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"Espejismos con Stanley Kubrick”. Relatos novelescos, de Juan Mihovilovich.
Simplemente Editores, 145 págs., 1a edición, 2017, Santiago.

Por Marino Muñoz Agüero



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En algún momento nuestro amigo Juan Mihovilovich, nos contó de "Espejismos con Stanley Kubrick, relatos novelescos", su último libro. Luego lo recibimos y ofreció enviarnos algunos comentarios ya publicados sobre la obra. Le manifestamos que no queríamos dejarnos influenciar con otras opiniones, que de todas formas los enviara para leerlos después de haber terminado el grueso de la reseña que ahora presentamos.

Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) está considerado como uno de los escritores chilenos más importantes de la actualidad, contándonos lo suyo o imaginando tramas (según el prisma de cada lector) despliega todo su potencial narrativo, mediante modernas técnicas de escritura, un acabado manejo del idioma y una depurada construcción psicológica de los personajes. En "Espejismos con Stanley Kubrick, relatos novelescos", lo tenemos de vuelta con su rebeldía y esa coherencia de discurso visible desde sus primigenias creaciones; la búsqueda permanente de distintas verdades y explicaciones en planos diversos de la existencia propia y ajena y con esas pistas y símbolos presentes en cada línea de su escritura.

Decíamos contándonos lo suyo o imaginando tramas, pues los lectores y los críticos tienden a buscar al autor en los personajes, creemos al respecto que debemos ser cautelosos y respetuosos: si los biógrafos nos pueden merecer dudas, con mayor razón los autobiógrafos y, con mayor razón aun, los trabajos introspectivos como el que nos convoca el día de hoy. ¿Podría alguien aseverar que lo que se cuenta a través de un personaje es la vida del autor?

En este libro por primera vez el narrador, a diferencia de otros textos de Mihovilovich, tiene nombre y apellido: Iván Aldrich en primera persona singular y sin interlocutor, es quien trata directamente con el lector por medio de 26 relatos, cada uno con su titulo y que nos proporcionan la información necesaria para deducir cierta sucesión cronológica en ellos, aun cuando pueden ser perfectamente independientes entre sí. Los relatos combinan sueños de este narrador-personaje, con la exposición paralela de su existencia. Al momento de la narración, el protagonista maneja información futura de sueños y situaciones descritas, lo que le permite saltar en el tiempo, anticiparse, adelantar sucesos posteriores, como el hecho de que será escritor.

Nuevamente, si asumimos que Aldrich es Mihovilovich, ¿estamos en condiciones de aseverar lo que éste último sueña? Y aun cuando el mismo Mihovilovich lo confirmara, ¿estamos obligados a creerle?



Aldrich señala en el primer relato que “suele identificarse con una especie de sueño inconcluso”, o que hay nítidas imágenes que le permiten deducir “ser el fragmento de una filmación esencial de Stanley Kubrick”, el reconocido cineasta neoyorquino (nos arriesgamos a pensar que esa filmación es “2001, Odisea en el espacio”). Sueña entonces que está́ en el espacio sideral, y puede elegir nacer o no, (porque “la vida es una ilusión”, como le diría un amigo) e incluso determinar su estirpe y lugar de llegada al mundo, en este caso Punta Arenas y específicamente el Barrio Yugoeslavo (se infiere a partir de las referencias al Estrecho de Magallanes y al Rio de las Minas). Todo ello desde antes que se aloje en un espermatozoide, es decir, existe antes de su propia vida, sabiendo de antemano que arriba a un mundo indeseable. Sólo a través de información indirecta entregada en el séptimo relato intitulado “Pietro Altona”, podemos deducir que Aldrich nació alrededor de 1950.

En “Espejismos...”, aparecen aquellas cosas que no sería de buen gusto compartir con un interlocutor tomando agua mineral, como por ejemplo en la novela “Grados de referencia” (Lom, 2011).

Los críticos (una vez estructurada la presente reseña, leímos los comentarios que nos llegaron) tienden a calificar, a adjetivar y, señalan que los libros (en general) tienen pasajes “duros”, “estremecedores”, que “develan realidades”. Mencionan, por ejemplo, en el caso de “Espejismos…” los pasajes asociados al maltrato animal o el despertar sexual; bueno, eso dicen los críticos. Creemos que nadie que haya nacido o vivido en Magallanes, que hoy en día circule entre los cincuenta y setenta años de edad y practique estándares mínimos de honestidad, podría desconocer o asombrarse, por ejemplo, de aquellas líneas que nos refieren a la caza y muerte de pajaritos indefensos. Eso se hacía, eran juegos violentos y crueles, esa violencia y esa crueldad estaban, por lo demás, institucionalizadas, recordemos el zoológico municipal de Punta Arenas, donde había un cóndor encerrado en una jaula de no más de dos metros de diámetro, un armadillo en deplorables condiciones, unos guanacos cautivos y un par de zorros medio destartalados. La gente, en ocasiones, iba a molestar a los animales, a tirarle piedras al cóndor para que aleteara y abrirle la puerta a los guanacos para que se arrancaran.

El mismo segmento etario aludido, tampoco podría asombrarse con la afición a revistas tipo “Playboy” de lo que también da cuenta Aldrich. Eso fue así, las revistas circulaban de mano en mano, los adolescentes aludidos en el libro y que vivían en el Barrio Yugoeslavo, de tanto leer estas revistas, seguramente eran alumnos aventajados en la asignatura de inglés, pues no existía la edición en español. Se nos presentan además las diferencias de clase, mientras los del Barrio Yugoeslavo tenían acceso al “Playboy”, los del Barrio Sur debíamos conformarnos con los criollos “Can-Can”, “El Pingüino” y más adelante “Cosquillas”, “Nat” o “Viejo verde” (“no nos vengamos a hacer los limpios”, como decimos en la Patagonia y menos a estas alturas del partido).

Esas fueron realidades, más allá de los asombros en materia de las actuales opciones animalistas o perspectivas de género. El autor se atreve a recrearlas, ocupa el mecanismo de los sueños, ¿prácticas condenables? Sí, lo fueron, pero existieron y Aldrich nos enfrenta con ellas cara a cara, nos refriega la nariz en el fango, se trasforma en una odiosa consciencia que nos atormenta desde dentro.

A través de estos sueños-relatos desfilan personajes y situaciones en una correa sin fin: la familia y su psicosis, los compañeros de escuela y los episodios de maltratos y burlas, los primeros amores y los desengaños. Iván Aldrich continúa la búsqueda de respuestas emprendida por esos otros protagonistas-narradores de Mihovilovich de publicaciones precedentes, a los que nos referíamos con anterioridad.

Pensamos que Aldrich siempre ha existido en la obra de Mihovilovich, al igual que en el primer sueño existe antes de nacer. Ese narrador-personaje presente desde los primeros textos, es Aldrich, sólo que recién en “Espejismos...” se identifica, se presenta a los lectores con nombre y apellido y se atreve esta vez a compartir las profundidades de su psiquis, sus constantes dualidades: vida y muerte, placer y dolor y otras, con sus respectivos retornos e iteraciones, sus miedos, sus horrores. Al respecto, una sobresaliente exposición del miedo infantil la encontramos en el relato “Puzle”, que recrea una situación a la que muchos nos vimos enfrentados: en lo personal recuerdo a un tío que siempre me regalaba camisas: “para que te la pongas el año nuevo”, sentenciaba, y yo lo único que quería, era lucir en esa fecha la camiseta de fútbol que me había llevado para la pascua una madrina “buena onda”. O, ese libro recibido a los 13 años de un vecino amigo de mis padres: “para que te lo leas y el próximo domingo lo comentamos”, fue su veredicto (era una edición de lujo de “Crimen y castigo”).

No obstante, lo execrable de cada tramo de su existencia y la presencia permanente de símbolos o personajes asociados a la muerte, prima siempre en Aldrich el deseo de vivir.

El texto en su conjunto deja un vacío entre los catorce años del protagonista (edad hasta la cual se sitúa en la ciudad de Punta Arenas) y el año 1995, poco antes de iniciar su carrera de Juez en el centro del país. Sólo hay referencias indirectas y marginales a los periodos intermedios, nos queda la interrogante: ¿no sueña Aldrich con su juventud, su temprana adultez o con la dictadura que se impuso en Chile?  ¿O Aldrich no existió́ en ese periodo?, ¿O el horror o el temor no le permitieron vivir, sobrevivir o soñar?

“Espejismos...”, son relatos-fragmentos-sueños que intentan aplacar angustias, neutralizar obsesiones, aclarar dudas, creemos que en ellos, el narrador-personaje no encuentra la salida. La luz (tan buscada) lo enceguece en el sueño inicial cuando llega al mundo y en el penúltimo sueño, cuando va tras un gurú brasileño (la ultima de las búsquedas espirituales iniciadas con la lectura juvenil del ahora cuestionado y antes venerado Lobsang Rampa, la Religión, el Movimiento Focolar o la Masonería). ¿Inicio o final?, fue la pregunta en ambos casos de encandilamiento. Tampoco mejoran las cosas en el sueño final, el del encuentro con Kubrick, cuya obra también está plagada de pistas y símbolos; éste desconoce haber realizado la “filmación esencial” gracias a la cual Aldrich, dice tener vida. ¿Qué hacer ahora? ¿Soñar con otro inicio?, ¿Otro ciclo? Estimado amigo Aldrich: “siga participando”, creemos que todavía tiene muchas cuentas que ajustar y queremos saber de ello.

 

NOTA: El presente artículo se basa en la reseña publicada el domingo 20 de agosto de 2017 en el diario “El Magallanes” de Punta Arenas, edición dominical de “La Prensa Austral”.

Punta Arenas, septiembre de 2020



 

 

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