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IDENTICO AL SER HUMANO
Novela. Autor: Kobo Abe. 167 páginas. Editorial Candaya 2010
Por Juan Mihovilovich
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“Puesto que el espejo torcido sólo refleja imágenes distorsionadas,
toda la lógica se derrumba cuando proyecta una imagen correcta.” (pág. 29)
¿Cómo podría calificarse esta novela que nos involucra hasta la medula en una fantasía que, de tan irreal, uno se pregunta si ella será realmente posible, si sólo existe en la imaginación del personaje-narrador o, sencillamente, se trata de una locura generalizada dónde nadie posee una verdadera identidad?
“Idéntico al ser humano” es una frase que resulta sorprendente dentro del contexto en que dos solitarios personajes se enfrentan en un diálogo demoledor, perspicaz, veladamente incoherente dentro de una lógica que apabulla.
Un buen día el personaje central -sí cabe tal denominación-, creador del programa radial “Hola, marciano”, es virtualmente asaltado en su propio 
departamento por un sujeto extraño, pequeño y delgado, casi desvalido, que parece haber caído desde algún ignorado lugar del espacio y que surge como un supuesto marciano e interroga con vehemencia al narrador, quien se esfuerza denodadamente por “entender” a ese sujeto, qué se trae entre manos, de dónde procede y si, en definitiva, es un pobre y triste alucinado o si de veras ha sido colocado al frente para descubrir en sí mismo su propio dilema existencial.
La duda, entonces, atraviesa todo el diálogo de una novela perturbadora que apenas transcurre durante un par de horas. Previo a la llegada del visitante, su esposa se ha comunicado vía telefónica con el narrador y le manifiesta que su marido es un sujeto enajenado, de una demencia oscilante, premunido de una fuerza y energía descomunal, que le haga el favor de entretenerlo por treinta minutos, ya que ella es la única persona en la tierra capaz de calmar sus violentos cambios de personalidad y sus consecuentes estados de ánimo.
Hasta allí la historia pareciera tener un hilo conductor claro: el personaje central debe hacer cumplir esa media hora sin violentar al extraño individuo que, poco a poco, lo va acosando con interrogaciones de todo tipo que ponen en tela de juicio, no sólo al mismo visitante, de por sí extraño, esperpéntico y aparentemente disparatado, sino además cuestiona la propia seguridad y confort del visitado, quien vive una bucólica vida con su cónyuge en un departamento de la ciudad y cuya relación con el mundo es su extravagante programa radial.
Con una persistencia avasalladora el visitante procura demostrarle su marciana procedencia y que su fisonomía, tan semejante a la de un ser humano se debe, exclusivamente, a que se trata de un ser idéntico a él, y que su aparición, inopinada y estrafalaria, obedece a que debe cumplir una secreta misión que una treintena de “misioneros” provenientes del planeta rojo, ya han comenzado con inciertos resultados.
Lo interesante del diálogo es poner en entredicho las certezas del narrador: más allá de hacer patente la espera y llegada de una cónyuge que tarda demasiado, la tensión ambiental y sicológica, produce en el lector un involucramiento absorbente, que de continuo lo obliga a estar atento al devenir de ciertos códigos, frases y claves que cuestionan la vida moderna, el sobrentendido impulso de la tecnología, la absurdidad de un mundo donde el principio de identidad ha pasado a ser una cualidad en retirada. En esa perspectiva, ambos personajes conspiran de tal manera en la conversación, se pesan con tal determinación intentando superar sus propias limitaciones verbales en una suerte de disputa filosófica y psicológica, que causa incesantes alteraciones sobre los límites del racionalismo y hacen de la lectura el intento de desentrañar una trama cuasi policial, donde el desenlace, por cierto, resulta del todo imprevisible.
Desde una óptica moderna, Idéntico al ser humano resulta otro libro fundamental de Kobo Abe (La mujer de la arena, El rostro ajeno, Hombre caja, El mapa calcinado…) y nuevamente nos evidencia que se trata de uno de los narradores japoneses más relevantes del siglo XX, con un manejo del idioma y de las paradojas que lo sitúan como un auténtico continuador de Kafka, aunque su originalidad es, a todas luces, única, distintiva, con una vigencia y valor irrefutables.
