El reino de los niños "El amor de los caracoles" de Juan Mihovilovich, Simplemente Editores, 2024, 208 páginas Por Pedro Gandolfo Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 18 de agosto de 2024
En El amor de los Caracoles Juan Mihovilovich ofrece una novela que conjuga muchos hilos creando un mundo en que equilibra el realismo con el surrealismo.
Hay obras engendradoras de un cosmos y esta novela lo logra, lo cual no es un mérito menor. A poco de iniciar la lectura, el narrador elabora una atmósfera enrarecida. Esa atmósfera el lector la atribuye primeramente a que el narrador es un niño y habla desde la perspectiva de un niño de edad indeterminada a camino entre la infancia y la adolescencia, pero más localizado en la primera que en la segunda.
La mente infantil es difícil de construir literariamente. Henry James, que escribió varios relatos protagonizados por niños, explica en uno de sus prólogos que la interioridad de los niños es mucho más compleja y superior que su capacidad expresiva y que, por lo mismo, el escritor debe emplear, por decirlo de algún modo, un lenguaje que no sea el que el niño emplea en su vida cotidiana, pero que dé cuenta de su cosmovisión. Eso es lo que lleva a cabo Mihovilovich con mucha propiedad.
Los niños que protagonizan la novela del autor son niños especiales, son niños dotados de una sensibilidad hiperdesarrollada, que les permite ver cosas que los adultos no ven ni que tampoco otros niños ven: son niños videntes, abiertos al misterio, capaces de traspasar la dimensión visible y palpable de las cosas.
Podría decirse de otra manera que estos niños tienen una mentalidad mágica tal como la tienen los niños a una edad muy temprana y que los protagonistas de la historia se resisten a abandonar.
Como sea, sumergirse en esta historia envuelve retornar al reino de los niños, de la quinta esencia de lo infantil, implica dejarse llevar por su mirada.
La novela es un elogio a ese modo de habitar el mundo.
El narrador, su hermano Pablo (que perdió un ojo durante un juego), Laurita (que murió en un tsunami, pero que continúa fantasmagóricamente presente entre sus hermanos), Clarita (una amiga que es como la Beatriz del narrador) e incluso Lautarito (un hijo que murió apenas nacido), existen rodeados de adultos que son la contraparte de este mundo infantil: un abuelo sabio, que cumplió pena de cárcel por el homicidio de un hermano, un padre alcoholizado, una madre enferma que fallece prematuramente, un tío millonario y estéril, una profesora amarga e injusta, un cura libidinoso. Cada uno de ellos tiene su participación en la historia y son hilos que
ponen en escena otros temas de la novela.
Los niños se interrogan sobre el mundo de los adultos, los observan, se angustian por lo que les sucede y que a menudo los afecta.
Una de las figuras más poderosas de la novela es la del padre del narrador, que parte siendo un personaje negativo, que hace sufrir a los niños, con su alcoholismo y permanentes infidelidades, pero llega a reivindicarse con un acto de sacrificio. Una de las lecturas posibles de esta novela apunta precisamente a la reconciliación con un padre ausente y quebrado.
La novela está atravesada por una honda religiosidad o espiritualidad. Hay una búsqueda y un viaje que tiene un inicio, una guía y un final. Es un viaje de aprendizaje y de descubrimiento que emprende el protagonista y los demás miembros del grupo. Se podría decir que el libro despliega una búsqueda mística en la que la dualidad del bien y el mal, de lo visible y lo invisible, de la vida y de la muerte, de la sensibilidad y del pensamiento se disuelven en una dimensión superior a la cual los niños acceden al final de la novela. El estado extático que cierra el relato está descrito de manera muy bella por el autor en una revelación que evoca a grandes paisajes de la mística occidental y de la espiritualidad de otras tradiciones.
Lo singular de esta narración es que el acceso a lo divino está mediado por los niños: ellos a través de un proceso de transformación interior alcanzan la unión con la esfera numinosa de plenitud. Es como si el autor quisiera transmitir la idea de que la "salvación" se logra mediante una intensificación del ser niños, como si, más que crecer y atravesar el umbral de la adultez, la vía sería quedarse —o retornar—a una niñez más plena.
La novela podría pertenecer al género de lo fantástico por la fuerte presencia que hay en ella de lo sobrenatural, por lo cual Curepto (el escenario de los hechos) y sus gentes son transfigurados por el autor en un pueblo mágico y poderosamente onírico.
El amor de los caracoles, el corazón espiritual del libro, es perfecto, porque es sin "cerebro". En la mística de esta hermosa obra, el pensamiento, la racionalidad utilitaria e instrumental, es la fuente de imperfección y de desvío de la pureza de las relaciones humanas.
Libro de tierna belleza y de gran potencia imaginativa.
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"El amor de los caracoles" de Juan Mihovilovich, Simplemente Editores, 2024, 208 páginas.
Por Pedro Gandolfo.
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 18 de agosto de 2024