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Geología de un planeta desierto
Novela de Patricio Jara. Edit. Random House. 130 páginas, 2013

Juan Mihovilovich


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“Hay algunas preguntas que nadie tiene
derecho a   hacer. Y menos los hijos.”
(pág. 93)


Un día cualquiera un individuo golpea a la puerta de la casa de su hijo “con tres golpes secos y decididos”, presentándose después de muerto, mientras la pareja del hijo asiste a la escena como incrédula testigo  de esa fantasmal aparición.  Si la síntesis extrema de la novela fuera esa, ya bastaría para justificar una trama que deja en descampado a un lector que espera un desenlace inmediato, cosa que naturalmente no ocurre y más bien dicho espectro, visualmente vivo, es apenas la punta del iceberg de una novela notablemente bien construida. 

El regreso del padre muerto pareciera tener dos finalidades: primero, dar a entender que la muerte es un estado irreal y que puede llegar a ser un suceso absolutamente rutinario y normal si es que alguien decide la resurrección por sí y ante los demás; y segundo, que dicho deceso “re-construido” como una parodia de la muerte física, sirve de pre-texto para evidenciar de manera lúdica a veces, y muy seria y profunda en la mayoría de los casos, que la vida natural sigue el curso de los acontecimientos, yendo y viniendo desde el pasado hacia el presente, retomando la ilación de los mismos en un perfecto andamiaje de causas y efectos que el personaje central (el hijo, acaso no el padre como símbolo) va develando de un modo pausado, asociando hechos de la infancia, de la decadencia familiar producto del alcoholismo inveterado del “resucitado” y que deviene, finalmente, en una profundización exprofeso de la existencia de los mineros, de la subsistencia en un mundo plano y desértico y de la ausencia de vitalidad que pareciera prolongarse bajo el polvo reseco de lo inanimado.  Y paradójicamente, en esa virtual geología de los cuerpos y el suelo, se anida otro de los factores primarios de la novela: rasguñar intencionadamente las capas de la superficie, desgarrar los sentimientos velados y exacerbar las pasiones dormidas, los hechos oscuros, las ausencias, las incomprensiones, las desidias y las explotaciones o esperas de los mineros tras esas empresas tan ocultas y soterradas que manejan el destino de un planeta caustico y desolado, entristecido y pálido desde sus raíces medio inexistentes.

Patricio Jara ha cimentado luego “un universo” a partir de un suceso nada de trivial, aunque lo presenta con una naturalidad pasmosa: “el padre ha resucitado”, aunque la radióloga le efectúe toda clase de exámenes tendientes a dilucidar una  energía interior inexistente.  Sin embargo, el mero hecho de volver y tocar la puerta de la casa como si nada hubiera pasado, es apenas un ardid puesto a propósito para que el estigma de las dudas y de los anhelos de trascendencia resurjan desde la incertidumbre misma, se patenticen en las preguntas del hijo al progenitor y las respuestas de éste,  que insinúan,  con cierta  indolencia, un estado ambiguo, ambivalente, que hace que el lector se interrogue a su vez si el mero hecho de resucitar es verdaderamente auténtico o si se coloca con ese intento disimulado (y de nuevo paradoja evidente) de sacar a relucir toda la vida familiar, laboral y hasta planetaria en que el hijo se ha desenvuelto y en el estado actual en que su padre lo re-encuentra.  De ahí que Magaly, su pareja, asista como una espectadora activa y hasta piadosa procurando ser el enlace lucido entre ambos.  Una especie de puente que morigera el dolor del hijo y que acerca al padre muerto tornando parte del encuentro en algo extraordinariamente intenso.  Quizás por ello el supuesto rechazo filial se torne luego en un acto compasivo, sobre todo cuando el hijo besa al padre en uno de los capítulos o cuando el padre lo acoge con ternura en otro, aunque en algún momento el hijo “descubre” que el resucitado, más allá de esa normalidad enfermiza con que  ha regresado, es capaz de “levitar”, en un trance que  tiene la sustancia de lo milagroso.

En suma, una aventura literaria con pasajes conmovedores,  con situaciones de una comicidad contenida o abierta, dependiendo de las circunstancias.  Una novela que atrapa desde la primera a  la última página, que el lector termina asumiendo como una historia de vida y muerte al alcance de la mano,  de los hechos cotidianos y que, no por nada, logran convivir de una manera tan sencilla y directa que sólo cabe preguntarse si la trascendencia puede llegar a ser tan  estremecedora como un escueto golpe de los nudillos de un muerto en una puerta para  sacudir la abulia de los vivos, o lo que es mejor, (o peor, dependiendo del cristal con que se mire) a “resucitar”  las contenidas aprensiones y traumas familiares perpetuadas en la conciencia individual sin aparente  posibilidad de modificaciones, aunque el embarazo final de la pareja reabra -como siempre- la esperanza,  y el informe del cierre del texto de cuenta del cambio geológico planetario dentro de un millón de años.

Una  novela que nos devuelve al fin a la buena literatura nacional, que nos hace descubrir a un escritor de verdad, con una historia tan fantástica como real, con certeras penetraciones psicológicas y sociológicas, por lo que  solo cabe  disfrutarla en  sus múltiples y variadas aristas.



 



 

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