propia habitación que alguna vez ocupó. Búsqueda que también hace con el padre en una suerte de alegoría desgarradora en Octubre 1923.

Pasan los hermanos, los controladores de un poder en ciernes, hasta desembocar en una parábola genial del tiempo y la incapacidad del retorno auténtico en el relato final, Lo distante y lo próximo, que da cuenta de un conductor de tren que ve a diario a una mujer con la que se saluda cuando la locomotora pasa frente a su casa. Y al regreso de un tiempo innombrable ya nada es como se suponía, ni la mujer, ni la hija ni las huellas del espacio físico que la memoria había construido e idealizado.

Wolfe se especializa en desentrañar la inmovilidad del Tiempo, y lo aprecia con mayúsculas, lo desmenuza, lo observa en las pequeñas cosas, un bar, una plaza, una calle que busca con desesperación y que recuerda con una impresionante precisión por el detalle; en fin, la agonía de un retorno que sabe quimérico, pero que es imprescindible realizar así no tenga otro objetivo que intentar reencontrarse siempre consigo mismo, el centro y el motor de la soledad humana.

Un libro excepcional de un escritor mayor.



 

 

 

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Thomas Wolfe, Tajamar Editores- 173 págs. 2012.
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