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CERDOS VOLADORES
Autor: Sebastián Cisneros
(Luis Contreras)
Novela. 115 páginas.
Editorial Ñire Negro, 2017
Por Juan Mihovilovich
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Soledad Bertone, Albertino Jara, Elías Aburto constituyen el núcleo central de esta novela. Pero, además, están los padres de Soledad: Giuseppe y Celeste. Y una amiga entrañable: Ana María Jara, personaje relevante desde un ámbito, en apariencia, secundario. Sin perjuicio de ello, subyace también a ras de suelo y desde el aire, Cachafaz, un cerdo agudo e inteligente y cuyo destino resultará, no sólo novedoso y anecdótico, sino trágico para los protagonistas, dentro de una historia que oscila entre un acertado humor negro y pasajes hilarantes que dotan a los personajes de cierto sentido del ridículo, pero un absurdo circunscrito a desentrañar la madeja de las tramas entrecruzadas. En estricto rigor la novela se mueve en una especie de círculos concéntricos, donde el autor muestra con habilidad situaciones que se superponen, que parecieran no tener un hilo conductor claro y que, sin embargo, resultarán afinadas y coherentes.
Elías Aburto es un médico que llega a Puerto Aysén y que tiene una inclinación especial por los cerdos como compañeros de ruta. De hecho, Cachafaz, nombre que de ningún modo es casual, obedece a una suerte de perrito doméstico que cumple las funciones de una mascota aventajada: realiza gestos y actitudes variadas que lo sitúan por sobre la media de cualquier especie del reino animal. La afición de Elías Aburto siendo inusitada es determinante en el desarrollo de la historia.
La novela parte por el final, aunque resulte paradójico. Lo cierto es que Soledad Bertone, una mujer agraciada y ya entrada en años, rememora y sintetiza al mismo tiempo el sentido primigenio y último de la narración. Desde su lugar de reflexión refiere que cuando estaba por tomar la decisión más importante de su vida su vehículo es literalmente chocado por dos cerdos que la llevarán directo al hospital. A partir de este comienzo la disposición arquitectónica de la novela se estructura de un modo atípico: surge luego, no sólo el médico, Elías Aburto, con sus cerdos voladores, que él mismo presenta como un proyecto municipal destinado a ser conocido en un evento de celebración invernal. Además de él, Soledad Bertone, en quien se centra la novela, cobra cada vez mayor preeminencia en su desarrollo. Se trata de una joven de clase media que ha venido con sus padres desde la Argentina y deciden radicarse en Aysén. Giuseppe, el padre, sufre de largos períodos de insomnio, cuyo origen es hereditario. Y como su existencia tiende a caer por una pendiente sin vuelta descubre por azar la existencia de un lugar lluvioso en el sur del mundo, donde la gente tiende dormir con mayor intensidad producto del clima y las condiciones geográficas y ambientales. De ahí el traslado con Celeste, su mujer y la hija en cuestión. Sólo que más tarde la enfermedad del padre, al lapso de los años, retornará. Y ese será, de algún modo, un hecho crucial en la conformación de la personalidad de Soledad. Se irá a estudiar a Temuco por un período de unos años hasta ser llamada por sus padres a retomar la vida familiar. Solo que Soledad ya no es la misma. Ha cruzado el umbral de la sexualidad, se ha enamorado perdidamente de quien la utilizó con aviesos fines personales y con su éxodo al país del norte la deja abandonada a su suerte y sumida en una crisis emocional que durará años. Es cierto que en el intertanto Soledad tendrá una aventura con un joven de la marina, pero será un hecho circunstancial, fogoso y sensual, sin otra perspectiva que el sexo. Hasta que se encuentra con Albertino, el hombre soñado, varonil, tranquilo, de buen vivir, con quien entabla una relación intensa que deriva muy pronto en matrimonio. Y lo que pareciera una vida feliz, como efectivamente lo fue por años, lenta y gradual, se va transformando en una pesada carga para una mujer que siempre ha necesitado de vivencias fuertes o apasionadas y que ha buscado en sus relaciones algo de magia duradera, que no es posible obtener, al menos no por tiempo indefinido. De ahí que su mundo se desestabiliza, sus anhelos particulares y emotivos buscan otros horizontes y, no obstante el amor que le prodiga Albertino, siente que la comodidad de una relación desgastada y monocorde no basta para sentir la vida intensamente.
Coincidente con su deterioro emocional entabla una relación de amistad profunda con Ana, prima hermana de Albertino, quien fuera su testigo de boda y que con un simple beso de saludo removerá algo más que las hormonas en su interior. Con ella construyen un mundo íntimo, exclusivo, que las deja al borde de concretar una relación carnal infructuosa -aunque aquí radica otro señuelo esencial de la novela-, porque un día determinado Ana decide emigrar para que su matrimonio no sucumba producto de una infidelidad descubierta y que la deja bordeando un desenlace nefasto que decide evitar con su sacrificio.
He ahí que el médico que llega a ocupar entonces una cabaña del matrimonio Jara-Bertone tendrá un rol primordial en el presente y futuro de Soledad. Su inusual predisposición por los cerdos lo convierte en un sujeto atípico, pero luego Soledad irá descubriendo en él lo que su espíritu adormecido y su cuerpo físico necesitaban. La conclusión es obvia: serán amantes, solo que entremedio se van dando pasos ocultos que terminarán de un modo absolutamente inesperado. El lector deberá descifrar qué se trae entre manos el autor, porque la existencia de los cerdos que el médico domestica tiene un rol notable desde una periferia engañosa.
El hecho de que Cachafaz sea su mascota no es un dato menor. Allí radica el quid que desenrollará la madeja narrativa. El que los cerdos vuelen premunidos de un arnés y globos inflados con helio tampoco es baladí. Las peripecias que ellos sufrirán son de antología. En el momento en que Cachafaz cae en un recinto militar producto de un vuelo malogrado, se percibe por éste que existen animales enclaustrados y que son utilizados y adiestrados con fines perversos, como “kamikazes” animales que cumplirán eventuales labores guerreras. En estos episodios, que son resueltamente jocosos, está implícita una desmitificación de la decadente sociedad moderna. Cuando Cachafaz ejerce el liderazgo y los demás animales del recinto militar lo siguen, se establece una alegoría digna de Orwell en La Granja de los animales. Y la analogía con sucesos recientes en la vida socio política de la región de Aysén son también sugerentes, aunque dichos alcances están al servicio de las temáticas centrales de la novela.
La idea que prevalece a través de Soledad Bertone es una clara manifestación de superar su condición de mujer relegada a la monotonía existencial. Su búsqueda e insatisfacción de vida no obedecen a una actitud preconcebida ni tendiente a dañar a los demás en específico, ni siquiera a su marido Albertino. Sólo que la vida no puede ser la rutina asfixiante ni el ritmo uniforme de las relaciones de pareja tradicionales. Ella necesita aproximarse a la tensión interna que deriva en emociones intensas, en ternuras necesarias y en complementos indispensables. Y cuando parece que los recupera a través de una relación nueva y que se intuye perdurable, el destino dirá otra cosa.
Y he aquí que los cerdos -se reitera- tendrán un rol preponderante. Es más, Cachafaz, la mascota del médico surgirá como una especie de antihéroe que se mueve entre la ternura de su personal inteligencia y una oculta y sombría perversión que lo equipará al reino humano: un ente pensante que puede ser despiadado por el simple hecho de sobrevivir y alimentarse omnívoramente.
Una novela que se lee fácil, pero que obliga a retroceder más de una vez para enhebrar los hilos, supuestamente dispersos, pero que obedecen a una armazón bien pensada, inteligente, y que otorgan al lector pasajes inolvidables.
Si se suma a lo anterior que se trata de una narración muy bien escrita, podemos concluir que su centro gravitacional se aleja de los realismos puros y que la imaginación del autor está al servicio de las vicisitudes que suelen acosar al ser humano: la soledad, la sensualidad, el tiempo y los espacios geográficos, a lo que se añade una dosis de humor negro excepcional, más aquello que coarta las ansias de libertad y la necesidad de amor imperecedero.
Solo que la naturaleza animal interactúa con el reino humano y lo que podría ser una diferencia es, al fin de cuentas, un vaso comunicante, aunque en este caso deje un sabor agridulce, independiente de que sea parte indivisible de la calidad literaria de la obra.