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LA LINEA DEL DIA
Autora: Sonia González. Novela. 256 páginas. Lom Ediciones, 2018

Por Juan Mihovilovich



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“La noche/ ese extenso camino/ dice mi
nombre/ Lo pronuncia/ como si ella y yo/
hubiéramos escogido/ aquél nombre/…

(Pág. 125)

Lourdes Barrera, alías Blanquita Muñoz, o a la inversa, es o pretende ser, una escritora por encargo, es decir, que deletrea las historias ajenas y procura darles un sentido, configurar la trama que alguien le aporta, aunque adornada con el talento de quien se sabe poseedora del mismo.  Y en la conformación de esas historias noveladas Lourdes, para quedarnos con su denominación civil, desentraña su propio y personal drama interior con el añadido de sus componentes: Arturo, su esposo de quien se separó; Gregorio, el hijo que avizora un reencuentro ya en la adolescencia; Ivette, la hermana menor abogada, pletórica y triunfadora en los tribunales y en la vida personal.  Y en paralelo, la reconstrucción de un universo de una ficción que soporta los resquicios de una realidad que la narradora describe con la innegable pujanza que nace del conocimiento del alma femenina y de los exordios masculinos que la sustentan.

Antonio Martin du Gard irrumpe en la covacha que Ivette le ha otorgado a su hermana en la trastienda de su estudio jurídico, y allí, entre los utensilios de aseo y restos de materiales oficinescos, Lourdes escuchará la historia de un amor en ciernes, que ese apolíneo personaje le detallará respecto de la Dra. Raquel Chala, una pediatra que ayudó a traer a uno de sus hijos al mundo y que al momento del nacimiento hizo que él posará sus ojos e interés en ella por sobre el nuevo vástago.  Bástenos esa mención de vida para captar la agudeza narrativa de quien escudriñará en los recovecos del alma de ambos amantes frustrados o a la espera de que esa inevitable atracción derive en drama o en comedia humana.

La idea de surtir de elementos primarios para que Lourdes escriba la novela de Martin du Gard y de Raquel Chala se verá asociada a otras historias simultáneas que harán de la narración una serie de elementos convergentes, los que irán diseñando ese universo multifacético en que Lourdes inscribirá al lector, dotándolo de paisajes y pasajes literarios notables. 

En la perspectiva referida estarán insertos otros dos personajes masculinos que serán soporte y rivales de su cotidianeidad y que asumen los apellidos de dos notables escritores: Camus y Greene.  El primero, una especie de amigo y amante sincrónico con quien compartirá ideas, sentimientos, miradas o visiones de mundo, aunque siempre matizadas por ciertos sarcasmos mutuos que impiden el acercamiento real o de fondo; y el segundo, una suerte de conciencia equidistante de Camus, su antagonista, su enemigo literario, que sobrevive al amparo de quien los une de manera irremediablemente circunstancial: Lourdes, “la escribidora”, y respecto de quien ambos compiten en afectos y atenciones.

Y además, la narración conlleva la historia de la joven y agraciada Ximena, toda su saga relatada en cursiva como si una alerta roja estuviera reflejando con sus guiños intermitentes esa otra realidad que hoy en día ya es parte de nuestra gran tragedia universal: la de una joven ultrajada y luego asesinada,  y a  cuyo respecto se va entretejiendo con un realismo de proverbial desmesura, el iter criminis, ese desarrollo o camino en que se incuba y consuma el delito, la violencia insana y fría con que el también joven individuo la acomete, su indolencia, y el cinismo con que evidencia sus propias y personales conflictividades familiares, el autoritarismo y desprecio paterno de que fue objeto y que, de algún modo no justifican, pero explican ese machismo irresoluto y cruel con que se da término a la vida femenina.

Así, en el desarrollo de sus personajes, Sonia González ha estructurado un universo riquísimo en el desglose individual, amplio en su pretensión de unirlos, de reconstituirlos a través del arte de escribir.  Y lo logra de esplendida manera.  Su esfuerzo consolida una propuesta que unifica antes que disgrega, que asocia antes que contrapone, que involucra antes que aleja y que, en suma, reubica a mujeres y hombres en un contexto social y humano donde el sufrimiento, las contradicciones  y las desavenencias hacen parte de un componente implícito en el devenir de ambos sexos, más allá de lo testimonial que, sin duda también existe, pero que a la hora del recuento se incorpora como parte del ser y del estar en un mundo caótico y que la escritora ordena con esa potencia y belleza creadora con que las obras de verdad se sustentan a sí mismas en su línea argumental.

Se resume el entramado novelístico en haber sabido decantar los avatares domésticos, las parceladas naturalezas de sus personajes, el haberlos hecho carne y sangre, el haberlos diseñado de tal manera que sus aprensiones, sus defectos y virtudes, sus anhelos y vicisitudes son y constituyen un extraordinario esfuerzo por mostrarnos la valiosa amplitud de su discurso, con el mérito incuestionable  de una palabra que otorga esa vida que la poesía nos exige a cada instante y que Sonia González ha sabido consolidar en una obra de excelencia, premunida como está, de una pluma maciza y hace rato distintiva en las letras chilenas.



 

 

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