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Juan Mihovilovich Hernández, un escritor adictivo

Por Jaime González Colville
Academia Chilena de la Historia
EL HERALDO, LINARES 6 de Julio del 2017



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Mi base de datos me arroja quince libros publicados por Juan Mihovilovich Hernández entre 1983 y la actualidad. El primero de ellos es “La Ultima Condena” editados por Pehuén Ediciones en 1983, hace 34 años y cuando el entonces joven abogado tenía 32 años. El último, en mi escritorio, abierto y marcado, es “Espejismos con Stanley Kubrick, relatos novelescos”. Desde esa fecha, el fino y afilado escalpelo de Mihovilovich – una pluma acerada y auscultatoria si vale la expresión – ha incursionado en los recónditos vericuetos del quehacer humano. Tarea no fácil, agobiante, nada remunerativa desde el punto de vista literario, tal vez incomprendida por los críticos, pero que adelanta y abre en las letras nacionales, un campo que, con algún mérito, exploraron Juan Emar, a lo mejor Manuel Rojas y, sin dudas un José Donoso.

Mihovilovich, pensador, filósofo de la profunda ecuación de nuestra mente, evaluador poderoso del espíritu, intérprete de deseos y anhelos, ha ido avanzando en esta senda con fortaleza admirable.

Hemos seguido su trayectoria, leído sus libros y analizado la crítica mezquina y veces iletrada que ha pretendido interpretar su creación.

Sólo los títulos de la extensa obra de Mihovilovich es una empresa digna de una tesis: los leo al azar, “El Contagio de la Locura”, “Restos Mortales”, “El Ventanal de la desolación”, etc., son finos escálpelos para explorar el interior del hombre y de su propio yo a través de una prosa –se lo dije a él– casi adictiva en su lectura. Pueden ser cuentos, pero ellos van unidos por una arteria comunicante que los hace integrales y referencialmente autobiográficos. Labor creativa ardua, reflexión poderosa, vida presencial plena, dura y suave a la vez para acaparar las múltiples vivencias del autor, que a veces, nos parece, lo realiza a través del lector, incorporándolo a su entorno.

De lo que si no se ha despegado Mihovilovich es del mundo rural y provinciano que lo vio crecer. Sigue fiel en grandes y pequeños detalles a esa impronta que todos los de su origen llevamos dentro. Dicen que los “nacionalizados” (de ascendencia francesa como Mariano Latorre Court, de croatas como el autor que comentamos y mi propio caso de madre inglesa) extrañamente aman más la tierra en que les tocó en suerte nacer y crecer. Juan no escapa a ese mandato telúrico. Tras su prosa subyace esa esencia hacia lo vernáculo, la nostalgia de lo vivido – uno de sus cuentos de Espejismos es magistral en este aspecto – y la fuerza del entorno físico.

El autor a veces se impone largos silencios literarios. Indudablemente de meditación y conformación de mundos, porque Mihovilovich es un narrador de universos humanos íntimos, inquietantes, de fabulas que van de lo menor a lo mayor: no olvidar una de sus narraciones de “El Contagio de la Locura”, donde un juez condena a un colibrí, pero en ese acto casi digno de Esopo, bulle la semilla del reproche a la injusticia.

En sus libros, el autor intenta un desesperado rescate de la humanidad, lo trata en “Espejismos”, lo hace vívido en “El Ventanal de la Desolación”.

No es un autor para leer, es para ser reflexionado y analizado. Ni siquiera comentado con otras personas. Es como un sorbo de vino: difícilmente se puede traspasar la sensación.

Una noche de hace muchos años -tal vez cuarenta- al Grupo Ancoa, llegó el poeta y Juez de Licantén, Don Augusto Santelices con su libro “Un Hijo es Como un Río”. Estaban los Olmos, Manuel Francisco Mesa Seco, Carlos René Correa, todos ya habitantes de la otra vida. Correa presentó la obra de Santelices. Inició sus palabras diciendo que desconfiaba de los jueces que eran poetas y de los poetas que eran jueces. Mesa Seco, abogado, dio un respingo. 

Recientemente -y, tal vez, con algo de tardanza– Juan Mihovilovich ha sido designado Miembro de la Academia Chilena de la Lengua. Le conté que no eran pocos los abogados y magistrados que llegaron a ese sitial en más de un siglo de vida. Honor merecido para un narrador excepcional, sencillo, de poderosa vocación de escritor, de intensa vida intelectual y de mente ágil y perceptiva. Sin duda uno de los mejores de Chile y del Maule, tierra donde tiene raíces y recuerdos.

Con Juan Mihovilovich nos hemos encontrado de año en año: una mañana –camino yo a Santiago a la Biblioteca Nacional– nos vimos en un restaurante del camino. Hace casi 25 años, almorzamos en las Brisas de Loncomilla, en un mediodía claro, junto al río de ese nombre, con el recién electo Alcalde de Villa Alegre Manuel Rodríguez Arellano ya marcado por el signo de la muerte que se lo llevó meses más tarde. Estaban mis hermanos y recordamos con similar afecto al Profesor Rene Ariste.

Juan Mihovilovich Hernández es abogado y Juez. Hoy está radicado en el Tribunal de Puerto Cisnes, al fin de Chile. A través del milagro del correo electrónico conversamos en estas frías noches de invierno. Ambos oímos caer la lluvia y soplar el viento. Hace días me habló de cómo una intensa nevada cubría la localidad, mientras en Villa Alegre el viento aullaba en los bosques del rincón campesino donde vivo.

Como dice en “Espejismos…”: “Bajo atiborradas nubes oscuras una bandada de bandurrias vuela hacia el norte”. Aquí, oigo el graznido de los tréguiles y el ladrido de los perros.

Sobre mi escritorio, están abiertos los “Espejismos”. 



 

 

 

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