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Las matrices de esas búsquedas
«Útero» de Juan Mihovilovich.
Zuramerica SA, 197 páginas, 2020.
Por Sergio Infante Reñasco
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Útero (Zuramérica, 2020, 197 páginas) es la novela más reciente de Juan Mihovilovich (1951). Como en otras de sus obras, aquí la historia se nutre con la propia biografía del escritor. En este sentido, conviene subrayar que, a pesar de las enormes coincidencias entre la vida del protagonista y la del autor, aquí también volvemos a encontrarnos más cerca de la autoficción que de lo autobiográfico, la imaginación y lo novelesco se imponen. No obstante, lo que diferencia a Útero de otras novelas de Mihovilovich, por ejemplo, El desencierro (2008) y Grados de referencia, (2011) es, en primer lugar, la sensación de que el ritmo de la excelente prosa que recorre sus páginas produce un efecto hipnótico, como si hubiera algo de ritual chamánico. Poco importa que esta no haya sido la intención del autor, su texto lo trasmite así no solo por ese ritmo sino asimismo por el transitar de sus temas: la constante búsqueda, el ir y venir por la vida y la muerte, el vislumbrar que la existencia terrena está conectada con otra de carácter cósmico. Además del sincero ajuste de cuentas en la conciencia del protagonista, lo que supone un mayor entendimiento de sí mismo y, con ello, un efecto sanador.
El útero es el lugar donde se engendra la vida, desde allí transitamos hacia la muerte. Ahora bien, en la concepción de Juan, el narrador protagonista y alter ego de Mihovilovich, esta matriz tiene importantes correspondencias en otros planos: la ciudad natal, “Ah, qué bien, la vuelta al útero” (147); la literatura: “Me elevaba sin prisa por los estantes de las bibliotecas y subía hacia los cielos incrustados en una de esas motitas de polvo intocables que me aprisionaban como a un útero de juguete” (99); y un posible punto en el Universo donde todo parece instaurarse: “…desde el ínfimo punto de la infinitud que todo lo gobierna se regenerarán los fulgores aprisionados en la materia y un parto de luz eclosionará como un girasol que se enciende en primavera” (195). Así el útero se ve reflejado en otros centros creadores de vida situados más allá de lo carnal y materno.
El protagonista narra desde la perspectiva de quien ya ha atravesado el umbral de la tercera edad y revive los hechos alejándose de un orden causal temporal para dar curso a las asociaciones que le permite la maraña de pulsiones con que enfrenta las páginas, ya sean estas en blanco o por corregir, dentro del útero escriturario donde se va gestando su novela. La principal de esas pulsiones es la búsqueda del sentido de la existencia, quizá una manera de hallar la propia identidad: “…mi imagen de hombre alicaído que se ha quedado a la deriva, como al nacer, como antes de venir al mundo, como antes de viajar por las constelaciones tras su huella vaginal y su útero tibio, envolvente” (31), reflexiona consternado cuando se entera de la muerte de su madre.
No tardará en morir el padre, y el recuerdo de ambas partidas lo llena de sentimientos encontrados: desde el dolor al alivio, desde la implacable ausencia al gran cariño que jamás fue expresado con claridad.
Al evocar y dar los últimos retoques, resucita el tiempo ya ido, con algo de nostalgia y de remordimientos pero sobre todo intentando una búsqueda exhaustiva del sentido en el plano terreno y en otro que da origen a la vida y que trasciende la muerte; señalo que no se trata de la trascendencia cristiana, tan extendida en nuestra cultura. Así, desde Punta Arenas, la tierra más enraizada, Juan reescribe su historia personal y se empina hacia el cosmos para acercarse a la otra matriz originaria, ese punto intuido capaz de generar la pertinaz insistencia del principio y del fin que, más que un círculo, dibujan a dos manos una espiral.
¿Será esa matriz primigenia una mátrix donde se diseña nuestro destino? En Útero no aparece esa palabra pero, al cabo de leer esta magnífica novela, bien se puede discurrir ese designio.