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Juan Mihovilovich:
«La verdadera literatura siempre nace desde la más profunda sensibilidad del escritor»
Por Lector
Publicado en https://www.lector.cl/ 3 de noviembre de 2020
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Gracias a la tecnología pudimos conversar con el abogado, juez y sobre todo escritor Juan Mihovilovich donde nos contó sus apreciaciones acerca de si nosotros, los chilenos, leemos más. Nos comentó también sobre su último libro llamado Útero, el arte de la novela y de lo que más le gusta a la hora de escribir.
—Abogado de profesión, pero escritor de vocación, ¿cómo unes esas dos ideas en tu vida?
—Partamos de la idea de que asumí mi condición de escritor desde niño. Escribía poesías y cuentos en mi adolescencia y más tarde desarrollé mi carrera de Derecho y la profesión de abogado. Así, es fácil deducir que soy un escritor antes que abogado y luego juez. No son ideas contradictorias, sino complementarias. La labor judicial nutre parte significativa de mi prosa, sin perjuicio de que antes ya venía encaminado hacia ella: trabajé intensamente en el ámbito de los Derechos Humanos desde el año 1982 en Punta Arenas y más tarde en la ciudad de Linares vinculado directamente con el Obispo de la época, don Carlos Camus Larenas; después fui Seremi de Justicia, Jefe Nacional de Readaptación en Gendarmería y Juez desde 1995. En suma, he desarrollado una función pública ininterrumpida que se engarza perfectamente con mi vocación primera y última: la de escritor.
—¿Qué te gusta más a la hora de escribir?
—Un ambiente de silencio, de soledad lo más absoluta posible. Cuando entro en fase de creación literaria me concentro de tal modo que todo a mi alrededor desaparece como por encanto. Y eso puede ocurrir en los momentos menos pensados. No suelo ser un escritor de trabajo material diario, sino más bien de «rachas», de períodos en que se confabulan mis largos momentos de observación, interior y exterior, buscando la nota exacta que me permita desarrollar lo que se ha ido fraguando en mi subconsciente. Llegado ese instante, decantado, ingreso a mi espacio creativo como si solo existiera al frente el ordenador. Allí, entonces, plasmo lo que viene fraguándose en mi interioridad por meses, o años, incluso. El trabajo posterior delimita, depura y concluye esos períodos de incubación que no tienen medida exacta; sencillamente ocurren. Mi novela El contagio de la locura refleja fielmente esta postura: la «pensé» por casi una década y la materialicé en apenas tres semanas, sin perjuicio de corregirla por largos meses.
—En Chile, ¿se lee más?
—Desgraciadamente creo que se lee menos, y hago una digresión. Es cierto que la tecnología ha ayudado en gran medida a simplificar el lenguaje y que las personas se interconectan de un modo instantáneo desde cualquier lugar del mundo. No estamos al margen de ello. Por el contrario. La sociedad chilena ha alcanzado un nivel de «banalización» del lenguaje que resulta alarmante. Las comunicaciones se limitan a unos pocos monosílabos y abreviaturas que han constreñido el habla a límites insospechados desde hace un par de décadas. Luego la necesidad de lectura profunda, entiéndanse los clásicos, o incluso literatura moderna reflexiva, ha sido relegada. Los colegios no incorporan en sus mallas curriculares textos que sean de relativa hondura intelectual o humana y terminan leyéndose libros abreviados, tipo «resumen». Los jóvenes, en general, han sido parte de un sistema que posterga lo esencial del conocimiento humano —y en esto la literatura juega un rol fundamental— a simples síntesis o simplismos orientados a poseer información fugaz que, retroalimentada por vastos sistemas de publicidad restringen de manera atroz los contenidos y se transforman en un formalismo vacuo, repleto de generalidades. Pero confío en que los períodos de crisis den paso a un cambio de los actuales paradigmas. Espero que los estigmas de este asfixiante modelo neoliberal vayan siendo superados por una necesidad de vernos reflejados en los demás como partes de nuestra propia esencialidad humana. Siento que ello puede ocurrir. Que puedan aumentarse las posibilidades de ir consolidando nuevas formas de escrituras y lecturas que permitan ir descifrando lo que subyace bajo la égida de la dominación mental en que estamos enfrascados. Esto debería permitir un «redescubrimiento» de la buena literatura, que ilustre de mejor manera la necesidad de ser realmente participes de nuestro destino como lectores conscientes del mundo que nos rodea.
—¿Cómo ha sido vivir la pandemia en Puerto Cisnes, Región de Aysén?
—En cierta forma ha sido un privilegio (hasta hoy) dadas las condicionantes del contagio en el resto del país. Hemos asumido el teletrabajo hace ya seis meses y las actividades presenciales dejaron de ser indispensables. Desde el hogar realizamos las audiencias judiciales y las personas que acceden a ellas desde lugares apartados lo hacen vía remota, o bien, en Retenes o Tenencias de Carabineros que nos colaboran con las lógicas medidas de resguardo. Sin embargo, el estrés laboral ha sido fuerte por el encierro y las escasas o nulas posibilidades de interactuar cercanamente. El no tener aun contagios en el pueblo de Cisnes permite caminar por la Costanera cuando la lluvia amaina. Esta es una zona muy lluviosa y son pocos los días de sol, así que procuramos disfrutarlos en la medida de lo posible. En ese contexto lo literario tiene un espacio después de mis funciones judiciales, por las noches y fines de semana. En todo caso el pueblo no está exento de riesgos, como es natural. Existen rigurosas barreras sanitarias que controlan la entrada y salida de vehículos y personas. Hasta hoy han dado resultados.
—Cuéntanos sobre tu reciente libro llamado Útero
—Se trata de una novela que pretende descender hacia los orígenes del «ser» humano. El protagonista, desde su madurez avanzada, se interroga sobre su vida, la de sus familiares más cercanos, y a partir de la muerte de sus padres dialoga con su pasado desde un presente intercalado por sus dudas existenciales, su dolor y evocaciones infantiles. Hay un trayecto que resulta un salto atemporal y que preanuncia el reencuentro con el misterio de existir. Es un libro duro, sin concesiones, y que desnuda el alma de quienes constituyeron y constituyen su personal universo. Entre líneas, sin embargo, subyace un sentimiento de trascendencia metafísica. Eso lo hace permanecer vivo y atento a su circunstancia. Mi esposa dice que «es un muy buen libro para quien se atreva a mirarse a sí mismo…»
—¿Cómo fue el proceso creativo de tu último libro?
—Se originó, aparentemente, por un hecho doméstico: una discusión familiar y ello motivó la creación de un personaje que cuestionara, no solo su razón de ser y estar en el mundo, sino la de quienes lo rodeaban y con quienes comparte la existencia. A partir de allí percibí que la novela tendría un marcado sello autobiográfico, pero que iría transformándose paulatinamente en una historia multifacética que iba trasponiendo los estrictos límites personales. Comencé en Puerto Cisnes en diciembre del 2016 y la fui a terminar al barrio Croata (antes Yugoslavo) de Punta Arenas en enero del 2019, sitio donde crecí y me desarrolle en mi primera juventud. Era un ritual imprescindible: sólo allí podría descifrar parte significativa de la trama. Y así fue. Después vino un profundo proceso de corrección
—¿Quién fue el encargado de crear la portada?
— Partió de una fotografía de mi hijo Andrés, que visualiza el Estrecho de Magallanes. Con ese antecedente mi hijo menor, Pablo, la diseñó, teniendo como norte ese universo uterino que está indisolublemente ligado con el protagonista principal. La conformación de ese espacio situado en vertical hace confluir al Estrecho con el origen del mundo y dentro de ese espacio se vislumbran dos imágenes: la de un niño al fondo y un ser más andrógino en su entrada. La idea de trayecto quedó bellamente plasmada.
—¿Cuál es el mensaje que quieres entregar con Útero?
—No hay otro mensaje que no sea el de intentar descubrir lo que somos, lo que el protagonista pretende ser a partir de una realidad que sufre, que desmenuza y que proyecta hacia un destino que está a menudo inscrito en su entorno familiar, en su primera infancia, en su adolescencia y que configura, en suma, una atmósfera de realidad y ensueño.Un poco o mucho, como es la vida misma.
—Si pudieras tener una conversación con un escritor/a ¿con quién te gustaría?
—Con quien siempre deseé conversar fue con Ernesto Sábato, a quien admiré y seguí en mi juventud. De hecho, le escribí y me contestó, pero nunca tomé la decisión de visitarlo. Hoy en día quizás, con Mircea Cartarescu, escritor rumano, o J.M. Coetzee, sudafricano. A ambos los respeto y leo habitualmente.
—¿Qué consejos les puedes dar a los que recién están comenzando a escribir?
—Es difícil aconsejar cuando cada uno sigue sus propios dictados interiores en el proceso de escribir. Pero, en todo caso, creo que ser honestos consigo mismos y nunca traicionar su conciencia al momento de crear. Sentirse libres por dentro, no transar con las modas ni con los efectos pasajeros. Y, naturalmente, leer, leer mucho y bien. La verdadera literatura siempre nace desde la más profunda sensibilidad del escritor, pero también de la recreación que uno hace siempre de las lecturas. Cuando se lee también se escribe un nuevo libro.
—¿Qué se viene para el futuro?
—Ah, bueno, siempre estoy escribiendo, así no lo traduzca de inmediato en el papel. Trabajo hace un par de años en un libro de cuentos que ya está bien avanzado y en paralelo una nueva novela hace unos meses, que aún no sé a dónde me conducirá. Es recién un proyecto embrionario. Y dará –parece– para un buen tiempo. Nunca se sabe.
Foto: Sanna Jaaskelainen