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Interpretación del texto “EL VENTANAL DE LA DESOLACIÓN” de Juan Mihovilovich
Cuentos: Editorial Entre Páginas, 3era edición, 188 págs., 2019

Por Mabel Arratia
 Universidad de Magallanes


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“La figura de Darío se recortaba delante de los amplios ventanales del living. Sus contornos se delineaban fijamente sobre un paisaje desolado que cansado brillaba en la distancia. Sus hombros parecían tener un peso de siglos y sus largos brazos pendían sin vida como si de pronto se hubieran paralizado. Sentado en una silla, con las piernas extendidas, tenía las pupilas puestas en los pequeños arbustos que el viento llevaba a regañadientes de un lugar a otro de la pampa. Una arena calcinada se perdía indefinida en la distancia, y por los costados de los ventanales se vislumbraban algunas rocas gigantescas constituyendo lo único sobresaliente en un cuadro cuyos marcos estaban al alcance de sus manos. Su madre hojeaba nerviosa las páginas de una vieja revista, sin atreverse romper la estática contemplación de Darío. Cada tarde, cuando las incipientes sombras de un atardecer que, siendo perpetuo, se diferencia de la noche por la sorpresiva oscuridad con que ésta comienza a vestir la tierra y los arbustos, Darío se sienta en la misma silla, frente al mismo ventanal y observa el eterno paisaje que dibuja su insondable soledad bajo un cielo ennegrecido y mudo. El padre de Darío ha muerto ayer, pero pudo ser hace un año o podría morir mañana de estar vivo hoy. De cualquier manera, Darío estaría en su lugar acostumbrado.”


Estimados amigos (as): presentar un texto no es una tarea fácil, aun cuando interpretar los fenómenos estéticos y literarios constituye un trabajo apasionante, pero nunca definitivo, ya que abrir el texto hacia un camino de luz nunca es limitado, puesto que siempre quedan rayos de sombra que el lector omite o no los percibe. Para recuperar estos impases se reúne a diversos métodos críticos de estudios de análisis que permiten diversificar ángulos de enfoque. En el fondo debemos intentar ver el mundo del texto literario desde dentro e intentar captar la atmósfera que rodea al escritor en el momento de su creación literaria.

De allí que cuando uno lee y estudia críticamente un texto narrativo literario, en primer lugar, debe hacer una lectura de disfrute y después tratar de relacionar la obra con diversas corrientes o movimientos de la literatura mundial, de las tendencias diversas y de la crítica de las ideas literarias que definen una época. Lo anterior dicho debe encontrar una respuesta en el condicionamiento histórico de la sociedad.

Juan Mihovilovich es hoy día un escritor, maestro del arte narrativo argumental. Su pluma se desliza con profundidad desde el ser íntimo de sus personajes hacia un lector ávido de penetrar otros mundos. Mihovilovich, por su forma de escribir, refiere a un lector-descubridor, vale decir, de un creador, respondiendo así a una de las funciones fundamentales de la literatura; el texto no lo hace sólo el autor, sino que, igualmente, el lector.

A medida que leemos el texto de Mihovilovich, y en especial el cuento “El ventanal de la desolación”, descubrimos un estudio de las formas y del uso poético de las palabras.

En su narrativa existe una dimensión poética-filosófica, vale decir, hay textos que parten del recuerdo y otros que nacen del propio proceso de creación poética, donde se intenta llevar al camino de la luz, aquello que permanece oculto.

Hablar de Mihovilovich es hablar de una prosa innovadora, heterogénea en su temática y que, a la vez, nos coloca en un dilema al intentar clasificar su narrativa. En general, hay una característica común en sus cuentos, que es el carácter indagatorio (propio de la personalidad de un juez), pero de una u otra forma, siempre alude a una dimensión histórica.

Lo notable en este escritor, es que en algunos de sus cuentos encontramos una prosa lírica, rasgo de aquellos eximios en la pluma. En general, su prosa es heterogénea en cuanto a la temática y también en la utilización de recursos irónicos, sarcásticos, irracionales, que le permiten una constante resurrección de su prosa.

Leer a Mihovilovich permite al lector detectar la realidad desde su pensamiento y desde su racionalidad. Es un escritor que no se desvincula del quehacer de los hombres. La palabra que emplea se limita a señalar, sin calificar, porque los sucesos van cayendo por su propio peso. Su prosa tiende a significar, sin afirmar ni negar, dejando que la realidad rechazada llegue al final de su descomposición, por sí sola.

En este cuento, el lector se encuentra con un niño que está sentado frente a una ventana, la misma que le permite al lector observar un paisaje, donde vislumbra un atardecer, que como dice Mihovilovich “que, siendo perpetuo, se diferencie de la noche por la sorpresiva oscuridad con que ésta comienza a vestir la tierra y los arbustos”. En estas palabras del narrador se produce lo que Bachelard describe como el surgimiento de las imágenes en la psique y así, considerar a la imaginación como un proceso del alma, que no puede ser analizado, porque es independiente del pensamiento estrictamente racional. Mihovilovich en la descripción que hace de Darío frente a un ventanal, trabaja las imágenes en la intimidad doméstica. El lector, en su descripción, observa y ve una arena calcinada y algunas rocas, que estaban al alcance del protagonista. Esta actitud que adopta Darío cada día al sentarse frente al ventanal y observar el paisaje que le prodiga la naturaleza, permite al lector comprender la vida del protagonista: vida de una insondable soledad, como dice el escritor, bajo un cielo ennegrecido y mudo.

El concepto de casa en literatura y creado por Bachelard nos permite evocar las imágenes en la intimidad doméstica, puesto que cada rincón o cada espacio de la casa tiene un sentido especial para el ser humano. Al respecto, reflexionemos un momento y comprobarán que cada uno de los presentes tiene su espacio o lugar favorito en la casa: puede ser un rincón, una silla o un sillón preferido y los jóvenes, fundamentalmente, eligen el dormitorio, donde la cama ocupa un lugar privilegiado. Estos espacios que nos proporciona la casa van variando en el desarrollo de nuestra vida, y, en forma vertiginosa pasamos del patio de la infancia, a refugiarnos, en la edad adulta, en un sillón, que nos cobija y nos permite observar a los habitantes de la casa, en una actitud de silencio.
En esta narración, encontramos a un niño, Darío, cuyo padre ha fallecido el día anterior, sentado frente a una ventana, y sin poder, como lectores, detectar si le conmueve o no la muerte del progenitor.

De allí que la narración se desarrollará fundamentalmente frente a un ventanal que proyecta un paisaje un tanto desolador, pero de una belleza de soledad. Es interesante observar que la intimidad del hogar y sus imágenes, conforman un cosmos dentro de nosotros. Los padres de Darío trataban de sacar al joven de la casa y de la ventana y la madre “solía decir a su padre que lo llevara a la ciudad, que las mañanas cobraban un vistoso colorido, que no encontraría jamás en el paisaje, que había mujeres y niños y las calles se llenaban de ruido de bocinas y largos edificios pintados”. Según el narrador, nada del pueblo entusiasmaba al joven Darío y sólo anhelaba retornar a la casa y sentarse en su silla frente al ventanal.

Este concepto de casa, en este cuento es un lugar que no se termina de explorar sin que esto necesariamente tenga que ver con su tamaño físico. Esto sucede, estimados amigos, porque la imaginación hace de cualquier espacio algo imborrable, más aún si se trata de la imaginación de un niño. No olvidemos que la curiosidad infantil enriquece cada pequeño rincón, cada espacio y da vida a aquello que para el adulto puede pasar inadvertido.

Y, en este cuento, Darío incita al lector al deseo de mirar por esa ventana y tratar de descubrir qué oculta aquella y percatarnos que estamos frente a una dimensión maravillosa.

El arte de Mihovilovich está en su prosa que siempre tiende a significar, -se reitera- sin afirmar ni negar, dejando así que la realidad rechazada llegue al final de su descomposición por sí sola. Es un recurso muy bien trabajado porque motiva al lector a una lectura continua para encontrar un desenlace, que generalmente le satisface.

El tema del “eterno retorno” aparece muy bien trabajado en este cuento y así nos informamos que pasan los años, muere la madre, y el niño sigue sentado en su silla frente a la ventana.

La argumentalidad de sus textos se caracteriza por un desarrollo diacrónico y una constatación sincrónica. En esta publicación “El ventanal de la desolación” se condensan rasgos muy propios de este escritor. Así nos encontramos con:

—Cuentos de la memoria de lo vivido. En muchos de ellos aparece un protagonista.
—Cuentos de la memoria de lo aprendido; y
—Cuentos de la historia del presente: se utiliza el aprendizaje de lo propio y ajeno de los dos anteriores.

Esta entidad que Mihovilovich radiografió, lo hace porque ella ha existido, porque él la ha conocido o bien porque autor los confunde con experiencias que recibe del exterior. Mihovilovich entusiasma a su público lector porque la mayor parte de sus cuentos se basan en hechos de la realidad cotidiana. Este cuento nos permite reflexionar acerca de la imaginación creadora de la realidad y muchas veces en situaciones diarias. Mihovilovich a través de una temática sencilla, nos conduce a temas trascendentes como son la muerte y la destrucción. Este cuento es un cuento reflexivo, tanto por parte del protagonista como del lector. En una primera lectura uno se siente atraído por el relato cronológico ordenado, y a medida que avanza la lectura, el lector está a favor de un joven que era comprendido por sus padres, sobre todo cuando él crea su mundo en lo que ve y le transmite ese paisaje, que a su vez es un paisaje de desolación; en consecuencia, no nos sorprende cuando el narrador nos cuenta que el padre de Darío falleció el día anterior y en esos momentos se realizaba el velatorio. Rápidamente se habla del funeral del padre y nuestro escritor vuelve a su protagonista; aquí el tiempo vuela y a través del ventanal transcurre el tiempo narrativo y nos enteramos que un día el niño vio una figura a través de la ventana: “Fue en una de aquellas mañanas que Darío tuvo un brusco sobresalto mientras se hallaba en su silla. En un comienzo apenas perceptible, una sombra difusa se acercaba por la pampa cubierta de arbustos y pastizales intercalados. Poco a poco la figura se iba haciendo humana ante sus ojos fijos, y cuando la sombra se detuvo a una veintena de metros, pudo constatar la joven apostura de un hombre que lo observaba sonriendo con las manos metidas en los bolsillos de un viejo pantalón. Un desgastado sombrero de ala doblada en punta ocultaba parte del rostro juvenil, pero su padre de cualquier forma era visible bajo la débil sombra que opacaba sus facciones. Llamó a su madre con voz emocionada y al instante la sombra empezó a alejarse en la distancia como si se fuera diluyendo en el ruido persistente del viento cotidiano. –Era papá – dijo una voz profunda que pareció deslizarse por entre las tablas del piso y uniéndose a la tierra. No fue necesario que su madre preguntase”.

A partir de esta visión del padre, el lector tomaría conciencia de los hechos del relato. Sabemos que la narrativa se caracteriza por relatar una historia y los acontecimientos que suceden en ella se convertirán en pieza fundamental de la misma. Esta cualidad no la poseen todos los seres humanos, pues de lo contrario estaríamos en presencia de un gran número de escritos. En el contenido narrativo de este cuento aparecen los niveles del texto narrativo, a saber, un plano de abstracción mental y virtualidad, que en el orden clásico corresponden a la inventio y el ordo naturalis. Por otro lado, ya en un nivel de realidad efectiva, discursiva, que está más bien ligada a la dispositio y el ordo poeticus, se encuentra la ordenación narrativa concreta, la presentación de los hechos en un orden textual que altera la relación lógico-temporal, antes mencionada. Así aparece en la narración de este cuento, dos aspectos de la narración: la historia y el discurso. Mihovilovich introduce la mediación de la voz y la representación de la narración entre la historia y el relato.

Cuando leemos este cuento, de una y otra forma, necesitamos ubicar el relato y darle relaciones tiempo-espaciales; desde siempre el lector necesita ubicar a los personajes en un determinado espacio y tiempo. Estos elementos técnicos no constituyen requisito para que el lector comprenda el cuento. En este cuento de Mihovilovich el lector entra en un estado, al principio de curiosidad, para después asumir una actitud de inquietud y de angustia frente al actuar de Darío; y finalizar, en un estado de aceptación. Es notable cómo Mihovilovich trabaja a Darío como personaje, puesto que, si en un principio adoptamos un cierto alejamiento como lectores, tratando de comprender esta distancia que existía entre Darío y sus padres. Pero, magistralmente, el narrador que crea Mihovilovich desarrolla la acción tratando de informar a su lector, y no en vano, nos entrega conocimiento de un niño especial, que pierde al padre cuando aquel alcanzaba los 40 años, y una madre que bordeaba la misma edad y que vivirá sólo un tiempo más. Un tiempo especial que permite al lector informarse un poco más de la vida de Darío hasta llegar y acompañarlo en su desenlace.

En el cuento está presente el motivo de la muerte y de la destrucción. Si bien el cuento presenta rasgos de la literatura fantástica, el narrador nos vuelve a cada momento a la realidad. Probablemente Darío padecía de alguna dolencia, pero esto sirve para reafirmar el carácter mágico del cuento. El recuerdo de la infancia es una temática reiterativa en la obra de Mihovilovich y esto es importante porque su uso nos dice que en ella está plasmada la historia, la biografía, la realidad social y la realidad poética.

En este cuento, Mihovilovich juega con la connotación de tiempo y espacio. Ya el título “El ventanal de la desolación” provoca en el lector dos imágenes:

—Una, la de la angustia de la soledad, que se afinca más bien, en el tiempo.
—Por otro lado, un paisaje desolado por el que pasa el perfil de Darío a través del tiempo y del espacio.

Heidegger nos explica que nuestra comprensión del reloj es simplemente de tiempo. Para nosotros no tiene otro significado: es un espacio de tiempo: Darío, que se encuentra sentado en una silla, contempla a través de una ventana, un paisaje propio del desierto, pero que alberga la personalidad de Darío: él se sienta frente a un espacio de tiempo, que a través de una ventana le proporciona un paisaje propio del desierto. La madre de Darío no se atreve a interrumpir al hijo cuando está frente a la ventana. El tiempo se ha incorporado al espacio y el lector entra a formar parte de esta situación, donde se mezcla el tiempo de la naturaleza con el tiempo del personaje. El narrador nos dice que Darío (espacialmente) en su estática contemplación permanece observando un paisaje que:

“…dibuja su insondable soledad bajo un cielo ennegrecido y mudo.” (p. 36, “El ventanal de la desolación”)

Y el lector comprende la actitud de Darío, porque al decir de Heidegger “el tiempo es aquello en lo que se producen acontecimientos” y así como lectores nos informamos que el padre de Darío ha fallecido el día anterior, pero este tiempo cronológico no altera el tiempo espacial de Darío, que sigue frente al ventanal.

El tiempo físico se mide con el “cuánto-tiempo” y el “cuándo, es desde cuándo-hasta cuándo”. Darío no permite que se altere su tiempo –espacio, y las imitaciones del padre o de la madre para encaminarse a otro paisaje, le incomodaban enormemente. Darío sólo atina a regresar a su silla y contemplar el paisaje del desierto a través de su ventanal. El tiempo le permite medir su fluir – presente y, desde una perspectiva externa, el narrador nos identifica espacialmente a Darío y su núcleo familiar.

“El padre de Darío ha muerto ayer a la edad de 40 años. Él tiene quince y su madre bordea los 40. Desde hace diez habitan la vieja casona de madera” (p. 37, “El ventanal de la desolación”).

Y nos encontramos con un Darío que entra en una casa oscura, pero que a través de un gran ventanal compensó la penumbra y el sentido de vacío que le proporcionaba este salón, con un paisaje luminoso brillante, que tenía un carácter mágico para el adolescente. Y encontramos en Darío el concepto del famoso filósofo Heidegger: el ser allí.

Todos sus actos dentro de la narración estarán señalados en el tiempo. Darío, es entonces, un ser-ahí, por las siguientes razones:

– Porque se caracteriza por el hecho de ser-en-el-mundo. Él es puesto por sus padres en este mundo; pero Darío aprende a “manejarse en este mundo” y lo hace a través de un proceso de contemplación, de acuerdo a la terminología de Heidegger. Siguiendo el razonamiento de este filósofo, Darío no está solo; es un ser-con, un ser con otros. Habita una casa con sus padres; una casa que posee un gran ventanal que le permite ver:

“…las enormes piedras alzándose a los extremos de unos grandes ventanales” o “los rayos del Sol que empezaban a escaparse…” (p. 37, “El ventanal de la desolación”)

Entonces, Darío no está solo; está con otros en el modo de ser uno para el otro, de acuerdo a Heidegger.

En este hablar con sus padres, fundamentalmente, y con los elementos que percibe a través del ventanal, se genera un diálogo que el lector capta en toda su intimidad.

En este silencio, Darío fue conformando “un yo soy” en un silencio que pasa a ser “su silencio”, “su ser en el mundo”, de acuerdo al gran Aristóteles. Podemos, entonces entender cómo Darío fue generando desde su infancia, un mundo de soledad.

Las letras que aprendió en el silabario le permiten aislarse de sus compañeros de escuela. Aprendió a recorrer algunos kilómetros, absolutamente solo y conformando un mundo de indiferencia a su alrededor. Darío, ha conformado su ser-ahí, frente a una ventana, que le entrega un paisaje desolado y donde él se encuentra consigo mismo.

Heidegger nos está demostrando que no podemos eludir la perplejidad del ser humano; el lector se sorprende de este niño que frente al féretro de su padre, no manifiesta algún dejo de tristeza, sólo le molesta una mosca que intenta posarse en el mentón del cadáver de su progenitor. Nuestro “ser-ahí” nunca puede ser el del otro y Darío resulta así un personaje comprensible para el lector, e incluso, atractivo y que produce conmiseración. De regreso del velatorio, Darío entrega una sonrisa de gran dulzura hacia su madre, y hasta este gesto, para que nosotros los lectores comprendamos este “ser-ahí” del que nos habla Heidegger.

En este cuento, tanto la madre como el hijo han creado un mundo irreal. Darío, asume una actitud similar el personaje de María Luisa Bombal, en el cuento de “El árbol”. Así leemos, que Darío en una mañana de contemplación, según el narrador:

“En un comienzo apenas perceptible, una sombra difusa se acercaba por la pampa cubierta de arbustos y pastizales intercalados. Poco a poco la figura se iba haciendo humana ante sus ojos fijos, y cuando la sombra se detuvo a una veintena de metros, pudo constatar la joven apostura de un hombre que lo observaba sonriendo con las manos metidas en los bolsillos de un viejo pantalón. Un desgastado sombrero de ala doblada en punta ocultaba parte del rostro”

Mihovilovich desde hace varios años, recibe el elogio de los críticos literarios, y todos coinciden que el tratamiento que hace de sus escritos literarios constituye una manifestación de arte. El lector, en general, sin conocer la concepción platónica de la belleza, intuye lo que se llama “armonía” en un texto literario. En este cuento, el lector identifica la belleza con el bien y con la bondad, todo a través del actuar de Darío. La armonía que le proporcionaba el ventanal a este niño, nos aporta aquello que se conoce como principio platónico, que identifica la belleza con el bien. Es un ventanal que, no sólo a Darío, sobrecoge; lo mismo sucede con sus padres y con los lectores. A través de la tradición crítica este principio ha servido para destacar la armonía entre las distintas dimensiones de la vida humana. Desde el momento que Darío se sienta frente al ventanal, el lector lo seguirá en su fantasía y espera pacientemente, una aparición en éste; el lector acepta que la imaginación del joven Darío lo arrastra y espera impacientemente que suceda “algo” en este ventanal; debemos aceptar aquel principio platónico que identifica la belleza con la bondad; Darío es un niño bueno, sólo es diferente a los niños. Sus padres comprenden al niño Darío y el transcurrir del tiempo en Darío, es el de un niño que vive en un mundo creado por él mismo, pero que le servía de refugio porque era un mundo de belleza y paz. Mihovilovich en este cuento no sólo imita lo visible, sino que se remonta a las razones eternas de lo que procede la naturaleza.

En este cuento, Mihovilovich, a través de este cuento y en su obra en general, nos muestra que la literatura es una forma privilegiada de conocimiento. Así, el autor, en la mayor parte de sus cuentos, nos dice que la literatura y el arte en general consiste en un simple juego armonioso de las facultades humanas: vemos a un padre y una madre que aceptaban la actitud del hijo y su contemplación a través del gran ventanal. A través de este sencillo rasgo, se refleja la verdad de nuestro autor porque se expresa en forma espontánea y con autenticidad y, por qué no decir, que él puede descubrir su coherencia interna e inteligibilidad externa. No debemos olvidar que el genio poético descubre la esencia íntima de las cosas. Además, en este cuento, encontramos a un niño que goza mirando ese ventanal y, a su vez, transmite este deleite a nuestro espíritu, simplemente basándose en la mera contemplación.

Es notable, cómo en un cuento de apariencia simple, encontramos cómo la literatura, como una forma específica del arte, descubre la individualidad de las cosas y del escritor y cómo éstas impresionan nuestros sentidos y conciencia. En otras palabras, Mihovilovich crea un estado del alma, que lo comprendemos porque, a medida que leemos el cuento, observamos nuestro interior.

Este cuento nos permite a través de Darío, su protagonista, conocer la emoción que entrega al autor y que lo hace escritor; observamos que Mihovilovich está embargado por una emoción y que lo motiva a transformarse en poeta. A través de Darío, el lector puede inferir que Mihovilovich se va haciendo y va creando su propia expresión.

En literatura, los textos literarios pueden ubicarse en tres teorías:

—Teoría de la empatía: aquí se estima que los sentimientos del poeta se transfieren al texto; esto produce una gran satisfacción, ya sea en el autor como en el lector.
—Teoría de la contemplación: se refiere al placer que experimentamos frente a una experiencia poética y ese placer no se deriva de nosotros mismos, sino que del poema o el texto literario.
—Teoría de la euforia: aquí predomina la resonancia afectiva del texto y se rechaza el componente intelectual de aquel.

Es pertinente señalar que la literatura puede ser considerada como un vehículo privilegiado de autoexpresión personal. ¿Qué quiero decir con esto? Que Mihovilovich, a través de sus obras literarias, no sólo dice “cosas”, sino que “se dice” a sí mismo; y entonces no nos debe extrañar que la narración de una historia o la descripción de un mundo, puedan constituir en muchos casos, el propio retrato.

En este cuento, podemos decir que existe un punto de encuentro entre el escritor y el lector. En forma sabia nos entroniza en el espacio de Darío y en una lectura entusiasmada deseamos saber qué hay detrás de ese ventanal que ha cautivado a Darío.

Si leemos con detención, los padres de Darío actúan con cierta permisividad en lo relativo al desarrollo del adolescente. Pero ésta no es casual, sino que el concepto de tiempo envuelve a los tres personajes; de allí que el lector no debe sorprenderse cuando Darío toma una silla y se sienta frente al ventanal; a medida que transcurre el tiempo los padres permiten esta actitud del joven; de allí que el joven utiliza plácidamente este lugar.

Observando en forma global esta narración, vemos que espacio y tiempo constituyen las dos coordenadas de la acción narrativa, fenómeno que aparece desde las más antiguas poéticas y que va tomando diversas formas en el estudio de la narrativa.

“La figura de Darío se recortaba delante de los amplios ventanales del living. Sus contornos se delineaban fijamente sobre un paisaje desolado que cansado brillaba en la distancia. Sus hombros parecían tener un peso de siglos y sus largos brazos pendían sin vida como si de pronto se hubieran paralizado.” (p. 3, “El ventanal de la desolación”)

En este cuento el tiempo se incorpora al espacio y el lector entra a formar parte de esta situación, donde se mezcla el tiempo de la naturaleza con el tiempo del personaje.

De acuerdo a los principios teóricos de Heidegger, Darío fue conformando su “yo soy” en su silencio, “su ser en el mundo”, refiriendo el pensamiento aristotélico.

Las letras que aprendió en el silabario le permiten aislarse de sus compañeros. En la lectura observamos cómo aprendió a recorrer algunos kilómetros, absolutamente solo y fue generando un mundo de indiferencia a su alrededor. Darío ha conformado su “ser ahí” frente a una ventana que le proporcionaba un paisaje desolado. Él se encuentra consigo mismo.

Heidegger nos demuestra que no podemos eludir la perplejidad del ser humano; así el lector se sorprende de este niño que frente al féretro de su padre no manifiesta algún dejo de tristeza, sólo le molesta una mosca que intenta posarse en el mentón del cadáver de su progenitor…nuestros “ser ahí” nunca puede ser el del otro y Darío resulta así un personaje comprensible para el lector e incluso atractivo, que produce conmiseración. De regreso al velatorio, Darío entrega una sonrisa de gran dulzura hacia su madre, y hasta este gesto para que nosotros, los lectores, comprendamos su “ser ahí”.

“En un comienzo apenas perceptible, una sombra difusa se acercaba por la pampa cubierta de arbustos y pastizales intercalados. Poco a poco la figura se iba haciendo humana ante sus ojos fijos, y cuando la sombra se detuvo a una veintena de metros, pudo constatar la joven apostura de un hombre que lo observaba sonriendo con las manos metidas en los bolsillos de un viejo pantalón. Un desgastado sombrero de ala doblada en punta ocultaba parte del rostro juvenil, pero su padre de cualquier forma era visible bajo la débil sombra que opacaba sus facciones.” (p. 42, “El ventanal de la desolación”)

Al encontrarse con la figura del padre, es según Heidegger, la ocasión que tiene “el ser ahí” encontrarse con su propia muerte. Lo interesante de esto es que nos anuncia algo que se aproxima con certeza, pero, a la vez, es una certeza generada por una indeterminación obsoleta.

Al factor espacio del “ser ahí” en el caso de Darío, se suma el factor tiempo.

“Darío pareció́ ser detenido en su lógica evolución y sólo constataba el paso de los años por el blanco cabello de su madre y porque los árboles plantados con su padre alcanzaban la altura del techo de la casa.”

Y cuando hablamos del factor tiempo, incluimos tácitamente el factor muerte. El ser-ahí sabe que se encamina a una posibilidad extrema, que se anuncia certeramente, pero, a la vez, es plena de indeterminación. Darío se percata que, después de la desaparición de su padre, los acontecimientos se sucederán e incluso:

“…que no se detendrían jamás, y que sólo le restaba asimilarlos hasta que alguna vez lograría entender realmente el significado de sus largas contemplaciones.” (p. 42, “El ventanal de la desolación”)

Según Heidegger el factor tiempo permite al individuo, en nuestro caso Darío, el retorno a lo cotidiano.

“Darío se ha sentado, finalmente, frente a su ventana, y se sienta a esperar, hasta que “una mañana surgió en la lejanía una figura” (p. 45, “El ventanal de la desolación”)

El joven protagonista no se percata que e tiempo no muestra el presente, ni el futuro. Simplemente determina el “cuanto”. Esto se traduce en la narración en el “cuánto” debe esperar Darío para volver a ver a su padre, a través del ventanal. En esta narración observamos a un joven vinculado al tiempo de la naturaleza. Su “ahora” es la medida del pasado y futuro. El tiempo en Darío es su presente: el joven que mira a través de un ventanal y ve a un hombre que se acerca y se detiene frente a él. Hay un pasado irreversible: un padre y una madre, fallecidos, a quienes espera ver cada día a través de este ventanal. Y hay también, un futuro indeterminado. Como lectores, no sabemos qué verá Darío a través del ventanal. Nuestra expectativa es que el joven Darío, verá nuevamente a sus padres, venir por el desierto.

El lector se ha cuestionado, después de leer este cuento, sobre qué es el tiempo y la medición del tiempo la observamos a través de diversas escenas:

—Un matrimonio con un hijo
—Un hijo que encierra y circunscribe su mundo
—Una familia que comienza su desintegro con el fallecimiento del padre a los 45 años y que culmina con la muerte de la madre, al poco tiempo.
—Nuevamente, un joven que anhela ver a sus padres a través del ventanal, a fin de responderse una pregunta: “quién es el tiempo”
—Finalmente, un joven que observa su figura a través del ventanal y resuelve la pregunta: “¿Somos nosotros mismos, el tiempo?”

 

 

 

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Cuentos: Editorial Entre Páginas, 3era edición, 188 págs., 2019.
Por Mabel Arratia