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Yo mi hermano: una lucidez dolorosa
Por Susana Burotto
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Cuando en un relato se opta por la voz narrativa en segunda persona, sin concesiones ni cambios en el transcurso de la trama, se elige trabajar la historia con un riesgo que suma, al ya habitual desafío de contar, el de enfrentar que esa voz se estrelle continuamente en la conciencia de un lector, que por obra y gracias de este artilugio narrativo, se convierte en un receptor indirecto de esta voz. Naturalmente, la voz airada, conmovida, irónica, nostálgica o aterrorizada, aclara de inmediato quién es su destinatario, pero no por ello deja de ser un acto lector reforzado continuamente por esta doble postura: no le están contando a él, lo dejan de lado, como si el narrador dijera “ no es a ti a quién hablo”, dejándolo en una actitud de observador testigo, sin posibilidad de asistir a nada más que a un solo registro: la visión totalizadora de un personaje, que al tomar la segunda persona, el “tú”, también se dispone a trabajar el registro de la primera voz. Toda narración en segunda persona, al sumar implícitamente una narración personal, elimina por completo cualquier resquicio de objetividad o de intervención objetiva que enmiende rumbos, o los aclara o los desmienta. Tenemos así una novela que construirá todo su andamiaje en la interpelación que sale de una conciencia hacia otra, la del hermano. Porque su voz no tiene sonido y el lector tiene que insertarse en un universo que está lleno de imágenes, pero donde el contacto, la sonoridad, la percepción física de las cosas, sólo están dados por esa conciencia, que la mayor parte de las veces apela a los recuerdos para dirigir la palabra.
En este mundo opresivo tenemos que caminar con cuidado, atentos a todo lo que esa interpelación nos ofrece: ¿una historia? ¿Un desahogo? ¿Un secreto? A veces parece que entraremos a lo primero, otras que estamos en lo segundo o que, a través de lo segundo, iremos a la revelación de un misterio.
“Probablemente lo recuerdes. Probablemente no. Pero estoy aquí para eso. Soy tu conciencia, ¿No es así?, si es que realmente la tienes, aunque suene fuerte. ¿Tienes conciencia en verdad? Lo dudo, aún si dejáramos un margen posible…..”
De esta manera, los recuerdos son el pre texto sobre el cual se articula toda la narración. Al tomar es perspectiva, se elige una opción amplia, pero no por ello menos arriesgada, al tener que conciliar dos personajes en el tiempo presente y llevar esa relación hacia el pasado. Pareciera la elección de muchas novelas, sólo que aquí el personaje narrador (un hermano) y el personaje narrado (el otro hermano) tienen que hacerse cargo también de los espacios de ambos tiempos, de su carga de personajes y situando a la familia como el otro eje que articula gran parte de la visión que tiene el narrador.
“.. Te vi y oí desde el útero materno confidenciándole atrocidades a una prima: yo no era hijo de mi madre. No. Mi padre había violado sin compasión a mi hermana y yo era el resultado. ¿Te das cuenta de tu acentuada mezquindad? ¿Cómo podías mentir tan burdamente? Sí y todo, le temes a nuestra madre. Siempre le temiste y en cierta forma la odiaste. Y ello por una razón explicable: tú sí eras el hijo indeseado……”
Es por ello que al otorgar esta visión única, el narrador ofrece una perspectiva que ostenta una deformidad de los hechos, razón por la cual es el lector el que tiene, a su vez, que recibir esta perspectiva y formar su propia lectura, la que así podrá también armar una interpretación propia, según sea esta visión. En este sentido, se internará en el universo donde la lúcida locura del narrador excluirá toda posibilidad de otro mundo que no sea el de la tortura que se estructura desde el presente hacia el pasado, clave desde la cual ordena un universo regido por el engaño, el dominio, la mirada sobreprotectora que sólo destruye, aniquila, y se va convirtiendo en la inmensa opresión que es la vida del narrador, una cárcel donde la única llave la tiene el otro, el hermano a quien va dirigida su palabra.
Pero también existe la otra lectura, que puede pensarse como un universo donde ambos, narrador y hermano, se fusionan en un mismo plano y donde la polaridad poder- fragilidad, recae tanto en uno como en otro. El mismo título, sin pausa “Yo mi hermano”, sugiere esta ambigüedad.
En esta dualidad narrativa, es posible que la voz apelativa del narrador tenga asociaciones con un tipo de narrativa que tuvo sus lineamientos más acotados en la llamada literatura epistolar, pero en su modalidad más severa y dramática, donde sólo tenemos la carta del emisor a su destinatario, pero donde nunca obtenemos la respuesta objetiva del otro. Si eso sucede, está también la posibilidad que tal respuesta esté contenida en los comentarios posteriores del narrador original. Algo de esa condición epistolar está presente aquí, en las reflexiones que el narrador muestra. … “Crees que todos los demás, que todos los demás, están pendientes de ti, de tus bruscos cambios de ánimo, de tus extravagantes pensamientos, de tus supuestas y medidas nostalgias. ¡ Payaso¡ ¡ Eres un payaso¡. ¿ Lo sabías?. Sí que lo sabes, lo has sabido siempre…..”
En este orden de ideas, pienso en las Cartas a mi padre, donde Kafka presenta un panorama desolador, en que la figura dominante del padre como núcleo familiar, excluye toda posibilidad de un verdadero vínculo con el hijo y donde la voz del narrador- emisor sólo concibe el mundo a partir de lo que significó su infancia, esa fuente primera de donde todo emana. En este plano, las “Cartas…” tienen otra posibilidad, la de la respuesta paterna, ideada por Kafka como contrapartida. En “Yo….” no existe tal contrapunto y tenemos que quedarnos sólo con la voz de ida, donde esa infancia, esa primera entrada al mundo, queda congelada para siempre en la relación establecida con el hermano.
En el caso de Yo mi hermano, el ámbito de la infancia se liga también con otra poderosa estructura, la de los espacios, que en esta obra tiene que ver con el sur extremo. Hielo, frío, nieve, lluvia, humedad, lobreguez, pero también luminosidad, diafanidad, paisajes de una belleza que llega a ser irreal, donde se forma un universo tan singular como intenso. La narración vuelve siempre a ellos, no importando que los datos aportados por el narrador nos hablen de otros espacios y que esos lugares tengan que ver con la inevitable trayectoria de cambios familiares a otras realidades. De alguna manera ese sur permanecerá siempre allí, como testigo y como actor, en tanto es el escenario de las primeras experiencias entre el yo y el tú, ya impregnadas de esa especial atmósfera de dominio y sumisión, rebeldía y amor, protección y abandono.
Es así como toda la obra, en sus ires y venires, aparece paulatinamente en el presente adulto de ambos, donde el tono cáustico, desafiante, reprochador, se vuelve cada vez más intenso: “Bien, para eso sirve un electroschok, ¿no es verdad? Para convertirme en un idiota como tú (…….) ¡ Dichosos los celadores de todo el mundo¡ (…) ¡ Que resguarden impasibles la muerte de los ríos, los cielos y los mares¡ ¿ No es ese tu mundo, gusano de alcantarilla? ¿No es el mundo en que me quieres introducir?...
Si el pasado tuvo algún tipo de opresión, no se compara con la totalidad de los espacios de los que se adueña ahora. En este tiempo donde la voz del narrador clama su impotencia de no poder salir hacia la luz, de estar anclado en una inmovilidad que, para los otros, representa la seguridad, el refugio desde donde no podrá dañarse ni dañar, pero donde no encuentra el rumbo para su propia identidad, negada por el otro. … “Siempre tengo la esperanza de que un día cambies. Siempre. Que tengas un repentino intervalo lúcido y valores alguna vez mis emociones. No es posible que vivas condenando a todo el mundo. No es posible que justifiques así la existencia de los celadores.”
La última parte del texto hace la completa fusión de la voz del narrador con la voz del otro. Se deja sentir que son una sola realidad, no perdiendo la condición del reproche (las llaves de la libertad de uno las tiene el otro) pero aceptando que esa discordia eterna los une en un ámbito de vida y escritura.