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        Solenoide de Mircea Cartarescu
            Novela: 794 páginas. 
Editorial Impedimenta. 2017
        Por Juan Mihovilovich 
        
        
          
        
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Estamos en  presencia de una de esas obras monumentales -y no precisamente por su cantidad  de páginas-  que marcan, indefectiblemente,  el camino de la literatura, del lugar donde la realidad-ficción se origina  (Bucarest, Rumania) y desde el que se proyecta hacia un mundo caótico: nuestro  planeta, sin ninguna necesidad de salir del reducido espacio de la ciudad  agobiada y entristecida.
         Pero no se trata  únicamente de una narración que a ratos resulta delirante, abrumadora, asfixiante,  sino que va dando pautas de reconocimiento del universo que habitamos, el  propio y personal de Cartarescu -o del personaje que asume-  y de los variados protagonistas que lo rodean,  con los cuales estructura  una historia multifacética, que incursiona por los  cambiantes recovecos de la materia física, la visible y la invisible, la real y  la supuesta, la macabra y la maravillosa. Y que a partir de esas constataciones  y elaboraciones intenta redescubrir el sentido profundo de aquello que no  vemos, que se edifica bajo cánones inexplorados, ocultos, secretos, diabólicos  incluso, que puede ir desde un demiurgo hasta un ejército de ángeles bondadosos,  supuestos o verdaderos, que construyen y destruyen a un mismo tiempo y de  manera instantánea la vida física.
una historia multifacética, que incursiona por los  cambiantes recovecos de la materia física, la visible y la invisible, la real y  la supuesta, la macabra y la maravillosa. Y que a partir de esas constataciones  y elaboraciones intenta redescubrir el sentido profundo de aquello que no  vemos, que se edifica bajo cánones inexplorados, ocultos, secretos, diabólicos  incluso, que puede ir desde un demiurgo hasta un ejército de ángeles bondadosos,  supuestos o verdaderos, que construyen y destruyen a un mismo tiempo y de  manera instantánea la vida física.
         Desde la  estructura microscópica y abismante de los ácaros, sarcoptos, arácnidos y sus  derivados, con sus ejércitos delineados tal cual la epopeya humana, con sus  miserias desgarradoras, sus sanguijuelas infinitesimales y la permanente  actitud devoradora de unos y de otros, hasta el paradigma de una humanidad  desgastada que se engarza de manera magistral con la domesticidad de la  profesión mundana del narrador (es profesor de una escuela de segunda en  Bucarest), con su entorno de docentes corroídos y manipulados por un sistema de  presión asfixiante que deforma el sentido de la educación y de la proyección de  la vida social de los rumanos, Carteruscu ha erigido un monumento a la  insensatez de los tiempos modernos, de la desidia y la ramplonería por hundirse  ex profeso, en las mediocridades ambientales y, en contra de todo aquello que  detesta y que rechaza, continuar con la soterrada lucha por “entender” el  espacio y el tiempo, desde y hacia la literatura profunda que lo habita por  completo, y desde donde repudia al literato común y banal.
         Situado en  Bucarest durante la época comunista, el personaje central choca a cada  instante, no sólo con esa atmosfera asfixiante del controlador sistema  Orwelliano, sino, además, con su acuciante necesidad de asumir su condición de  no-escritor.  Esta paradoja cruza toda la  historia del poeta-profesor.  Su obsesión  por escribir a diario, a contracorriente,  y consignar todo lo que ocurre en su interior e  inserto en una realidad que nunca le parece tal, sino apenas la configuración  onírica de una mente individual y colectiva, conforman una suerte de  confrontación frustrante con la apremiante urgencia de “descubrir por qué”,  como individuo y ser humano, ocupa un lugar en el espacio, porque vive y muere  a cada momento, por qué el sufrimiento humano es un cadalso perpetuo donde la  agonía y el éxtasis se dan la mano y se la muerden al unísono.
         Pero no sólo se trata de ser sujeto  de la historia, que al fin de cuentas le resulta casi irrelevante, sino porque  su angustia metafísica está presente de modo permanente y total en toda la  novela: desde su nacimiento no querido hasta su adultez más desarraigada.
         Sus incursiones  en lecturas ocultas, de autores casi desconocidos y relevantes cercanos al mito  y al culto, sus habituales referencias a los grandes de la literatura del siglo  XX como Kafka, Borges, Poe, Lewis Carroll, etc., conforman una personalidad  ávida de saber quién es,  porqué está  vivo, cuál es su derrotero particular y de qué modo la especie humana tiene un  rol que cumplir sobre este mundo y cuál ha de ser ese papel que lo diferencia,  en apariencia, de las demás especies vivas y de una naturaleza que nunca le  parece inerte.
         ¿Y qué es o de  que se trata “un solenoide”?
         El protagonista  adquiere una casa antigua con forma de barco y que se sustenta sobre un  solenoide, que no es otra cosa que un generador de campos electromagnéticos que  modifica o altera las propiedades del espacio, tanto explicita como  implícitamente, y cuyo funcionamiento obedece al campo gravitacional que una  bobina ejerce a su alrededor.  Solo que a  partir de este instrumento tecnológico extraño, desconocido y temible (se reproduce  en otras cinco edificaciones bajo la estructura de la ciudad de Bucarest) se  alteran y modifican también ciertas y determinadas conductas humanas, se accede  a procesos de levitación o acciones paranormales o denominadas milagrosas  cuando el conocimiento humano es incapaz de comprender la injerencia de otras  dimensiones, como la cuarta, en este caso.
         Desde allí y  pasando por datos autobiográficos permanentes, la obra va y viene en una  especie de flashback muy bien pensados, que parecieran desordenados, pero que  obedecen a un proceso anárquico coherente y desde donde el y los demás actores  de las historias entrecruzadas deambulan con un sentido de búsqueda, pero de  una búsqueda que les otorga el narrador a partir de su accionar empírico, de su  inquietud individual, y cuyos personajes secundarios se yerguen también como  eslabones colocados a propósito por un pre-determinismo velado al que se accede  gradual y sostenidamente.
         Sus relaciones  con los padres, la muerte de su gemelo al poco tiempo de nacer, sus vínculos con  los escasos amigos de la infancia, su rechazo a la educación formal, su  aislamiento, su congénita timidez, su internación en un sanatorio para niños  tuberculosos alrededor de los diez años, su casamiento y separación temprana,  sus incursiones obsesivas por el entretejido secreto de la existencia, sus  sueños y pesadillas, las visitas de seres fantasmales, los manuscritos que  surgen como señuelos, sus relaciones amorosas circunstanciales, van estableciendo  una personalidad que solo desea salir del mundo, de huir de él para encontrarle  sentido al proceso del nacimiento, desarrollo y muerte de todo lo viviente.  Esa huida no es otra cosa que el acceso a la  idea de un Dios espinoso, furtivo, pero indispensable.
         Enfrentado al  dilema de optar por el nacimiento de un niño o de una obra de arte, deberá  asumir en su experiencia personal qué es lo más valioso para el hombre y la  mujer y para la historia misma de la humanidad y su desarrollo ulterior.
         Una obra  formidable que da para múltiples y variadas interpretaciones, que seguramente  se erigirá como una de las grandes novelas de las últimas décadas, y que dará  pauta para los más sesudos, contradictorios y variados análisis de los  especialistas.
         Sólo resumir que  estamos en presencia de un narrador como pocos, de un manejo idiomático personalísimo,  de un uso de términos inusuales en la novelística reciente que, además, vive y  sufre desde adentro de la novela como parte de un engranaje mágico, terrible,  perverso y maravilloso a la vez.